Ser una 'abuela joven' es algo así
como un privilegio, es renovar la capacidad de maravillarnos en un momento
ideal porque hemos adquirido la madurez suficiente para valorar lo esencial
eliminando lo banal, hemos aprendido a estar solas sin necesidad de recibir
constantes elogios y poseemos toda la experiencia, los conocimientos y la
energía necesarias para dejar huella en el mundo y sobre todo en la vida de los
nietos. La llegada de un nieto habilita una nueva fuente de afecto, un mundo de posibilidades, un volver a
compartir con niños pequeños aunque ya desde la sabiduría que nos dejó nuestra
experiencia como madres. Así como con nuestros hijos maduramos, con los nietos
rejuvenecemos porque ahora podemos saborear los momentos volviendo a hacer
cosas que ya hicimos con nuestros hijos pero sin cargas extra, lo que permite
disfrutarlos aún más.
La felicidad que sentimos se da
por partida doble, la de ver a los hijos ya grandes, adultos,
desarrollados y la de tener toda la
energía para disfrutar a pleno de los nietos.
Se trata de un amor distinto al que sentimos por nuestros hijos aunque incondicional a la vez, es despertar la devoción y sentir una alegría que se expande de adentro hacia afuera. Es recibir un plus de ilusión en un momento de plenitud, en el que se disfruta enseñar, aconsejar, mimar aprendiendo a dar y recibir desde un lugar más maduro. Es dejar de mirar con los ojos físicos para comenzar a contemplar con los ojos del alma descubriendo nuevos sentimientos que nos amplían la visión de la vida. Se despierta la sensación de volver a ser un niño que reconoce lo divino y maravilloso en lo simple, de recuperar la ingenuidad instintiva para abrir la puerta áurea del sentimiento, del Amor y ver qué hay más allá.
Se trata de un amor distinto al que sentimos por nuestros hijos aunque incondicional a la vez, es despertar la devoción y sentir una alegría que se expande de adentro hacia afuera. Es recibir un plus de ilusión en un momento de plenitud, en el que se disfruta enseñar, aconsejar, mimar aprendiendo a dar y recibir desde un lugar más maduro. Es dejar de mirar con los ojos físicos para comenzar a contemplar con los ojos del alma descubriendo nuevos sentimientos que nos amplían la visión de la vida. Se despierta la sensación de volver a ser un niño que reconoce lo divino y maravilloso en lo simple, de recuperar la ingenuidad instintiva para abrir la puerta áurea del sentimiento, del Amor y ver qué hay más allá.
Ser abuelas a los cuarenta y
tantos es alcanzar la satisfacción de reconocernos como seres completos,
despojadas del hastío, de la soledad posmoderna y de la necesidad de vivir
hacia afuera, vivenciando la calma de la experiencia acumulada, la fuerza de
los anhelos alcanzados y orientados hacia adelante en dirección hacia metas más
espirituales. Es un momento de la vida en el que se conjugan la valentía y la
creatividad con la interioridad y la paciencia. Ya no nos preocupa tanto
nuestro destino individual sino cada vez más el destino de nuestra familia y el
de la sociedad en general.
Estas nuevas fuerzas impulsoras
vienen acompañadas de una nueva escucha metamorfoseada de ternura y cordialidad que serán nuestras
aliadas a la hora de fomentar la autoestima en los niños y jóvenes de la
familia a través del diálogo, el respeto y la confianza para que tengan una
vida sana y dejen de esperar a que las cosas giren arrobadas a sus pies. En el
cuento de Goethe La serpiente verde y la
bella azucena, el rey le pregunta a la serpiente: “¿Qué es mejor que el oro
en su magnificencia?, la Luz, responde la serpiente. ¿Y qué deleita más que la
luz?, pregunta el rey, la conversación, le responde. Precisamente, por medio de
una escucha atenta y brindando calidad en la atención, haremos del diálogo la 'piedra fundamental' para armonizar
nuestras diferencias en un proyecto común.
Este es el momento en el que,
siendo dueñas de nuestros pasos y habiendo logrado estabilidad y equilibrio
emocional, nos convertimos en un
referente imprescindible tanto para los hijos como para los nietos, quienes nos
verán algo así como a un guía espiritual. Somos el punto de encuentro de la
familia para mantenerla unida, capaces de ser mediadoras y conciliadoras entre
nuestros hijos y sus hijos, involucradas y comprometidas con el desarrollo,
transmisoras de conocimientos y de valores, además de un puente a la historia y
a la tradición familiar.
Estamos en la edad justa en que comenzamos a dejar
de ver la letra de cerca para poder observar desde muy lejos los peligros que conducen
a situaciones complejas. Como abuelas
tenemos que bregar por sostener la red familiar, esa conexión emocional que
oficie de barrera protectora para evitar todo tipo de contagio y mimetización
con los estímulos del afuera que conduzcan a la violencia y a otros males. Por
supuesto que también podemos ver a la legua las intenciones ocultas sabiendo
que la confianza se recupera en el respeto, la honestidad y la colaboración. En
la medida en que se entiende lo que se hace y uno se da cuenta que elige el
mundo en el que vive y participa, sólo así estaremos ayudando a entrenar la
autonomía reflexiva y de acción en nuestra familia.
Valoremos con esperanza el privilegio de ser abuelas
con una corta brecha generacional entre nuestros hijos y nietos ya que se nos
facilita la comunicación, la capacidad de empatizar y ser conciliadoras de la
vida familiar, fomentando la autoestima en ese espacio de intimidad donde se
crea el ambiente necesario para recorrer con seguridad el camino de la vida. Así,
el afecto a manos llenas perdurará por siempre
en el corazón de nuestros seres queridos.
Gabriela Ricciardelli
Dra. H. C. en
Medicina Floral, Master en Naturopatía
Practitioner en
Flores de Bach otorgado por The Dr. Bach Foundation, England.
Creadora de la
primera carrera en Medicina Floral® en la Argentina.
Miembro Fundador de
la Asociación Dr. Edward Bach Argentina 2001
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