Edward BACH nació el 24 de septiembre
de 1886 en Moseley, un pueblito cerca de Birmingham, Inglaterra. La procedencia
familiar se situaba, no obstante, en el país de Gales y, tal vez esto explique
parte de su amor por la naturaleza entendida en términos espirituales, una de
las características de su pueblo originario, con el que siempre mantuvo lazos
de profundo afecto. A temprana edad se destacaba por su intelecto capaz, ávido,
de profunda concentración y firme determinación.
Fue un joven ‘idealista’, con altos valores
morales y buen sentido del humor. De carácter silencioso, se lo podía ver
caminando a solas o sentado al pie de un árbol durante varias horas. Al
finalizar el ciclo de escolaridad secundaria, con el propósito de aprender el arte
de curar y para costearse los estudios, trabajó durante tres años en las
industrias de su familia, aunque no por necesidades económicas. Esta decisión
le permitió vivenciar la dura vida obrera mediante lo cual pudo observar con
mayor profundidad la naturaleza humana. Ingresó
al Cuerpo de Caballería de Worcestershire a los diecisiete años, lugar en el
que pudo expresar su amor por los animales y mantenerse en contacto con la
naturaleza. Ya por entonces sentía cierta disconformidad con los tratamientos
paliativos que recibían sus compañeros de trabajo cuando enfermaban y comenzó a
creer que debería haber un modo eficaz de cura, incluso para las enfermedades
consideradas por entonces incurables.
Ingresó con veinte años en la Universidad
de Birmingham. Finalizó en 1912 sus estudios con la práctica en la University
College Hospital de Londres, en el que permaneció largos años. En 1913 logró el
título de Bacteriólogo y Patólogo y al año siguiente, a fines de 1914, el Diploma
de Salud Pública de Londres.
Aliviar el sufrimiento humano se convirtió en otro de sus compromisos
fundamentales, lo cual le privó del contacto con la naturaleza ya que la
mayoría del tiempo permaneció en los laboratorios hospitalarios.
No podía concebir que un mismo tratamiento para las personas que sufren
la misma enfermedad funcionara para unas y no para otras. Había algo más que la
enfermedad orgánica, se trataba de las características individuales, la
personalidad.
En 1913 fue nombrado responsable de atender las urgencias del University College Hospital y del Nacional Temperante Hospital, función que tuvo que abandonar meses después por graves problemas de salud. Al recuperarse abrió un consultorio, aunque a pesar de tener cada vez más pacientes, se sentía insatisfecho de los resultados que obtenía con los tratamientos de la medicina ortodoxa. Se dirigió entonces al campo de la inmunología para encontrar algunas respuestas. Y fue así que gracias a sus conocimientos como Bacteriólogo, descubrió la relación de algunas bacterias intestinales con las enfermedades crónicas. Las dolencias mejoraban con la inyección parenteral de algunas bacterias específicas.
En 1913 fue nombrado responsable de atender las urgencias del University College Hospital y del Nacional Temperante Hospital, función que tuvo que abandonar meses después por graves problemas de salud. Al recuperarse abrió un consultorio, aunque a pesar de tener cada vez más pacientes, se sentía insatisfecho de los resultados que obtenía con los tratamientos de la medicina ortodoxa. Se dirigió entonces al campo de la inmunología para encontrar algunas respuestas. Y fue así que gracias a sus conocimientos como Bacteriólogo, descubrió la relación de algunas bacterias intestinales con las enfermedades crónicas. Las dolencias mejoraban con la inyección parenteral de algunas bacterias específicas.
En 1914 fue rechazado para el servicio bélico fuera del país,
probablemente por su frágil salud. Con todo, quedó como responsable de 400
camas en el University Collage Hospital, con el trabajo en el Departamento de
Bacteriología del Hospital de la escuela de Medicina de 1915 a 1919.
Enfermo y fatigado sufre una hemorragia en julio de 1917. Sometido a una
cirugía de urgencia se le comunicó que, a pesar de que se le hubiera extirpado
el tumor, podría presentársele una metástasis y tal vez no tuviera más de tres
meses de vida.
Permaneció esos tres meses en cama.
Como sintió una mejoría, reunió sus fuerzas y se marchó al laboratorio a
trabajar. Se sumergió en la investigación día y noche. No sólo no pensaba en su
enfermedad porque tenía la mente ocupada sino que además, el volver a trabajar
en función del propósito de su vida le traía energía para proseguir.
