Conferencia pronunciada en Elberfeld, Alemania, en
1922
En nuestro tiempo frecuentemente se oye decir
que, en épocas sombrías y caóticas de la vida espiritual, en que el alma humana ha perdido el
ánimo, la confianza y la esperanza, toda clase de movimientos ocultos o
místicos suelen encontrar el ambiente propicio para su actuar y, en el
presente, acaso sucede que los que dan poca importancia al debido
discernimiento, consideran que la Antroposofía también pertenece a tales
movimientos. Las consideraciones de esta conferencia sobre los fundamentos de
la Antroposofía han de mostrar cuán poco se justifica confundir el método
científico antroposófico con aquello con que a veces se lo compara. Desde un
principio, la Antroposofía se ha desarrollado sobre la base de la seriedad y
una exactitud científicas, como en el campo de las ciencias naturales estas
virtudes han sido cultivadas en el
curso de los últimos tres o cuatro y hasta cinco siglos pero,
principalmente, en el siglo XIX; mas lo que en el ámbito de dichas ciencias
sólo puede desarrollarse dentro de determinados límites, la Antroposofía se
propone ampliarlo hasta abarcar el conocimiento de los llamados mundos
suprasensibles y la comprensión de los enigmas de la existencia, los que ante
todo se refieren a los anhelos más profundos del alma humana, esto es, al deseo
de investigar lo eterno del alma humana y su relación con los fundamentos
divino - espirituales de la existencia.
Si bien la Antroposofía se desarrolla absolutamente
sobre fundamentos científicos, también es cierto que, como ella tiene que
responder a los grandes y profundos enigmas de la existencia, los que interesan
a todos los seres humanos, debió desenvolverse de tal manera que ella resulte
asequible al alma humana más sencilla y que corresponda a las necesidades de la
vida práctica, como asimismo la vida anímica y espiritual de nuestro tiempo;
quiere decir, a los anhelos que buscan el sostén interior y la firmeza del
alma, la fuerza para el actuar y la fe en la humanidad y su destino. La
Antroposofía igualmente debió responder a las más diversas aspiraciones
sociales y principalmente las reli giosas,
en un sentido al que, en esta conferencia, he de referirme todo de acuerdo
-vuelvo a destacarlo- con su fundamento científico. Pero con respecto a este
fundamento, hay que agregar que, en cuanto a las posibilidades que se abren a
la investigación en el campo de las ciencias naturales, la Antroposofía las
tiene que tomar en consideración más seriamente de lo que piensan quienes creen
que están basándose firmemente en el método de las ciencias naturales. A este
respecto la Antroposofía ante todo tiene que referirse a lo que pensadores
juiciosos de dichas ciencias reconocen como los límites del conocimiento.
Si nos servimos del método de investigación de
las ciencias naturales, es decir de la observación del mundo físico sensible,
del experimento y del pensar, para combinar los resultados de la observación y
del experimento, lo que conduce a descubrir las leyes de la naturaleza, como
habitualmente las reconocemos, llegamos a la concepción según la cual la
investigación científica de las ciencias naturales tiene sus limites y que las
mismas no son capaces de penetrar más allá del mundo sensible y sus leyes.
Además, sobre la naturaleza humana las ciencias naturales, tampoco, pueden
comprender más que aquello que como naturaleza físico sensible proviene de
dicho mundo sensible; en fin que tal concepción tiene que contentarse con
reconocer los limites con respecto a lo que constituye el valor, la naturaleza
y la dignidad del ser humano, sin poder penetrar en lo verdaderamente anímico -
espiritual del hombre. La Antroposofía tiene que considerar con la debida
exactitud justamente semejantes aspectos, si ella pretende que se la tome en
serio: con toda claridad tiene que tomar en consideración que, meramente por
arbitrariedad, no es posible, mediante el pensar desarrollado en las ciencias
naturales, penetrar más allá del mundo de los sentidos; que no es posible
alcanzarlo por arbitrariedad, debido a que el pensar mismo se ha educado y ha
alcanzado su fuerza a través de la observación sensoria y que, debido a ello,
entra inmediatamente en lo vacío, lo dudoso y lo poco satisfactorio si,
abandonado a sí mismo, quiere penetrar en regiones más allá del mundo sensible.
Sabido es que existen ciertas especulaciones filosóficas por las que el pensar,
abandonado a sí mismo, pretende pasar de lo físicamente dado a lo
suprasensible, mediante conclusiones lógicas de lo temporal a lo eterno. Mas
aquel que sin prejuicios, por medio de semejantes conclusiones lógicas, quiere
satisfacer sus anhelos anímicos de lo eterno, efectivamente llega a algo que no
satisface, pues no tardará en darse cuenta de que: tan seguro como el pensar se
siente cuando observa los seres y fenómenos de la naturaleza, tan poco seguro
llega a ser el pensar abandonado a sí mismo, cuando trata de penetrar más allá
de lo asequible a los sentidos. A raíz de ello existe la controversia de
ciertos sistemas filosóficos el uno, según su peculiaridad subjetiva,
trasciende el límite del mundo sensible a su manera y establece un sistema; el
otro, se basa en otro sistema; pero por este camino no se llega a ninguna
concepción armónica, sino que se crea algo que no satisface de modo alguno. La
Antroposofía debe tener claramente presente lo que, con ánimo desapasionado, ha
de sentirse frente al pensar abandonado a sí mismo, y con ello se le presenta
uno de los escollos que debe esquivar para encontrar el camino que conduce a la
investigación de lo eterno en la naturaleza humana y en el universo.
La Antroposofía tiene que reconocer los
límites de conocimiento de las ciencias; y, por otro lado, tiene que dirigir la
mirada hacia el hecho de que hombres de ánimo más profundo, en vista de esos
límites del conocimiento, buscan en otros campos la ayuda que, para los grandes
enigmas de la existencia, las ciencias naturales no les pueden ofrecer. Ellos
tratan de encontrar ayuda en el recogimiento místico, es decir en lo que se
suele llamar la visión interior del alma propia, pensando que, por el retiro en
lo profundo del propio ser, se puede descubrir algo distinto de lo que se
encuentra por medio de las ciencias naturales o a través de la conciencia
común. Pero precisamente el que se dedica a la investigación de lo eterno tan
seriamente como se lo puede hacer en el ámbito de la Antroposofía, tiene que
decirse que también en este otro camino existen las ilusiones a las que muchas
veces tales místicos se entregan. Quien es capaz de juzgar la vida anímica humana,
libre de prejuicios, sabe lo que en toda la vida anímica significa la recordación
humana. Los recuerdos tienen su origen en las percepciones sensorias
exteriores; por ellas recibimos nuestras impresiones. Más tarde, a veces
después de años, volvemos a extraer de la memoria las imágenes de tales
impresiones y puede ser que nuestra alma haya recibido alguna impresión
sensoria exterior, acaso de manera semiconsciente, sin haber observado el
respectivo objeto con la atención necesaria. En tal caso, la impresión queda
sumergida en lo más hondo de nuestra vida anímica; y, de un modo intencional o
espontáneo, vuelve a surgir después de años. Y no tiene que aparecer
necesariamente igual a como ha sido sumergida en el alma , sino que puede aparecer
transformada, de manera tal que sólo el exacto conocedor de la vida anímica la reconoce. Lo que por
una impresión exterior se suscita en el
alma , se lo recibe impregnado de toda clase de sentimientos y
de impulsos volitivos e, incluso, se lo recibe internamente en la constitución
orgánico - corporal del hombre, en la constitución total del cuerpo humano; y,
después de años, se podrá sacarlo del alma totalmente transformado.
