Si después del tiempo del después, del después de las
historias, el deseo de estar y ser compañeros nos encuentra nuevamente, siempre
vale el trabajo emocional que implica intentar la aventura de la apuesta al
lazo que honre nuestras vidas.
Es la oportunidad de asomarnos a otros mundos con rumbo
hacia quienes vamos siendo y a su vez dar la bienvenida a quien uno quiere ser
junto a otro.
Es un tiempo de mutua invitación a ser cómplices de miradas
que subsanen todas las vicisitudes tallando atajos, construyendo bellas frases
o bellos proyectos que compensen el vacío de toda espera para acortar el lapso
entre lo proyectado y lo cumplido.
Es reinventar un modo de recorrer un nuevo camino de
acuerdos y buscar juntos la manera de hacerlo funcionar, tomar y hacer lugar
para timonear el barco como pares que convalidan su plano de ruta bajándolo a
la acción con mensajes de respeto, cuidado y valoración que dejarán huella como
caricias en el alma.
Abrir las puertas a nuevas posibilidades hacedoras de algo
valioso resulta inquietante, conmovedor y despierta una sensación vital de
profunda alegría, así como escuchar y pronunciar un ‘te amo’ es tan envolvente
como detener por un instante la inefable vorágine de sentimientos sin horizonte
que deviene eternidad en la rueda del destino.
Gabriela Ricciardelli
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