En poco tiempo se encontraba totalmente recuperado y había sacado de su
mente todo lo que le había sucedido. Sus colegas médicos no comprendían lo que
había sucedido.
Cada vez era más conocido por sus descubrimientos en el campo de la
Bacteriología. Trabajó de modo
exclusivo para el University Colege Hospital y después como Bacteriólogo del
London Homeopathic Hospital, permaneciendo allí hasta 1922.
Fue en esta
circunstancia que conoció la doctrina del Dr. Hahnemann y su libro básico, el Organon del arte de curar, escrito más
de cien años antes. Descubrió la genialidad
de Hahnemann, se dio cuenta que podía combinar sus principios con los de
la Homeopatía
y comenzó a preparar sus vacunas con la metodología homeopática y a
administrarlas por vía oral y ya no por vía parenteral como se practicaba hasta
entonces. Los resultados fueron brillantes.
Estableció una afirmación: no se debía repetir la dosis mientras que la
anterior estuviera actuando, dado que los mecanismos de curación se relacionaban
con el individuo como un todo.
El trabajo de bacteriólogo y patólogo en el Hospital Homeopático de
Londres crecía tanto que se le volvía prácticamente imposible el desarrollo de
otras actividades, ya que todavía tenía su consultorio en Harley Street y un
pequeño laboratorio en el centro de Londres donde trataba a los pacientes de
manera gratuita.
Posteriormente abrió un gran laboratorio en Park Crescent que duró
muchos años y que dejó de funcionar sólo cuando Bach dejó la ciudad de
Londres.
En 1926 publicó con C.E. Wheller, Cronic disease- A working hipotesis. En esta época los nosodes intestinales ya eran conocidos como ‘Nosodes de Bach’. Se los utilizaba en toda Gran Bretaña y también en varios otros países.
En 1926 publicó con C.E. Wheller, Cronic disease- A working hipotesis. En esta época los nosodes intestinales ya eran conocidos como ‘Nosodes de Bach’. Se los utilizaba en toda Gran Bretaña y también en varios otros países.
Bach comenzó entonces a intentar sustituir
los nosodes por remedios preparados en base a plantas y fue en este momento que
utilizó el sistema homeopático de dilución, potencialización y agitación de las
flores que trajo de Gales en 1928. Estas plantas eran Impatiens y Mimulus. Poco
después preparó también otro con Clematis y Star of Bethlehem, con resultados
altamente estimulantes.
Asimismo, comenzó a identificar a los individuos en grupos según su
comportamiento, como si sufriesen del mismo problema, de este modo creyó que
debería existir un remedio que aliviase el sufrimiento común de cada grupo de
individuos.
Su
etapa productiva
Con las preocupaciones y determinaciones delineadas en su cosmovisión,
la que hizo de su vida la de un gran benefactor de la humanidad, hacia finales de 1929 resolvió
abandonar su encumbrada posición en el seno de la comunidad científica y su actividad
en Londres, el consultorio de Harley Street y los dos laboratorios, con el
propósito de hallar en la naturaleza el sistema de cura que lo motivó desde
niño.
A
pesar de sus esfuerzos, sus pares de la comunidad científica rechazaban de
plano el espiritualismo como vía de acceso a los propósitos de la medicina
entendida como parte de las ciencias naturales, y los homeópatas no aceptaban
entre otras cosas, revisar el método de los opuestos.
Fue entonces cuando abandonó los beneficios de la ciudad y una carrera
prominente en la sociedad médica londinense y a sus cuarenta y cuatro años
volvió a Gales, su tierra natal. Al llegar descubrió que por error llevaba una
maleta con zapatos en lugar de una con el material necesario para preparar los
remedios Homeopáticos (mortero, frascos, etc.). En mayo del siguiente año, Bach
estaba caminando de mañana por el campo, como solía hacer con frecuencia,
observó en las flores gotas de rocío sobre sus pétalos y que el sol, al incidir
sobre ellos, extraería sus poderes curativos. Pensó entonces que si recogiese
el rocío de estas flores después de la salida del sol pero antes de que se
evaporara, tendría un líquido que sería un medicamento.
Recogió estas gotas de algunas plantas no venenosas, como una abeja que
va de flor en flor para hacer miel. Con gran percepción y sensibilidad, que
aumentaba de modo insidioso para su salud y experimentándolas en sí mismo
–según las crónicas-, fue descubriendo lo que las flores tenían de curativo.
