En primer lugar, consideremos la mente. Ya hemos
discutido extensamente la necesidad de buscar en nosotros mismos los defectos
que poseemos y que nos hacen actuar contra la Unidad y sin armonía con los
dictados del alma, y de eli minar, esos
defectos desarrollando las virtudes contrarias. Esto puede hacerse siguiendo
las directrices antes indicadas, y un auto examen de buena fe nos descubrirá la
naturaleza de nuestros errores. Nuestros consejeros espirituales, médicos de
verdad e íntimos amigos podrán ayudamos a conseguir un buen retrato de nosotros
mismos, pero el método perfecto de aprender es el pensamiento sereno y la
meditación, y el llegar a un ambiente de paz y sosiego en el que las almas
puedan hablamos a través de la conciencia e intuición, y guiamos según sus
deseos. Sólo con que podamos apartamos un rato todos los días, perfectamente
solos y en un lugar tranquilo, sin que nadie nos interrumpa, y sentamos o
tumbamos tranquilamente, con la mente en blanco o bien pensando sosegadamente
en nuestra labor en la vida, veremos después de un tiempo que esos momentos nos
ayudan mucho y que en ellos tenemos como destellos de conocimiento y de
consejo. Vemos que se responde infaliblemente a los difíciles problemas de la
vida, y somos capaces de elegir confiadamente el camino recto. En esos momentos
tenemos que alimentar en nuestro corazón un sincero deseo de servir a la
humanidad y de trabajar siguiendo los dictados de nuestra alma.
Recordemos que cuando se descubre el defecto, el remedio no
consiste en luchar denodadamente contra él con grandes dosis de voluntad y
energía para suprimido, sino en desarrollar firmemente la virtud contraria, y
así, automáticamente, desaparecerá de nuestra naturaleza todo rastro de mal.
Éste es el verdadero método natural de progresar y de dominar al mal, mucho más
fácil y efectivo que la lucha contra un defecto en particular. Al combatir un
defecto, se aumenta el poder de éste al mantener la atención centrada en su
presencia, y se desencadena una verdadera batalla; el mayor éxito que cabe
esperar en este caso es vencerlo, lo cual deja mucho que desear, ya que el
enemigo permanece dentro de nosotros mismos y en un momento de debilidad puede
resurgir con renovados bríos. Olvidar el defecto y tratar conscientemente de
desarrollar la virtud que aniquile al anterior, ésa es la verdadera victoria.
Por ejemplo, si existe crueldad en nuestra naturaleza,
podemos repetirnos continuamente: «No voy a ser cruel», y así evitar errar en
esa dirección; pero el éxito en este caso depende de la fortaleza de la mente,
y, si se debilita por un momento, podemos olvidar nuestra resolución. Pero si,
por otra parte, desarrollamos la compasión y el cariño por nuestros semejantes,
esta cualidad hará que la crueldad sea imposible de una vez por todas, pues
evitaremos con horror cualquier acto cruel gracias a la compasión. En este
caso no hay supresión, no hay enemigo oculto que aparezca en cuanto bajamos la
guardia, pues nuestra compasión habrá erradicado por completo de nuestra
naturaleza la posibilidad de cualquier acto que pudiera dañar a los demás.
Como hemos visto anteriormente, la naturaleza de nuestras enfermedades físicas nos ayudará materialmente al señalar qué disonancia mental es la causa básica de su origen; y otro gran factor de éxito es que consideremos la vida y la existencia no meramente como un deber que hay que cumplir con la mayor paciencia posible, sino que desarrollemos un verdadero gozo por la aventura de nuestro paso por este mundo.
Como hemos visto anteriormente, la naturaleza de nuestras enfermedades físicas nos ayudará materialmente al señalar qué disonancia mental es la causa básica de su origen; y otro gran factor de éxito es que consideremos la vida y la existencia no meramente como un deber que hay que cumplir con la mayor paciencia posible, sino que desarrollemos un verdadero gozo por la aventura de nuestro paso por este mundo.
Quizá una de las mayores tragedias del materialismo es el
desarrollo del aburrimiento y la pérdida de la auténtica feli cidad interna; enseña a la gente a buscar el
contento y la compensación a los padecimientos en las alegrías y placeres terrenos,
y éstos sólo pueden proporcionar un olvido temporal de nuestras dificultades.