Quien juzgue de un modo confuso aquello que no
es otra cosa que una impresión sensoria transformada, metamorfoseada por el alma , y sacada de ella
mediante el recogimiento místico, podrá entonces creer que se trata de la
revelación de algo eterno que no proviene del mundo físico exterior. La
Antroposofía tiene que darse cuenta de que los místicos, que tratan de
encontrar sus revelaciones de la referida manera, llegan a las más graves
ilusiones y, por esta razón, ella tiene que reconocer que tal misticismo
representa el segundo escollo; y que, además del escollo del límite de
conocimiento de las ciencias naturales, tiene que esquivar el escollo de los
limites de la propia vida anímica humana.
Primero, he tenido que expresar lo que
antecede, con el fin de hacer notar cuán concienzudamente la Antroposofía
examina las fuentes de errores posibles pues, por lo que sigue, he de
describirles los senderos por los cuales la Antroposofía puede penetrar en los
mundos espirituales suprasensibles; y con ello será necesario relatar aspectos
paradójicos, todavía poco comunes en nuestro tiempo. Podría pensarse, y muchos
lo creen, que la Antroposofía tampoco es otra cosa que una tentativa más o
menos fantasiosa de penetrar mediante el conocimiento en mundos con los cuales
la ciencia seria no debería ocuparse. La Antroposofía sabe cuál no es el
método correcto de investigar lo espiritual suprasensible, y, por lo tanto,
también puede conocer el punto de partida que permite determinar la manera de
cómo realmente se pueden hacer las investigaciones. Al darse cuenta de lo que
son los caminos que pueden conducir a ilusiones y errores abre, a la vez, el
paso a la verdadera, aunque todavía previslumbrante respuesta a lo que se
presenta como una pregunta. La Antroposofía parte de lo que sigue. Con las
fuerzas cognoscitivas comunes, como las que poseemos en la vida corriente y en
la ciencia oficial, debido al límite de conocimiento de las ciencias naturales
y del retiro místico, no se puede conocer más que la naturaleza exterior y lo
que de ella la vida anímica humana puede captar. Por consiguiente, para
alcanzar el conocimiento de lo que se halla más allá de la naturaleza exterior,
se debe apelar a las fuerzas del alma que en ella están latentes en la
existencia común, o mejor dicho, de las cuales el hombre no es consciente. La
Antroposofía quiere desenvolver esas fuerzas, que en el alma dormitan, para poder
penetrar mediante las nuevas fuerzas cognoscitivas, una vez despertadas, en los
mundos en que no es posible penetrar por medio de las fuerzas cognoscitivas
comunes. Por parte de serios investigadores científicos ya se habla actualmente
de toda clase de tuerzas anormales del alma humana o del organismo humano,
fuerzas que darían prueba de que el ser humano está en relación con más esferas
que aquellas que la biología o la fisiología comunes pueden mostrar. Pero la
Antroposofía tampoco se vincula con semejantes fuerzas anormales de la vida
anímica humana. Ella apela a las fuerzas normales del alma humana y sólo
continúa desarrollándolas. Pero al comenzar hace falta lo que quisiera llamar:
modestia intelectual. Es necesario poder decirse: comenzaremos como hemos sido
de niño, durante la primera infancia cuando hemos entrado en el mundo , dotados de una vida
anímica onírica, la que sólo nos permitía usar los propios miembros del cuerpo
de un modo todavía poco hábil y orientarnos apenas o de ningún modo en el
mundo. No obstante, por medio de la educación y por la vida misma, se han
desarrollado, sacándolas de lo profundo de la naturaleza humana, las fuerzas
que al principio habían estado latentes en las profundidades de la organización
humana.
En posesión de las fuerzas del alma, las que
han sido desarrolladas por la educación y por la vida, habrá que decirse: en el alma humana, posiblemente,
pueden hallarse latente otras fuerzas más y que éstas, desde un determinado
punto de partida, también pueden desenvolverse ulteriormente del mismo modo que
las fuerzas anímicas del niño se han desenvuelto hasta su punto evolutivo
actual. Ciertamente sólo la práctica puede demostrar la verdad de lo que acabo
de expresar; y la investigación antroposófica se desenvuelve en la práctica. Al
respecto, se trata de que, ante todo, se considere la totalidad de la vida
anímica humana y que las distintas fuerzas del alma continúen desarrollándose,
a partir de su estado normal dentro de la vida humana.
En primer lugar, se trata de la fuerza
pensante del hombre, la formación de los pensamientos, por un lado, y por el
otro, de la fuerza volitiva. Entre ambas, o sea, entre la fuerza del pensar,
que se desarrolla a base de las impresiones exteriores, o también a través de
la capacidad de orientación que la vida nos haya donado; entre esta fuerza
pensante y la fuerza volitiva, por la que estamos situados en la vida con
nuestra actividad humana, se halla lo anímico, la suma de nuestras impresiones
y nuestros sentimientos. Para la ciencia antroposófica principalmente ha de
tratarse desarrollar la fuerza del pensar y la fuerza de la voluntad,
elevándolas a un grado más alto que, por la vida común, pueden alcanzar; pues
no se puede investigar lo eterno por medio de disposiciones exteriores, sino
únicamente a través de un íntimo desarrollo de las fuerzas del alma como tales.
Pero al elevarse el desarrollo de la fuerza pensante, por un lado, y el de la
fuerza volitiva, por el otro, a grados más altos de los que se alcanzan en la vida
común, se elevará al mismo tiempo de algún modo y por sí solo, como lo veremos,
lo que constituye el elemento anímico más profundo y más íntimo de la
naturaleza humana, esto es la fuerza del animo (Gemütskraft). Por lo
tanto, en primer lugar, se nos presenta la pregunta: ¿Cómo es posible
desarrollar la fuerza del pensar para llegar al conocimiento de un grado
evolutivo más alto que por la vida común se alcanza?
En mi libro ¿Cómo se alcanza el
conocimiento de los mundos superiores? y en la segunda parte de mi Ciencia
Oculta, como asimismo en otros libros, he descrito el sendero y los
ejercicios respectivos; ahora voy a caracterizar, en primer lugar, lo
fundamental del desarrollo de las facultades del alma humana, los pormenores
correspondientes se encuentran en dichos libros. Para una conferencia
introductoria será suficiente exponer lo fundamental con el fin de indicar el
sentido y la esencia de la cuestión que nos ocupa.
Lo que en la vida común poseemos como fuerza
del pensar se suscita por las impresiones sensorias que se producen de un modo
viviente. Observamos el mundo
que se nos presenta en colores y sonidos, los que causan en nosotros
impresiones vivas y, en el alma ,
nos quedan entonces pensamientos que nos formamos según estas impresiones. Con
razón calificamos estos pensamientos como pálidos, pues sabemos que, en la vida
común, los mismos tienen para el
alma menos intensidad que las impresiones sensorias; y,
también, sabemos que de los pensamientos comunes que se producen a causa de las
impresiones sensorias, en cierto modo, nos ocupamos pasivamente en comparación
con la intensidad con que, en el
alma , experimentamos dichas impresiones. Después, hay que
tratar que la vivacidad que estas impresiones suscitan en el alma , sea considerada como
ejemplo, según el cual la Antroposofía, quiere desarrollar la vida pensante
misma de un modo más elevado y más fortalecido, con el fin de efectuar la investigación. Es
preciso que la vida pensante se eleve, se incremente y se fortalezca mediante
numerosos ejercicios interiores del alma. Lo que voy a describir aparecerá como
algo sencillo pero, en general, la ciencia espiritual, como aquí la entendemos,
no es más sencilla que las investigaciones en el observatorio astronómico, en
los laboratorios químicos y físicos o en la clínica. Lo
fundamental, que ahora describiré de un modo sencillo, requiere para su
desarrollo, según la disposición que para ello se tenga, años, meses o semanas.