Sufrió muchas reacciones, algunas leves, pero otras veces tuvo vómitos, fiebre,
dolores, erupciones, etc.
Como este sistema de recolección era
muy dificultoso y lento y lo importante era la incidencia del sol en los
pétalos y la transferencia de las virtudes curativas a un líquido, colocó los
pétalos en un recipiente de vidrio con agua pura de una fuente, tanta como para
cubrir la superficie, durante algunas horas, un grupo de 3 horas, otro 4 y otro 7, bajo el sol.
Después retiró los pétalos, almacenó la suficiente cantidad cuando empezaba a
marchitarse. El método de reproducción y potenciación de las propiedades del
rocío le parecía perfecto: no se destruían las plantas para hacer el remedio.
Se usaba el aire libre, la luz del sol suministraba calor, el agua y la tierra,
que nutrían la planta, es decir, los cuatro elementos. No se utilizaba un
laboratorio.
Un mes y medio después escribió: Cúrate
a ti mismo que se llamó inicialmente Sal
a la luz del sol (Come out into the sunshine), que fue editado a fines de
1930.
A estas alturas, Bach había fijado su residencia en Cromer, Norfolk,
cerca de la costa. Fue allí donde sistematizó los Doce Remedios Curadores
(Healers), según las crónicas. De agosto a septiembre descubrió otras seis
flores curativas en sus caminatas por la región de Cromer.
A su casa comenzaron a llegar cada vez más personas en busca de sus
remedios, que empezaban a conocerse debido a los resultados maravillosos que
conseguían.
El primer caso fue tratado con Agrimony, se trataba de una señora
alcohólica, con crisis de insomnio y pérdida de conciencia, que se recuperó
totalmente. Bach iba acumulando experiencia en la nueva terapéutica, observando
cuidadosamente la acción de los remedios preparados con las flores y anotando
los casos.
En la primavera de 1931, en el mes de abril parte nuevamente para Gales
en busca de las tres flores restantes para completar los doce estados del
espíritu que había sistematizado. Pero no fue allí sino en Sussex donde
descubrió a Water Violet. La siguiente fue Gentian en Kent, en septiembre.
Todavía faltaba una.
En la primavera del año siguiente, 1932, viaja a Londres en donde
escribe Libérate, en las horas que
pasó bajo los árboles de los parques londinenses, recuperándose. La ciudad, las
multitudes, las corridas, todo lo presionaban. Sólo soportó dos meses y volvió
a los campos de Kent donde encontró a Rock Rose y completó la serie de los Doce
Curadores. Escribió entonces Los Doce
Curadores.
Como la comunidad científica de la
época signada por el dominio del neopositivismo se resistió a aceptar su método
terapéutico, comenzó a difundir los remedios en la prensa común. Estas
publicaciones produjeron un proceso ético que le inició el Consejo Médico
Británico producto del cual no fue expulsado.
En enero de 1933 se fue de Cromer a
Marlon donde buscó los remedios para atender a otros cuatro estados del alma
que ya había diagnosticado pero que todavía no contaban con medicamentos. Ahí
encontró a los denominados “cuatro auxiliares” en las inmediaciones de Cromer,
lugar al que volvió tres meses después y en el que permaneció hasta febrero de
1934. Con el tiempo agregó otras dos flores para completar el Remedio para las
Urgencias. Con éste salvó a un pescador que casi se había ahogado en una
tempestad en la costa de Cromer.
Bach fue desarrollando cada vez más su desapego por las cuestiones materiales. Desde que abandonó la ciudad de
Londres no volvió a cobrar una consulta y vivía de las donaciones voluntarias
de los enfermos. Reinvertía el dinero proveniente de la venta de sus libros
para abaratar aun más el precio de las nuevas ediciones.
En el mes de diciembre en Norfolk,
Cromer, escribió:
“Lo que llamamos Amor es una combinación de
ambición y temor, es decir deseo de tener más y miedo a la pérdida. Por lo
tanto lo que llamamos Amor debe ser ignorancia. El verdadero Amor debe ser
infinitamente superior a nuestra comprensión corriente, algo tremendo, la
completa negación del Ser, la pérdida de la individualidad en la unidad, la
absorción de la personalidad en el todo. Por eso, parece que el Amor es lo que
se opone perfectamente al Yo. Cuando entendamos estos términos, las enseñanzas
de Cristo ya no serán parábolas para nosotros, podremos entenderlas. El Amor de
alguna manera, pone a su servicio la sabiduría.