Una vez empezamos a buscar compensación a nuestras duras pruebas con las bromas
de un bufón a sueldo, comenzamos un círculo vicioso. La diversión, los
entretenimientos y las frivolidades son buenos para todos nosotros, pero no
cuando dependemos de ellos persistentemente para olvidar nuestros reveses. Las
diversiones mundanas de cualquier clase tienen que ir aumentando de intensidad
para ser eficaces, y lo que ayer nos distraía mañana nos aburrirá. Así seguimos
buscando otras y mayores diversiones hasta que nos saciamos y ya no obtenemos
alivio por esa parte. De una forma o de otra, la dependencia de las diversiones
mundanas nos convierte a todos en Faustos, y aunque no seamos plenamente
conscientes de ello, la vida se convierte en poco más que un deber paciente, y
su auténtica sal y alegría, que debiera ser la herencia de todo niño y
mantenerse a lo largo de la vida hasta la hora postrera, se nos escapa. Hoy día
se alcanza el estado extremo en los esfuerzos científicos por rejuvenecer, por
prolongar la vida natural y aumentar los placeres sensuales con prácticas
demoníacas.
El aburrimiento es el responsable de que admitamos en
nuestro ser una incidencia de la enfermedad mucho mayor de la normal, de forma
que las enfermedades asociadas con él tienden a aparecer a edad cada vez más
temprana. Esta circunstancia no se dará si conocemos la verdad de nuestra
Divinidad, nuestra misión en el mundo, y, por tanto, si contamos con la alegría
de obtener experiencia y de ayudar a los demás. El antídoto del aburrimiento es
interesarse activa y vivamente por todo cuanto nos rodea, estudiar la vida
durante todo el día, aprender y aprender y aprender de nuestros semejantes, y
de los avatares de la vida, y ver la Verdad que se oculta tras todas las cosas,
perdernos en el arte de adquirir conocimientos y experiencia, y aprovechar las
oportunidades de utilizar esta experiencia en favor de un compañero de fatigas.
Así, cada momento de nuestro trabajo y de nuestro ocio nos aportará un
conocimiento, un deseo de experimentar con cosas reales, con aventuras reales y
hechos que valgan la pena, y conforme desarrollemos esa facultad, veremos que
recuperamos el poder de sacar contento de los menores incidentes, y
circunstancias que hasta entonces nos parecían mediocres y de gran monotonía,
serán motivo de investigación y de aventura. Son las cosas más sencillas de la
vida -las cosas sencillas porque están más cerca de la gran Verdad- las que
nos proporcionarán un placer más real.
La renuncia, la resignación, que nos convierte en un mero
pasajero pasivo del viaje por la vida, abre la puerta a influencias adversas
que nunca habrían tenido oportunidad de deslizarse si la existencia cotidiana
se viviera con alegría y espíritu de aventura. Cualquiera que sea la situación
de cada uno, trabajador en una ciudad superpoblada o pastor solitario en las
montañas, tratemos de convertir la monotonía en interés, el deber aburrido en
una alegre oportunidad para experimentar, y la vida cotidiana en un intenso
estudio de la humanidad y de las leyes fundamentales del Universo. En todo
lugar hay amplias oportunidades de observar las leyes de la Creación, tanto en
las montañas como en los valles, o entre nuestros hermanos los hombres. Lo
primero, convirtamos la vida en una aventura apasionante, en la que no quepa el
aburrimiento, y con el conocimiento así logrado veamos cómo armonizar nuestra
mente con nuestra alma y con la
gran Unidad de la Creación de Dios.
Otra ayuda fundamental puede ser para nosotros desechar el
miedo. El miedo, en realidad, no cabe en el reino humano, puesto que la
Divinidad que hay dentro de nosotros, que es nosotros, es inconquistable e
inmortal, y si sólo nos diéramos cuenta de ello, nosotros, como Hijos de Dios,
no tendríamos nada que temer. En la era materialista, el miedo aumenta
naturalmente con las posesiones terrenas (ya sea del propio cuerpo o riquezas
externas), puesto que si tales cosas son nuestro mundo, al ser tan pasajeras,
tan difíciles de lograr y tan imposibles de conservar, excepto lo que dura un
suspiro, provocan en nosotros la más absoluta ansiedad, no sea que perdamos la
oportunidad de conseguidas, y necesariamente hemos de vivir en un estado
constante de miedo, consciente o subconsciente, puesto que en nuestro fuero
interno sabemos que en cualquier momento nos pueden arrebatar esas posesiones y
que lo más que podemos conservadas es una breve vida.