De entre los numerosos ejercicios interiores del alma, solamente voy a escoger
algo característico.
Se trata de que, en primer lugar, se fije la
atención en el modo de cómo en la vida común se experimenta el pensar. Por
extraño que suene el que libre de prejuicios, observe su propio pensar, tendría
que decirse que la expresión "yo pienso" no es del todo correcta. El
pensar se desenvuelve frente a los objetos exteriores. Sólo nos damos cuenta
debido a que, en cierto modo, volvemos la mirada sobre el organismo físico y
porque nos percibimos a nosotros mismos desde afuera, nos damos cuenta de que
el pensamiento que nos formamos depende de nuestro organismo físico y, por lo
tanto, decimos: "yo pienso". Pero para la conciencia común la
expresión "yo pienso" no se justifica plenamente; y la ciencia de
orientación antroposófica precisamente aspira a que dicha expresión realmente
se vuelva justificada. A este fin procede, por ejemplo, a colocar una
representación sencilla en el
centro de la conciencia de toda la vida anímica. Se puede
realizar de tal manera que la atención del alma se concentre exclusivamente
sobre tal representación, lo que se alcanza a través del ejercitarse. En los
referidos libros, se describen los distintos ejercicios por los que se logra
ser capaz de distraer la atención de todo lo demás que, desde afuera o desde
adentro, pueda absorber la actividad del alma y para que, plenamente, a
voluntad interior, tal como comúnmente se procede con relación a problemas
matemático - aritméticos, el alma
se abandone a esa representación sencilla. Resulta ser particularmente
ventajoso lo que se debería tener en cuenta si tal representación no se extrae
de la memoria, pues en la memoria existen, como al principio ya lo he dicho,
las más diversas experiencias metamorfoseadas. Sí la representación simplemente
se extrae de la memoria se entremezclan los más variados elementos de lo
subconsciente e inconsciente, de modo que jamás se tendría la certeza de que en
la conciencia sólo está presente aquello hacia lo cual se dirige la atención a
voluntad y conscientemente; y esto es lo que importa. En virtud de ello es
conveniente, por ejemplo, que se saque de un libro o de algo parecido lo que se
desee emplear para concentrar sobre ello la atención y para que así se tenga
algo totalmente nuevo como si se tratara de una impresión sensoria nueva a que el alma se abandona vivamente y
que exclusivamente por sí sola absorba la atención. También
se puede pedir a una persona, experta en estas cosas, el contenido de tal
representación, a fin de estar seguro de tener algo totalmente nuevo para el
alma. No hay que temer que, de esta manera, el otro pudiera ejercer un poder
sugestivo sobre el alma ,
ya que no se trata de que el contenido de una representación ejerza efecto
sobre el alma ,
sino que ella misma despliegue sus fuerzas verdaderamente propias con la más
viva atención. Así como se puede fortalecer el músculo del brazo al utilizarlo
trabajando, también es posible intensificar el pensar de la fuerza anímica,
fortalecerlo por medio de la concentración sobre determinadas representaciones
con la más viva atención, repitiendo tales ejercicios cotidianamente. Esto
conducirá a que la vida pensante misma, independientemente de impresiones
sensorias, paso a paso llegue a ser tan viviente y tan intensa como el alma comúnmente experimenta
con vivacidad la impresión sensoria. Así como en comparación con la vivacidad
de las impresiones sensorias, los pensamientos suelen ser pálidos, así también,
por medio de los ejercicios del alma, por la meditación o concentración, es
posible un pensar íntimamente fortalecido. Un pensar tan vivaz como lo es la
impresión sensoria.
Lo expuesto ya les muestra que la ciencia de
orientación antroposófica conduce a resultados contrarios a los que da el
desenvolvimiento de ciertos estados anímicos humanos de índole patológica,
enfermiza. Lo que el hombre desarrolla como visiones, alucinaciones,
mediumnidad, la sugestión por hipnosis y cosas similares, tiende a lo contrario
de lo que se entiende por continuar el desarrollo de la normal facultad
pensante, según el método de la investigación antroposófica. Si el hombre
emprende algo que le conduce a la alucinación, a la visión, haciéndole
fácilmente sugestionable, sus fuerzas anímicas en cierto modo se apartan de las
impresiones sensorias y fluyen en el organismo humano. Como alucinante, como
visionario el hombre se torna dependiente de su organismo en mayor grado que
con relación a las impresiones sensorias exteriores. Pero el ideal del sendero
de conocimiento antroposófico, que se debe emprender, consiste precisamente en
lo característico de lo que anímicamente se experimenta a causa de una
impresión sensoria exterior. Por consiguiente, cuando el hombre ejercita la
meditación y la concentración, deberá ante todo abandonarse, plenamente, a su
voluntad y mediante la atención consciente, al contenido anímico que él mismo
ha colocado en el centro
de la conciencia. Por
tal ejercicio se gana algo específicamente distinto de todos aquellos estados
anímicos patológicos con que, únicamente por equivocación, el sendero
antroposófico puede confundirse. Cuando el hombre se torna alucinante,
visionario, cuando es víctima de la hipnosis, y cuando llega a ser susceptible
de sugestiones, toda su personalidad se sumerge en la vida alucinatoria y
visionaria; su conciencia común desaparece en lo que se experimenta en los estados
alucinatorio y visionario.
Ocurre lo contrario cuando la meditación y la
concentración se efectúan de la manera que acabo de describir, ya que se
desarrolla una especie de conciencia superior. Cuando el hombre, realmente.
alcanza la facultad de un pensar intensificado, fortalecido, se desenvuelven
fuerzas anímicas superiores; pero la conciencia común del hombre juicioso, como
normalmente vive con relación al conocimiento y a sus deberes, subsiste
plenamente al lado de la otra, en cierto sentido, segunda personalidad. El
hombre que posee la facultad cognoscitiva común se halla entonces junto a la
segunda personalidad de la facultad cognoscitiva superior, controlando y
criticando adecuadamente. He aquí una diferencia fundamental que se debe
destacar claramente cuando se habla del conocimiento antroposófico. Si de la
manera indicada se fortalece el pensar por medio de la meditación y la
concentración, una vez alcanzado un determinado punto del desarrollo
respectivo, se podrá decir: ahora realmente soy yo mismo, en mi propio ser, el
que piensa; ahora he vivido con mi yo más intensamente en el mundo de mis pensamientos.
De la misma manera a como por lo común experimento las impresiones sensorias
exteriores, experimento ahora mi propio ser en el mero pensar. Pero el pensar
también se transforma; y, ante la mirada del alma en cierto modo, ya no se
parece más a los pensamientos pálidos que comúnmente se forman para el mundo de los sentidos. No es
más el pensar abstracto, es el intenso pensar que se experimenta de un modo
igual a como se experimentan los colores y los sonidos y, por él, se
experimenta profundamente el propio ser, hasta se llega a un punto en que se
sabe: ahora ya no se piensa por medio del instrumento corpóreo, como por lo
común siempre se piensa. La Antroposofía también admite que el pensar común se
basa en lo corpóreo.