Hablamos de Amor cuando alguien nos da algo, porque satisface nuestro
ávido deseo por tener más y hablamos de Odio, cuando alguien nos quita algo,
porque estimula nuestro miedo a la pérdida. Cuando nos demos cuenta de que no
tenemos nada que perder en este mundo, sino todo para ganar, entonces no
podremos conocer el Odio, y seremos capaces de Amar a nuestros enemigos, en el
verdadero sentido de la palabra.
El verdadero Amor a Dios o a nuestros semejantes parece ser el deseo de
servir sin esperar recompensa. Es probable que lo más cerca que lleguemos en
nuestra comprensión del Amor sea el Amor por lo inalcanzable, las puestas de sol,
las noches estrelladas, la música y la belleza de las montañas y de las
praderas.
En el fondo de nuestro corazón debemos saber que nuestros enemigos son
aquellos que ceden ante nosotros, porque al hacerlo nos atan, con una atadura
casi imposible de romper y debemos agradecerles que se esfuercen por liberarse.
Cualquier persona a la que podamos influir, controlar, dominar es un
peligro para nuestra libertad. Es lo mismo si nuestra influencia nace del Amor,
del Poder, del Miedo a lo que sea que consiga esa persona de nosotros.
Nuestra Alma debe agradecerles a todos aquellos que se nieguen a ser
nuestros servidores, ya que esto nos priva a ellos y a nosotros de nuestra
individualidad.”
En Abril de 1934 se mudó a Sotwell a una pequeña casa llamada “Mount
Vernon”, donde permaneció hasta su muerte. Fue en esta región donde completó la
serie de las otras tres esencias para publicar: Los Siete Auxiliares y la
Historia de los Viajeros.
En Marzo de 1935 encontró el primero de la serie de los 19 restantes:
Cherry Plum. En los seis meses que seguirían se dedicó casi enteramente a la
búsqueda del resto de la serie. En la mayoría de los casos encontraba la planta
o la flor. Antes de fin de año completó la serie de los 19 y totalizó los 38
Remedios Florales.
Este exhaustivo trabajo: el descubrimiento de las 19 Remedios en tan
poco tiempo -seis meses de intensa actividad interior y desgaste de su energía
vital-, comparándolo con los cinco años que le demandó sistematizar los anteriores
19 Remedios, tal vez haya sido uno de los factores que incidió en el deterioro
definitivo de su salud.
En una carta de
noviembre de 1935 le manifiesta a un paciente que le había preguntado por los
honorarios, que “…por el momento no se preocupe. Nuestro principio es éste:
nosotros usamos sólo las plantas que nos da la Divina Providencia , el arte de la curación es demasiado sagrado
como para ser comercializado y no existe lugar para los beneficios…”
Sus
momentos finales
La exposición física que había
decidido que consistía en vivenciar cada remedio en su persona lo dejaban más
de una vez exhausto y debilitado. Las personas que lo acompañaban fueron testigos
del enorme esfuerzo requerido por semejante dedicación. El grupo estaba formado
por Nora Week, que acabó siendo la base de la continuidad de su trabajo, Víctor
Bullen y el Dr. Wheeler
A comienzos del año 1936, el 8 de enero, escribe su última carta a la
“Junta Médica General” dirigida al Señor
Presidente, en que manifiesta que:
“…Habiendo recibido la notificación de la Junta referida al trabajo
con asistentes no calificados, corresponde que le informe que estoy trabajando
con varios y continuaré haciéndolo.
Como ya le he informado anteriormente
a la Junta Médica ,
considero que es el deber y el privilegio de todo médico el enseñar a los
enfermos y a otros cómo curarse.
Dejo completamente librado a su
discreción los medios a adoptar. Y habiendo comprobado que las flores del campo
son tan simples de usar y tan maravillosamente eficaces en sus poderes
curativos, hice abandono de la Medicina Ortodoxa.