En esta era, el miedo a la enfermedad ha aumentado hasta
convertirse en un gran poder de dañar, puesto que abre las puertas a las cosas
que tememos, y así éstas llegan más fácilmente. Ese miedo es en realidad un
interés egoísta, pues cuando realmente estamos absortos en el bienestar de los
demás no tenemos tiempo de sentir aprensión ante nuestras enfermedades
personales. El miedo está actualmente desempeñando una importante labor de
intensificación de la enfermedad, y la ciencia moderna ha extendido el reinado
del terror al dar a conocer al público sus descubrimientos, que no son más que
verdades a medias. El conocimiento de las bacterias y de los distintos gérmenes
asociados con la enfermedad ha causado estragos en las mentes de miles de
personas, y, debido al pánico que les ha provocado, les ha hecho más
susceptibles de ataque. Mientras las formas de vida inferiores, como las
bacterias, pueden desempeñar un papel, o estar asociadas a la enfermedad
física, no constituyen en absoluto todo el problema, como se puede demostrar
científicamente o con ejemplos de la vida cotidiana. Hay un factor que la ciencia
es incapaz de explicar en el terreno físico, y es por qué algunas personas se
ven afectadas por la enfermedad mientras otras no, aunque ambas estén expuestas
a la misma posibilidad de infección. El materialismo se olvida de que hay un
factor por encima del plano físico que, en el transcurso de la vida, protege o
expone a cualquier individuo ante la enfermedad, de cualquier naturaleza que
sea. El miedo, con su efecto deprimente sobre nuestra mentalidad, que causa
inarmonía en nuestros cuerpos físicos y magnéticos, prepara el camino a la
invasión, y si las bacterias y las causas físicas fueran las que única e
indudablemente provocaran la enfermedad, entonces, desde luego, el miedo
estaría justificado. Pero cuando nos damos cuenta de que en las peores epidemias
sólo se ven atacados algunos de los que están expuestos a la infección, y de
que, como hemos visto, la causa real de la enfermedad se encuentra en nuestra
personalidad y cae dentro de nuestro control, entonces tenemos razones para
desechar el miedo, sabiendo que el remedio está en nosotros mismos. Podemos
decir que el miedo a los agentes físicos como únicos causantes de la enfermedad
debe desaparecer de nuestras mentes, ya que esa ansiedad nos vuelve
vulnerables, y si tratamos de llevar la armonía a nuestra personalidad, no
tenemos que anticipar la enfermedad lo mismo que no debemos temer que nos caiga
un rayo o que nos aplaste un fragmento de meteoro.
Ahora consideremos el cuerpo físico. No debemos olvidar en
ningún momento que es la morada terrena del alma, en la que habitamos una breve
temporada para poder entrar en contacto con el mundo y así adquirir experiencia
y conocimiento. Sin llegar a identificarnos demasiado con nuestros cuerpos,
debemos tratarlos con respeto y cuidado para que se mantengan sanos y duren más
tiempo, a fin de que podamos realizar nuestro trabajo. En ningún momento
debemos sentir excesiva preocupación o ansiedad por ellos, sino que tenemos que
aprender a tener la menor conciencia posible de su existencia, utilizándolos
como un vehículo de nuestra alma y mente y como esclavos de nuestra voluntad.
La limpieza interna y externa es de gran importancia. Para la limpieza externa,
nosotros los occidentales utilizamos agua excesivamente caliente; ésta abre los
poros y permite la admisión de suciedad. Además, la excesiva utilización del
jabón vuelve pegajosa la
superficie. El agua fresca o tibia, en forma de ducha o de
baño renovado, es el método más natural y mantiene el cuerpo más sano; sólo la
cantidad de jabón necesaria para quitar la suciedad evidente, y luego enjuagado
con agua fresca.
La limpieza interna depende de la dieta, y deberíamos
elegir cosas limpias y completas y lo más frescas posible, principalmente
frutas naturales, verduras y frutos secos. Desde luego habría que evitar la
carne animal; primero porque provoca en el cuerpo veneno físico; segundo porque
estimula un apetito excesivo y anormal, y tercero, porque implica crueldad con
el mundo animal. Debe tomarse mucho líquido para limpiar el cuerpo, como agua y
vinos naturales y productos derivados directamente del almacén de la
Naturaleza, evitando las bebidas destiladas, más artificiales.
El sueño no debe ser excesivo, ya que muchos de nosotros
tenemos más control sobre el cuerpo cuando estamos despiertos que cuando dormimos.
El antiguo dicho inglés «cuando llega la hora de darse la vuelta, llega la hora
de levantarse» es una excelente indicación de cuándo levantarse.
Las ropas deben ser ligeras de peso, tan ligeras como lo
permite el calor que den; deben permitir que el aire traspase hasta el cuerpo,
y, siempre que sea posible, hay que exponer el cuerpo, a la luz del sol y al
aire fresco. Los baños de agua y de sol son grandes fuentes de salud y
vitalidad.
En todo hay que
estimular la alegría, y no debemos permitir que nos opriman la duda y la
depresión, sino que debemos recordar que eso no es propio de nosotros, pues
nuestras almas sólo conocen la dicha y la feli cidad.
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