Pero ahora el pensar se ha liberado del
sistema nervioso, lo que se sabe por experiencia interior. Cuando tal instante
ha llegado, se es consciente de que en verdad el alma misma vive en
pensamientos, independientemente, pero en pensamientos que ya no son abstractos
sino que son pensamientos en imágenes.
En ese estado, por el que el alma se experimenta a sí
misma interiormente, aparece ante el ojo del alma, en un determinado instante,
en que el hombre alcanza la madurez respectiva, el primer resultado de la
investigación antroposófica, el que consiste en que, ante el alma , se presenta, todo a un
tiempo y como un gran cuadro, toda la vida transcurrida entre el
nacimiento y el momento respectivo. Por lo común, el contenido de la vida
terrenal nos es asequible mediante la recordación pero, por de pronto, como una
corriente subconsciente o inconsciente en lo interno del alma. Intencional o
espontáneamente, podemos, de vez en cuando, extraer de la corriente que se
extiende hasta los primeros años de la niñez, algunos cuadros de memoria; pero
lo que, en el alma ,
vive como una corriente de memoria más o menos inconsciente, no es aquello a
que me refiero cuando hablo del cuadro de la vida, por el cual se nos
presenta, todo a un tiempo, lo interior de nuestras experiencias en cuanto
éstas representan el contenido de nuestra vida terrenal. En dicho cuadro de la
vida no se trata de que tengamos ante nosotros acontecimientos separados entre
sí, como los presenta la recordación, sino que tenemos ante nosotros lo que se
puede reconocer como los impulsos a los cuales debemos nuestras facultades, es
decir aquello que por el actuar de nuestro interior nos da las fuerzas morales,
pero que desde nuestro interior también dirige las fuerzas del crecimiento
corno asimismo la
nutrición. Tenemos ante nosotros lo que, en los citados
libros, he llamado el cuerpo de fuerzas formativas o si nos servimos de nombres
antiguos que a este respecto siempre existieron: el cuerpo etéreo o cuerpo
vital del ser humano. Se trata, en segundo lugar, de una organización
suprasensible. No es posible percibirla por conducto de las ciencias naturales
comunes, ni tampoco por medio del pensar meramente lógico, sino que es preciso
haber desarrollado lo que he caracterizado como el pensar fortalecido y que, en
los referidos libros, he llamado el conocimiento imaginativo; pero no
porque se tratase de imaginaciones ilusorias, sino porque tal pensar vive en el alma a modo de imágenes y
porque este mismo pensar es conocimiento. Así que juntamente con el cuerpo
físico exterior, deli mitado en el
espacio, se experimenta aquello que quisiera llamar un cuerpo - tiempo, un
cuerpo que está en movimiento, al que ahora se puede percibir por el ojo del alma,
cual un enorme cuadro de la vida, todo a un tiempo y que contiene -hasta donde
alcanzamos percibir la vida terrenal- todo lo que interiormente nos ha
constituido. Prácticamente, no es posible dibujar dicho cuerpo de fuerzas
formativas. Si se lo quiere hacer, es necesario ser consciente de que se debe
proceder como para pintar el relámpago, en cuyo caso sólo se puede expresar un
instante. Lo que del cuerpo etéreo fuese posible dibujar o pintar, sería algo
así corno un instante de la incesante movilidad de un rayo. Así se ha alcanzado
el conocimiento de que, en su interior, el ser humano no solamente posee los
resultados de las fuerzas corporales, químicas y físicas, sino que, por la
visión, se ha llegado al conocimiento de que el hombre lleva en su interior
algo que tiene el carácter de los pensamientos y que es asequible por medio de
los pensamientos concentrados y fortalecidos. He aquí el primer resultado
antroposófico, el hecho de conocer por la visión este primer miembro
suprasensible de la naturaleza humana, esto es, el cuerpo de fuerzas
formativas, el cuerpo etéreo.
Con el fin de dar otro paso más es necesario
que no solamente se hagan los ejercicios de concentración y meditación de la
manera descripta, sino que se preste atención a que -si bien uno puede
abandonarse a la meditación y la concentración plenamente a voluntad y con
íntimo discernimiento, tal como procede el matemático en sus operaciones
aritméticas- también se está entonces enteramente entregado al contenido de la
concentración, de modo que cuesta mucho volver a retirarse de aquello en que el alma con la más viva atención
se ha concentrado.
Debido a ello es necesario, paralelamente con
los ejercicios de concentración, hacer otros ejercicios, totalmente distintos,
los cuales tienen la finalidad de hacer desaparecer, conscientemente y también
a voluntad, lo que con toda intención se ha colocado en la conciencia para el
ejercicio de la concentración.
Si, durante mucho tiempo y en sucesión
rítmica, se hacen los ejercicios de suprimir con toda fuerza las
representaciones colocadas en el
centro de la conciencia, se alcanzará una singular facultad
anímica de suma importancia para la ulterior actividad espiritual. Se alcanza
lo que quisiera llamar la conciencia vacía dentro del pleno estado de vigilia.
Se comprenderá de qué se trata esto, si se
considera lo que sucede cuando el hombre no recibe impresiones exteriores o si,
las mismas, se presentan como inconsistentes en sí mismas, porque se producen
monótonamente, repitiéndose constantemente, de modo que mitigan la atención, lo
que -como lo sabemos- conduce a la conciencia opaca somnolienta. Pero no es
posible alcanzar la conciencia vacía sin los ejercicios correspondientes.
Únicamente si primero se han hecho los ejercicios para despertar en la conciencia
los pensamientos fortalecidos y luego los ejercicios para borrarlos, se podrá
mantener la conciencia tan intensa, tan despierta que la misma es capaz de
conservar el estado de vigilia, cuando ella va quedando sin contenido. Pero, en
primer lugar, es necesario saber crear esta conciencia vacía, si se quiere dar
un paso más después de haber obtenido el primer resultado de la investigación
antroposófica, o sea, la visión del cuadro de lo interior anímico que se ha
formado desde el nacimiento. Después de haber hecho, durante el tiempo
suficiente, los ejercicios para hacer desaparecer las representaciones, y
cuando se haya alcanzado el debido estado de madurez, se tendrá la capacidad de
suprimir igualmente el cuadro de la vida descrito, de suprimirlo después de
haberlo colocado ante el ojo del alma. Cuando se logre borrar este cuadro de
vida, esto es, todo nuestro ser humano interior, como éste se expresa en
nuestro cuerpo como algo de incesante movilidad; repito: cuando se logre
suprimir este ser humano interior, este hombre terrenal etéreo, este cuerpo de
fuerzas formativas y no se llena la conciencia con impresiones exteriores, sino
que se la deja vacía, se producirá el segundo grado de conocimiento superior.
Al primer grado lo he llamado el conocimiento
imaginativo, el que se alcanza a través de la visión del propio interior
subjetivo que es el cuadro de la vida, tal como lo he descrito. Al haberlo
alcanzado, hay que tener presente con toda claridad que este primer grado del
conocimiento superior da solamente la visión del propio interior, lo subjetivo.