Lo saluda atte. Edward Bach…”
El 21 de mayo del
mismo año escribió un pensamiento filosófico en oposición al pensamiento materialista
de la época. Dijo al respecto:
“…Todo verdadero conocimiento viene solamente
de nuestro interior, en silenciosa comunicación con nuestra propia Alma. Las
doctrinas y la civilización nos han
despojado del silencio, nos han robado la conciencia de que nosotros
sabemos todo lo que sucede dentro de nosotros mismos. Se nos ha llevado a
pensar que son otros los que nos deben enseñar y nuestro propio Ser espiritual
ha quedado sumergido.
La bellota, llevada a cientos de
millas de distancia de su árbol madre, sabe sin que nadie se lo enseñe, cómo
convertirse en un perfecto roble. El pez en el mar y en los ríos pone sus
huevos y se aleja nadando. Lo mismo sucede con la rana, la serpiente pone sus
huevos en la arena y sigue su camino y sin embargo dentro de la bellota y de
los huevos de pez, de rana y de serpiente, se encuentra la sabiduría necesaria
para que los que nacen lleguen a ser tan perfectos como sus padres.
Las jóvenes golondrinas no se pierden en su ruta hacia los cuarteles de
invierno, a cientos de millas de distancia, mientras sus padres siguen ocupados con la segunda prole. Tenemos mucha
necesidad de volver a creer que dentro de nosotros está toda la verdad. De
recordar que no necesitamos ningún consejo, ninguna enseñanza excepto la de
adentro. Cristo nos enseñó que los lirios del campo, sin trajes ni peinados,
están mejor vestidos que Salomón en toda su Gloria. Y Buda nos enseñó que todos
estaríamos en el camino de nuestra realización personal el día que nos libráramos
de sacerdotes y de libros…”
El 24 de septiembre, día de su último
cumpleaños, pronunció una conferencia acerca de la finalización y difusión de
su trabajo, en el seno de la
Logia masónica de Wallingford. Realizó una minuciosa
descripción de los remedios, su utilización, sus virtudes, eficacia y alcance,
e insistió en que lo importante es que se alivia al paciente de las perturbaciones
que padece.
El 26 de octubre realizó un llamado a
sus colegas, en el cual manifestó lo siguiente:
“…Después de muchos años de
investigación he descubierto que ciertas plantas tienen las más
maravillosas propiedades curativas y
que, con la ayuda de las mismas, un gran número de casos que mediante
tratamientos ortodoxos sólo podíamos paliar, ahora son curables.
Es mas, una enfermedad que se avecina puede tratarse y evitarse en esta
etapa en la que la gente dice “quizás seria conveniente llamar a un doctor”.
Pero cuando ganemos la confianza de aquellos que nos rodean y podamos
convencerlos de que hay que atajar a la enfermedad en sus primerísimo estadios
y además, cuando podamos explicarles que en los casos más obstinados y crónicos
es mejor perseverar con el tratamiento, nuestra obra se ampliará
considerablemente. Porque tendremos un ejercito de personas a nuestras puertas,
días, semanas o meses antes de lo que vendrían para curar su enfermedad y en
segundo lugar, ya no llegarán a nosotros los casos crónicos sólo para aliviar sus
dolores o molestias sino también para que sigamos la atención de dichos casos,
con la esperanza de obtener su curación.
Las hierbas mencionadas pueden usarse conjuntamente con cualquier
tratamiento ortodoxo, o agregarse a cualquier receta y acelerarán el proceso
para que el tratamiento de todo tipo de casos, sean agudos o crónicos, resulte
un éxito.
En este tiempo que vivimos la medicina ortodoxa no consigue vencer una
proporción de las enfermedades de este país y ya es tiempo de ganar nuevamente
la confianza de la gente y justificar nuestra noble vocación.
Las flores son fáciles de entender para todo estudiante de la naturaleza
humana y una de sus propiedades es que pueden ayudarnos a evitar que una
enfermedad orgánica se instale cuando el paciente está en ese estado funcional
que tan a menudo precede a las dolencias agudas o crónicas.”
El mismo día 26 de octubre escribe a
sus colegas de Mount Vernon, Wallingford y Berks:
“Queridos amigos, sería maravilloso
formar una pequeña fraternidad sin rango ni oficio, no muy grande y en nada
inferior a la otra, que se dedicara a los siguientes principios.
1-Que nos ha sido revelado un sistema
de curación que no se conocía en la historia de los hombres, ya que, con la
simplicidad de los remedios florales podemos anunciar con seguridad, con absoluta seguridad, el poder de vencer a la
enfermedad.