Sabiéndolo, no se caerá en ilusiones, ni mucho menos en visiones o
alucinaciones. El investigador espiritual, en sentido antroposófico, juzga, por
cierto, cada paso de su camino científico con absoluta claridad. Cuando por
supresión del cuadro de la vida se alcanza la conciencia vacía, se obtiene el
segundo grado del conocimiento suprasensible. Lo he llamado el conocimiento
inspirativo. No hay que confundirlo con nada semejante a superstición o
alguna cosa tradicional sino que, únicamente, hay que pensar en lo que yo mismo
describo. Y cuando, al haberse creado la conciencia vacía por medio de la
supresión del cuadro de la vida, del cuerpo de fuerzas formativas, aparece en el alma , a través de la
inspiración, lo que el alma
misma, antes del nacimiento o mejor dicho, antes de la concepción, había sido
como ser puramente espiritual - anímico en el mundo espiritual anímico. Se alcanza entonces el
instante de la investigación en que por visión espontánea se llega a conocer lo
eterno de la naturaleza humana.
Así se evidencia que el que habla, desde el
punto de vista antroposófico, no puede, mediante conceptos abstractos
cualesquiera, demostrar la inmortalidad mediante conclusiones lógicas o algo
parecido, sino que él debe describir, paso a paso, lo que el alma tiene que realizar por
medio de íntimos ejercicios interiores, para alcanzar el punto en que ella
pueda percibir lo que como algo eterno vive en el alma ; repito, en que pueda
percibir lo eterno del alma, en el momento en que por la concepción se había
unido con las tuerzas físico corpóreas, provenientes de los padres y sus
antepasados. Se puede preguntar: cuando por la inspiración se tiene la visión
de algo espiritual - anímico, ¿cómo se sabe que se trata de lo espiritual -
anímico del alma, de antes de la concepción? Sólo por medio de un parangón
puedo hablar de lo que en dicho instante se presenta al alma como una
experiencia espontánea. Quien tenga el recuerdo de alguna experiencia terrenal,
tendrá en tal caso una imagen de lo vivido diez años atrás; y, según el
contenido de la imagen, se daría cuenta de que, en el alma , no tiene el recuerdo de
algo acontecido en la actualidad, sino que el contenido de la imagen le hace
ver que se trata de algo acontecido diez años atrás. En cambio, el contenido de
lo que se experimenta por la conciencia inspirada se manifiesta como algo muy
distinto de lo que existe en el
mundo físico - sensible, cuando el alma vive en el cuerpo. Se
tiene la experiencia del tiempo, al igual que el recuerdo de lo vivido en la
tierra, y la impresión misma indica que la visión se refiere a la vida
prenatal, a lo que el alma
había experimentado en el mundo
puramente espiritual - anímico, antes de haber entrado en el seno materno, en
lo físico - sensible que, a ella, envuelve durante la vida terrenal.
Después de haber alcanzado el grado del conocimiento
inspirativo, con que se da la posibilidad de buscar el problema de la
inmortalidad, hacia un lado, es decir, hacia el lado prenatal, se podrá ahora, mediante otros
ejercicios cognoscitivos, tomar en consideración el otro aspecto del problema
de la inmortalidad; y esto sólo se puede hacer por medio de ejercicios de
voluntad. Los pormenores respectivos también se encuentran en los dos libros
antes mencionados; pero aquí voy a indicar lo fundamental. La voluntad humana
no piensa, no se parece al pensar común. Esto último surge interiormente,
estimulado por impresiones exteriores, mientras que la voluntad se origina en
lo interno del organismo mismo; pero en la vida común solo experimentamos la
voluntad de una manera particular. Tomemos, por ejemplo, la decisión o el
impulso volitivo más sencillo, el movimiento de una mano, el que se efectúa
obedeciendo a un impulso volitivo, y preguntémonos: ¿qué es lo que de tal
impulso volitivo tenemos en la conciencia? Comúnmente, no reflexionamos sobre
este hecho, pero para la investigación bien ordenada es necesario basarse en un
punto de partida seguro. Lo que ante todo tenemos es el pensamiento: queremos
levantar o mover el brazo, la
mano. Pero , por la conciencia común, no sabemos nada acerca
de cómo tal pensamiento entra en la organización física, cómo estimula los
músculos, cómo fluye sobre los huesos; en fin, cómo dentro de la organización
física se desenvuelve lo que es la voluntad. Sólo por una nueva impresión exterior,
sobre la que podemos formarnos un pensamiento, percibirnos el brazo levantado o
la mano levantada. Si realmente buscarnos el íntimo conocimiento del alma,
hemos de decir que lo que ocurre entre el pensamiento primitivo, con que
intentamos el movimiento del brazo o de la mano, y la última impresión, se
substrae a la conciencia del mismo modo a como, desde el dormirse hasta el
despertarse, la vida anímica se substrae a la conciencia, con excepción de los
ensueños caóticos que surgen del sueño profundo.
Se puede decir que solamente en cuanto a la
vida del pensar y del representarse, el hombre está plenamente despierto,
mientras que el elemento volitivo encierra en sí mismo un estado de sueño,
incluso en el estado de vigilia; y por paradójico que suene hay que afirmar:
entre el pensamiento, que conduce a un impulso volitivo, y el haber ejecutado
la acción correspondiente existe una transición comparable con lo que sucede
entre el dormirse y el despertarse. El pensamiento se sumerge inconscientemente
en el ámbito volitivo desconocido y vuelve a despertarse cuando observarnos la
acción ejecutada. Cuanto más se penetre en lo enigmático del desenvolvimiento
de la voluntad -sólo puedo expresarlo de un modo alusivo- tanto más se llega a
ver que entre el pensamiento del propósito y aquel que se refiere a la
observación de la ejecución realizada, efectivamente, existe en el hombre una
especie de sueño profundo dentro del estado de vigilia. A este respecto se
produce un notable cambio por medio de determinados ejercicios, a través de
esfuerzos de voluntad. De entre los numerosos ejercicios volitivos, indicados
en mis libros, voy a describir algunos. Por ejemplo, se pueden hacer ejercicios
de voluntad precisamente por ejercicios basados en el pensar. La vida anímica
se caracteriza por el hecho de que, cuando se trata de describir algo anímico,
las facultades que por medio del pensar abstracto tenemos que distinguir (el
pensar, el sentir y el querer) en realidad no están abstractamente separadas
entre sí sino que las mismas se entrelazan recíprocamente. La voluntad se
entrelaza con el pensar cuando asociamos entre sí pensamientos y volvemos a
separarlos, etc. Uno de los ejercicios de voluntad consiste en que, aquello
que, según el curso
de los sucesos exteriores se acostumbra a pensar en dirección hacia adelante,
se piensa, arbitrariamente, hacia atrás. Así, por ejemplo, se piensa una poesía
dramática del quinto al primer acto, hacia atrás, es decir, empezando con las
últimas escenas del quinto acto, hacia atrás hasta las primeras escenas del
primer acto; o también se piensa, interiormente, una poesía o una melodía desde
el fin hacia el principio.