2- Que nunca criticaremos ni
condenaremos los pensamientos, las opiniones ni las ideas de los otros,
recordando siempre que todos los hombres son hijos de Dios, que cada uno de
ellos lucha a su manera por encontrar la gloria de su Padre.
3- Que salimos, como caballeros
antiguos, a destruir el dragón del miedo, sabiendo que quizá nunca digamos una
palabra de desaliento, sino que podemos llevarles esperanza, y más que nada, certeza,
a aquellos que sufren.
4-Que nunca nos conmoverán el aplauso
o el éxito que podamos encontrar en nuestra misión, sabiendo que no somos más
que mensajeros del Gran Poder.
5-Que cuanto mayor confianza ganemos
de aquellos que nos rodean, proclamaremos que creemos ser los agentes divinos
enviados a socorrerlos en su necesidad.
6-Que a medida que se mejoren,
anunciaremos que las flores del campo que los están curando son el regalo de la
naturaleza, es decir el regalo de Dios, y así los traeremos de vuelta a la creencia
en el amor, la misericordia, y la tierna compasión,
y al Poder Todopoderoso del Ser Superior.”
El mismo día le escribe a Víctor Bullen:
“Querido Vic. Creo que has visto todas
las fases de esta obra. Podemos agradecer este último episodio del doctor Max
Wolf. Es una prueba del valor de nuestra obra, cuando los agentes materiales se
levantan para distorsionarla, porque la distorsión es un arma mucho mayor que
el intento de destrucción.
La humanidad pidió el libre arbitrio y
Dios se lo otorgó, por lo tanto el hombre siempre debe tener una opción. En
cuanto un maestro da su obra al mundo debe surgir una versión distorsionada de
la misma. Esto le ha sucedido tanto a los más humildes como nosotros, que hemos
dedicado nuestro servicio al bien de nuestros semejantes, como al más elevado
de todos, a la divinidad de Cristo.
La distorsión debe surgir para que las
personas puedan elegir entre el oro y la escoria. Nuestra obra adhiere a la
simplicidad y pureza de este método de curación y cuando sea necesaria una
nueva edición de Los Doce Curadores,
debemos ampliar la introducción, para destacar con firmeza la ausencia de
efectos dañinos, la simplicidad y los milagrosos poderes curativos de los
remedios, que se nos han mostrado a nosotros a través de una fuente que es
mayor que nuestro entendimiento.
Ahora siento, querido hermano, que
encuentres cada vez más necesario entrar en un silencio temporal, tú tienes en
tus manos toda la situación y puedes manejar todos los asuntos conectados con
los pacientes o con la administración de esta obra de curación, sabiendo que a
personas como nosotros, que desean la gloria del auto-sacrificio, la gloria de
ayudar a nuestros hermanos, una vez que nos ha sido dada una joya de tal
magnitud, nada nos puede desviar de nuestro sendero de amor y obligación para
exhibir su lustre, pureza y sencillez a las personas de todo el mundo.”
Última
carta a su equipo de trabajo y a Max Wolf
“Queridas y
encantadoras personas:
Hay momentos como
este en que espero una invitación a algo que no sé muy bien.
Pero si todas las
llamadas llegaran en un instante, me gustaría ir con vosotros, vosotros tres,
para llevar la magnífica obra que hemos iniciado. Una obra que puede escamotear
al mal todos sus poderes, la obra que puede hacer libres a los hombres.
Esto, que he
intentado escribir debería ser agregado a la nueva edición de Los doce curadores.
Edward Bach escribió Los doce Curadores y otros Remedios.
Expuso en términos de simple comprensión los 38 estados mentales
anímicos-emocionales.
Decidió dirigirse al dr. Max Wolf, miembro conspicuo de
la masonería inglesa, quien lo enfrentó y del que temía una posible distorsión
de la obra:
“Querido
hermano, es posible que la mayor lección de vida que podamos aprender es la
libertad. Libertad en relación con las circunstancias, el ambiente, las otras
personalidades y para muchos de nosotros, libertad en relación con nosotros
mismos.”
Enfermó gravemente desde octubre, a
fines de 1936, y luego de una leve mejoría, murió el 27 de noviembre en su
casa de Mount Vernon.
Gabriela Ricciardelli
Dra. H. C. en Medicina Floral
Gabriela Ricciardelli
Dra. H. C. en Medicina Floral