Compárese -repito que pareciera extraño- un
ojo cuyo cuerpo vítreo esté enturbiado, enfermo de catarata, de modo que debido
a la opacidad no sirve como órgano de la vista, compáreselo con el ojo sano y
claro. Precisamente, por el hecho de que el ojo sano funciona sin que,
conscientemente, nos demos cuenta de su existencia corpórea, funciona
abnegadamente, por decirlo así, dentro de nuestro organismo y, precisamente,
debido a esto nos sirve como órgano de la vista. Para la vida
común -no se trata de penetrar en los mundos superiores por medio de algo
abstracto, dañino, sino de un modo saludable para la vida común- para ella todo
nuestro organismo físico funciona como gran ojo opaco y, mediante los
ejercicios de voluntad todo nuestro organismo llega a ser transparente. La
voluntad se espiritualiza. Penetramos entonces en lo que se halla entre los dos
pensamientos: entre el pensamiento que se propone el fin de una acción y aquel
que observa la acción concluida. Al hacerse nuestro organismo plenamente
transparente para el alma ,
penetramos en el mundo
espiritual. He aquí de qué se trata. Como el ojo no existe para sí mismo dentro
del organismo, así también deja de existir todo el organismo físico, si se
sigue haciendo dichos ejercicios de la voluntad: en cierto modo el organismo se
torna transparente. Y así como el organismo físico funciona de tal manera que
por sus instintos, impulsos, emociones, y todos sus procesos orgánicos, abraza
nuestros impulsos volitivos, haciéndolos opacos, sumergiéndolos en un sueño
profundo, así todo ahora se torna transparente, tal como a través de su cuerpo
vítreo todo lo material del ojo resulta ser transparente. Y como resultado de
haber hecho de todo nuestro organismo físico un órgano sensorio transparente,
hemos ahora desarrollado hasta un grado superior, una fuerza del alma, la que,
yo sé, muchos no la quieren considerar como fuerza de conocimiento.
Ciertamente, tal como ella aparece en la vida común, no se la debe considerar
como fuerza del conocimiento, pero como se la desarrolla a un grado más
elevado, se convierte en fuerza de conocimiento. Me refiero a la fuerza del
amor. En la vida común, la fuerza del amor es el elemento que, como hombres,
ante todo nos da valor como seres sociales. El amor es la fuerza más
grande y más bella de la vida cotidiana, en lo individual y como amor social.
Si lo desarrollamos a un grado más elevado, como esto se puede hacer por medio
de los citados ejercicios de la voluntad y si, de la manera descripta, estos
ejercicios conducen a que nuestro organismo se haga transparente, el amor se
desarrolla a un grado más alto. Así, desarrollamos la fuerza para dar el paso a
lo espiritual objetivo y, así, se alcanza el tercer grado cognoscitivo, que es
el grado de la verdadera intuición, al que he llamado el conocimiento
intuitivo.
La palabra intuición
se usa también en la vida común -volveré a referirme a ella- pero aquí uso el
término conocimiento intuitivo no como en la vida común sino en la forma como
acabo de explicarlo. Se trata de un estado cognoscitivo en que el hombre se
sitúa en lo espiritual, después de haber hecho su cuerpo transparente,
convirtiéndolo en órgano sensorio. Y con este conocimiento se produce otra cosa
más en la conciencia del alma: ahora somos conscientes de que con la voluntad,
así liberada, el hombre puede vivir independientemente de la corporalidad. El
hombre, mediante los pensamientos previamente intensificados, uniéndolos con la
voluntad, en cierto modo vive fuera de su cuerpo; y esto le da la
imagen-reflejo cognoscitiva del suceso de morir. Lo que con la muerte sucede:
el hecho de que lo espiritual-anímico se desliga del cuerpo físico y que
continúa viviendo en una existencia propia en el mundo espiritual-anímico,
después de haber pasado el hombre por el portal de la muerte, esto se percibe
como una imagen-reflejo cognoscitiva por medio del conocimiento intuitivo, al
haber convertido, primeramente, en órgano sensorio todo nuestro organismo, por
medio de ejercicios de voluntad. De la manera descrita, la inmortalidad reúne
en sí la vida prenatal y la inmortalidad propiamente dicha; esto es, el hecho
de que con la muerte física el
alma no puede desaparecer. Lo eterno del alma humana se
compone de la vida prenatal y de la inmortalidad. Se lo puede percibir por medio de
la verdadera investigación antroposófica. Con ello, ante todo, se señala que el
hombre aprende a conocer, por la visión, su propio ser eterno.
Pero cuando de tal manera el hombre aprende a
conocer su propio ser anímico-espiritual, igualmente, se aprende a conocer el mundo circundante
espiritual-anímico. Por el conocimiento inspirativo y el intuitivo llega a
conocer el mundo
espiritual-anímico, en que el
alma vive antes de la concepción y después de la muerte: un
mundo de verdaderas entidades espirituales. Así como ante nosotros se extiende el mundo sensible, al que
percibimos por medio de los sentidos como el mundo en que viven los seres sensibles, así
también ante el alma ,
que es consciente de su propia existencia espiritual-anímica, se extiende el mundo espiritual-anímico,
del que hemos salido al producirse la concepción y el nacimiento y en el que
volvemos a entrar a través del portal de muerte. Y así como de nosotros se
desprende la propia corporalidad, también cesa lo que en sentido
físico-corpóreo nos había unido con otros hombres y, en cuanto a nuestro ser
espiritual-anímico, volvemos a encontrarnos con ellos. La inmortalidad, la
morada en el mundo
espiritual, se muestra efectivamente como resultado cognoscitivo. Además, para
la visión que se puede desarrollar de la manera descripta, también se alcanza
conocer aquel mundo espiritual-anímico que se halla escondido en la naturaleza
espiritual, como lo están los colores y los sonidos en el mundo sensible, ese mundo
espiritual-anímico que constantemente nos rodea y que no es posible investigar
sobre la base de las leyes del conocimiento de las ciencias naturales, por
medio del pensar abandonado a sí mismo. Y de por sí toda la naturaleza se nos
presenta entonces como algo distinto de lo que ella es para la observación
sensible. No como si la naturaleza exterior desapareciese en cuanto a sus
cualidades y substancias materiales, sino que ella sigue existiendo para el
conocimiento suprasensible, al igual que el hombre sano, dotado del sentido
común, sigue existiendo al lado de la personalidad que se desarrolla por las
fuerzas cognoscitivas superiores. Pero juntamente con la naturaleza exterior se
nos presenta una naturaleza espiritual, suprasensible. Lo que parece ser una
contradicción, lo voy a explicar mediante un ejemplo de tal visión espiritual
dentro de la
naturaleza. Para la concepción científica común, el sol con sus contornos se
presenta en el universo. Por la astronomía y la astrofísica construimos el
aspecto del sol en cuanto existe y actúa en el espacio físico. Pero para la
investigación que se basa en las facultades superiores, tal como las he
descripto, el sol
se presenta además como algo bien distinto, pues se llega a saber que aquello
que, en el espacio existe como el cuerpo físico del sol, no es sino el
vehículo, el cuerpo de algo espiritual; pero esta espiritualidad se extiende
por todo el espacio a nuestro alcance. Las fuerzas solares obran en todo este
espacio y estas fuerzas fluyen a través de los minerales, vegetales, animales y
nuestra organización humana. Estas fuerzas solares, en cierto sentido, se
hallan consolidadas y concentradas en lo espacial-físico exterior del cuerpo
del sol; pero, también, existen por doquier.
Así como llegamos a conocer la naturaleza
exterior, expresándola mediante pensamientos abstractos y a través de la
representación gráfica exterior, así también obra en lo profundo de la
naturaleza espiritual de nuestro ser la base espiritual de la naturaleza. Si
observamos los pensamientos abstractos en nuestro interior: son imágenes de la
naturaleza física exterior. En cambio, si observamos lo espiritual del mundo
exterior y si percibimos la fuerza solar en nuestro propio interior, sólo
entonces llegamos a conocer nuestra organización, pues descubrimos la fuerza
solar en la propia naturaleza humana, en todas las fuerzas que, intensamente,
actúan mientras se desarrolla nuestro crecimiento; se trata de las fuerzas que,
en nosotros, actúan durante la infancia, las fuerzas que, principalmente,
emanan del cerebro y que, ante todo, son activas como fuerzas plásticas durante
la niñez para formar nuestro organismo físico. Llegamos a conocer la expresión
de la fuerza solar en nuestro propio organismo y conocemos, también, cada uno
de los distintos órganos, a saber: el corazón, el pulmón, el cerebro, etc., en
cuanto en ellos existe la expresión particular de las fuerzas solares. Los
conocemos, a cada uno de ellos, con respecto a las fuerzas plásticas formativas
en su relación con lo solar. Y no vacilo en describir, por lo menos en lo
fundamental, todo esto que a los hombres de nuestro tiempo todavía les parece
paradójico o fantasioso; pero se trata de resultados seguros de la
investigación antroposófica.
Análogamente a como conocemos las fuerzas
solares, también llegamos a conocer las fuerzas lunares; de la luna física
conocemos los contornos físicos; pero las fuerzas lunares igualmente se extienden
por todo el universo a nuestro alcance y estas fuerzas, a su vez, influyen en
todos los reinos de la naturaleza, en lo mineral, lo vegetal, lo animal, como
asimismo en nuestro organismo físico. En todo el organismo humano llegamos a
conocer el íntimo obrar de las fuerzas lunares, las fuerzas catabólicas, las
que son particularmente activas cuando nos encontramos en la fase evolutiva
descendente, del envejecimiento. Pero estas fuerzas catabólicas, al igual que
las fuerzas solares, siempre actúan en el proceso de la nutrición, tanto en la
juventud como más tarde en la
vida. Llegamos a conocer el hecho de que todo el cosmos
influye en el organismo humano y esto, también, nos hace conocer todos los
procesos que existen en el organismo humano, la relación del cosmos con la
entidad humana. Y así como acabo de explicar lo fundamental de lo solar y de lo
lunar, también es posible exponer otros aspectos cósmicos. De esta manera, se
llega a conocer la relación entre la entidad humana y el espíritu de la naturaleza
dentro del cosmos, de un modo más íntimo de lo que la ciencia común y la vida
común la conocen.
Con lo expuesto, también, he arribado al punto
en que es posible hablar de que la Antroposofía, si bien de la manera descripta
se ha desarrollado como ciencia de lo suprasensible, no por eso deja de ser
fecunda en cuanto a la vida práctica y en las distintas ciencias de todos los
campos de la
existencia. En primer lugar, he de destacar que, por el hecho
de comprenderla en su relación con el cosmos, el conocimiento de la naturaleza
humana se hace asequible en un sentido bien distinto de lo común. Ya el
organismo físico humano se presenta, entonces, como una suma de procesos: lo
que, comúnmente, aparece como corazón aislado, pulmón aislado, cerebro aislado,
se convierte, de un modo antes desconocido, en procesos, en algo que va
desarrollándose. Se llega a conocer que, de distintas maneras, en cada órgano
actúan fuerzas constructivas, anabólicas, y fuerzas destructivas, catabólicas;
así, se puede establecer una fisiología y una biología espirituales. Ante todo,
dichos conocimientos resultan ser fecundos en el campo de la medicina, en
cuanto a la patología y la terapéutica, la ciencia médica en general. Quien, de
la referida manera, comprende el organismo humano, también llegará a conocer
las fuerzas anormales anabólicas, esto es, los procesos proliferantes en el
organismo humano, como asimismo las fuerzas anormales catabólicas, o sea, los
procesos inflamatorios, etc., según sus causas. Además, con respecto a un anabolismo
anormal, es decir, un proceso proliferante, por ejemplo, también se conocerá el proceso contrario por el obrar conjunto de lo
solar y de lo lunar: se sabrá descubrir el correspondiente remedio en una
planta, en un mineral. Se sabrá que un proceso proliferante en el organismo
humano se relaciona con un proceso catabólico en una planta, un mineral y cosas
parecidas. En fin, en vez del mero tentar en cuanto a los remedios, se alcanza
un claro conocimiento con respecto a cómo todo lo que existe en la naturaleza
puede obrar en el organismo humano a través de los procesos catabólicos y
anabólicos y por los procesos cósmicos que actúan en todos los seres.
Exponiéndolo en sus pormenores impresiona de un modo tan fecundo que,
efectivamente, numerosos médicos se sintieron inducidos a interesarse por lo
racional de tal medicina. En Dornach, cerca de Basilea, Suiza, y también en
Stuttgart ya existen institutos médico-terapéuticos, bajo la dirección de
especialistas, los que van introduciendo en la medicina lo fructífero que, por
la investigación antroposófica, sobre fundamentos espirituales, se puede añadir
a lo que la investigación exterior de las ciencias naturales es capaz de
encontrar con respecto al cuerpo humano y los medicamentos. Ante todo es
preciso afirmar: ni en este campo ni tampoco en cualquier otro la Antroposofía
tiende hacia una oposición injustificada contra el método científico de nuestro
tiempo. Por el contrario, la Antroposofía, correctamente concebida, tiene su
fundamento en el método estrictamente científico y de ningún modo tiende a
combatir la medicina tradicional, sino que únicamente desea ampliar su
desarrollo.
Lo artístico es otro campo. La Antroposofía
existe desde hace dos decenio (desde principios del siglo veinte). En un
momento determinado, sucedió que representantes de la concepción antroposófica
del mundo sintieran la necesidad de construir, para la Antroposofía, la casa propia. Debido
a circunstancias que no hace falta explicar, este edificio se construyó en
Suiza, cerca de Basilea. Podemos preguntar: ¿cómo se hubiera hecho esta
construcción por iniciativa de otro movimiento espiritual? Ciertamente, dentro
de otro movimiento espiritual se hubiera llamado a un arquitecto y éste hubiera
creado un edificio, según el estilo del Renacimiento, rococó, románico o
gótico, o bien, una construcción mixta; en fin, un edificio simplemente como
marco exterior de lo que en él se lleva a cabo. La Antroposofía no lo puede
hacer de tal manera, pues ella no quiere expresar ninguna teoría, nada que
tenga que ver con el intelecto humano, nada que se podría realizar dentro del
marco de un edificio cualquiera, sino que la Antroposofía se propone dirigirse
al hombre como un todo. Del mismo modo que ella habla de todo el organismo
humano como órgano sensorio, así también lo que, a través de ella, aparece en el mundo , es expresión de la
totalidad del ser humano. No es imaginable que la cáscara de la nuez estuviese
formada según otras leyes que las que forman la carne de la nuez. Algo parecido
ocurre cuando la Antroposofía se propone construir un edificio, pintar, hacer
esculturas, etc. Para crear el
marco respectivo, se requiere que, en cierto modo, todo lo
artístico emane de las mismas leyes en que se basan las ideas que, por la
visión del mundo espiritual, se pronuncian desde el estrado. En virtud de ello,
no se ha elegido un estilo arquitectónico común, ya existente, sino que se ha
creado un estilo nuevo. Por imperfecto que se presente, se ha hecho algo nuevo.
Se ha aspirado a algo que se puede caracterizar como sigue: en el edificio,
construido en Dornach, la formación de cada pared, de cada columna, de cada
escultura y pintura, debió ser la manifestación de lo mismo que las ideas que,
desde el estrado, se expresan como Antroposofía y que, por la visión, se traen
de los mundos superiores. La palabra que se pronuncia no es sino una forma por
la que se expresa lo que, artísticamente, va formando el ambiente; todo está
vertido en formas artísticas.
Para dar la más íntima expresión de su teoría
del arte, Goethe ha dicho: "El arte es una
manifestación de las leyes ocultas de la naturaleza, las que, de otro modo,
jamás se manifestarían"; y él ha expresado otra palabra significativa:
"El que está por captar la revelación de los más íntimos secretos de la
naturaleza, siente el profundo anhelo de su más digno intérprete, el
arte". Este anhelo se siente más intensamente cuando, por la visión
suprasensible, se revela en el
alma el espíritu que obra en la naturaleza: lo que así se
obtiene no son alegorías abstractas, antes bien, verdadera formación espiritual
y, con ella, surge la sensibilidad con respecto al material para trasladar las
formas espirituales a los distintos materiales como algo verdaderamente
artístico. De tal manera, la Antroposofía va fecundando todos los campos
artísticos.
En tercer lugar, se evidencia en la pedagogía
lo fecundo de la Antroposofía, con nuevos impulsos para la vida. Al fundarse y al
producirse el rápido crecimiento de la escuela libre "Waldorf", en
Stuttgart, esta nueva pedagogía ha sido descripta en muchas conferencias y en
escritos. Se trata, precisamente, de transformar espontáneamente lo que la
Antroposofía puede dar en habilidad, especialmente, en habilidad
pedagógico-didáctica; pero no se trata de inculcar a los alumnos de las escuela
ideas antroposóficas. En virtud de que la Antroposofía da un verdadero
conocimiento del ser humano, proporciona, también, el fundamento espiritual
para ejecutar lo que realmente existe como buenas máximas dadas por los grandes
pedagogos del siglo XIX. Para la práctica pedagógico-didáctica es preciso
poseer el verdadero conocimiento del ser humano; y si se conoce plenamente la
totalidad del ser humano, constituido por cuerpo, alma y espíritu, será posible
leer en la naturaleza del niño mismo el plan y los fines de la enseñanza, según
todas las edades del educando.
Por último, y refiriéndome a otros campos más,
quiero hacer constar que la Antroposofía, basándose en los conocimientos de
todo lo concerniente al ser humano, también puede dar ideas fecundas para la
vida social. Hemos visto que la aplicación unilateral del modo de pensar de las
ciencias naturales llega a sus límites, sin poder comprender la verdadera
naturaleza del ser humano, y que dicho modo de pensar tiene que surtir efectos
destructivos cuando se vierte en los impulsos sociales. No creo que, en amplios
círculos, ya existe el discernimiento libre de prejuicios para poder comprender
cuán destructivo, para toda la civilización de la humanidad, resulta ser lo
que, en el este de Europa, como consecuencia de la concepción que meramente se
basa en lo natural, se ha convertido en realidad práctica como impulsos para la
vida social y, al mismo tiempo, en ilusiones realizadas. Sobre toda la actual
civilización se cierne, como una gran amenaza, lo que en el este de Europa ha
tomado su comienzo destructivo. Si se profundizan también los impulsos
sociales, pero sin basarse exteriormente en lo instintivo y lo meramente
natural en el ser humano, y sin considerar las acciones humanas libres como
meros instintos superiores, sino reconociendo la verdadera libertad espiritual
del hombre como, según los principios antroposóficos he tratado de describirla,
al principio de la década de 1890, en mi libro "La Filosofía de la
Libertad", entonces se crearán impulsos sociales que tomarán en
consideración la convivencia de los hombres, según la totalidad de su ser, y
que podrán corregir y espiritualizar lo que, en la actualidad, se cierne como
fuerza destructiva, cual un horrible espectro del futuro, sobre la civilización
humana.
He mencionado algunos ejemplos para demostrar
de qué manera la Antroposofía puede dar impulsos fructíferos para la vida. Si se considera
libre de prejuicios la vida ética y moral, como en el referido libro "La
Filosofía de la Libertad" he tratado de hacerlo, y de colocarla sobre una
base segura, se encontrará el concepto de la intuición. En dicho
libro, he podido mostrar que aquello que vive en la conciencia moral (en el
fuero interior moral), se ha obtenido espontáneamente de los mundos
espirituales, mediante una intuición inconsciente del pensar puro, esto es,
mediante una inconsciente intuición moral. Los verdaderos impulsos morales, que
surgen del fuero interior, son intuiciones morales provenientes del mundo
espiritual, pero su verdad sólo se concibe por medio de los conocimientos
inspirativos e intuitivos, como antes los he descripto desde puntos de vista
antroposóficos.
Con sus conocimientos la Antroposofía también
responde los sentimientos más íntimos y más importantes del alma humana; ante
todo a la reli giosidad. Decir que la
Antroposofía quiere fundar una secta o una nueva reli gión
equivaldría a una calumnia, pues al apoyarse en los fundamentos del
conocimiento, como los he descripto, no puede propender a lo sectario, ni
tampoco fundar una nueva reli gión.
Pero a las distintas reli giones y a
los anhelos reli giosos les ayuda, en
un sentido favorable, mediante el conocimiento suprasensible; y se podría
suponer que, justamente, los representantes de las distintas confesiones
deberían sentir profunda satisfacción si, en nuestro tiempo, aparece una
corriente espiritual que, a través del conocimiento, fundamenta lo que busca la fe. Tampoco se
comprende que las autoridades de las distintas confesiones no consideren la
Antroposofía como un fortalecimiento de la vida reli giosa,
sino muchas veces como algo opuesto. Si ellas llegaran a conocer la
Antroposofía, según sus fundamentos, no meramente por un juicio superficial,
podrían considerarla como el más firme sostén de la verdadera reli giosidad y de la vida reli giosa,
pues is para la inquietud del alma, no sólo en el mundo de los sentidos, sino
desde los mundos suprasensibles, se enciende la luz del conocimiento, esto no
podrá influir desfavorablemente sobre la fe, sino que le da un fuerte apoyo de
verdadera reli giosidad y, también,
en lo moral se abren para el alma
poderosas fuentes de bondad. Para su actuar moral recibe el contenido, la
seguridad y los fines de la vida, pues sabe considerarse como partícipe del
mundo espiritual, así como el cuerpo físico forma parte del mundo sensible.
Considerándose como partícipe del mundo espiritual, el hombre volverá a sentir
su verdadero valor humano y alcanzará la verdadera ética y moral, dignas de un
ser humano.
Permítaseme,
por consiguiente, resumir mediante una imagen lo que he querido exponer como
los fundamentos de la
Antroposofía. Se nos presenta el ser humano, se nos presenta
su corporalidad física, pero sólo conoceremos toda su naturaleza si nos damos
cuenta de que su fisonomía es expresión de su alma; si consideramos sus
movimientos como expresión y revelación de lo físico-natural de su corporalidad
y si, a través de su existencia físico-corpórea, vemos translucir lo
anímico-espiritual. Las ciencias naturales, plenamente reconocidas por la
Antroposofía, en cuanto a sus designios justificados, nos dan en cierto modo
los conocimientos del universo exterior. El conocimiento mismo de la naturaleza
físico-sensible constituye algo corpóreo en su interpretación intelectual. Pero
así como el ser humano sólo se nos presenta en su totalidad, si a través de
aspecto físico-corpóreo se revela su ser anímico-espiritual; así también el
conocimiento de la naturaleza se nos presenta en toda su amplitud, si a través
de todo lo que la naturaleza nos ofrece como hechos, experimentos, revelaciones
y sus propias leyes se expresa, como una maravillosa fisonomía, el conocimiento
de un mundo espiritual-anímico. Para el cuerpo representado por el conocimiento
que se nos presenta en las ciencias naturales exteriores, la Antroposofía
quisiera ser al alma, el espiritual de un verdadero, amplio conocimiento del
ser humano y del mundo.
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