Una antigua leyenda celta cuenta que el Roble y el Acebo eran hermanos gemelos, ambos reyes y también viejos enemigos,
aunque a pesar de su enemistad no estaban completos uno sin el otro. En cada
solsticio los hermanos luchaban venciéndose mutuamente. Cuando el Rey Roble,
quien ejercía su influencia durante el verano -época de su mayor esplendor-
comenzaba a perder sus hojas, era señal que empezaba el invierno y junto con él
iniciaba su reinado el Rey Acebo quien había triunfado conservando sus hojas
verdes y sus bayas rojas en la mitad más oscura y fría del año.
En las batallas por la luz y la oscuridad, los hermanos no morían aunque se remontaban a las llanuras astrales para servir a la diosa Arianrhod en su rueda de estrella de plata y esperan el momento de su solsticio de reencarnación.
Durante el solsticio de invierno los
celtas utilizaban acebo, hiedra y muérdago para adornar sus casas con el fin de
atraer suerte y prosperidad. En el ritual que realizaban para esta fecha
sacrificaban al Rey Roble –el señor del verano- con una lanza de punta de acebo
simbolizando a dicho rey. Al final de cada periodo de regencia se llevaba a
cabo el sacrificio del rey.
Dado que la evangelización de las islas celtas no provocó como en otras regiones una ruptura radical con las antiguas tradiciones, sino que se produjo una transición gradual, el cristianismo asimiló muchas de las costumbres druidas. Así, el rey de los robles que pierde la cabeza durante el solsticio invernal, era equiparado a Juan el Bautista: «A él le toca crecer, a mí menguar». El alma colectiva de los británicos redescubrió de esta manera en Jesús -la encarnación del Yo Superior- a su antiguo Rey Acebo.
Dado que la evangelización de las islas celtas no provocó como en otras regiones una ruptura radical con las antiguas tradiciones, sino que se produjo una transición gradual, el cristianismo asimiló muchas de las costumbres druidas. Así, el rey de los robles que pierde la cabeza durante el solsticio invernal, era equiparado a Juan el Bautista: «A él le toca crecer, a mí menguar». El alma colectiva de los británicos redescubrió de esta manera en Jesús -la encarnación del Yo Superior- a su antiguo Rey Acebo.
Simbólicamente se refiere a ‘Afrontar la vida con Dignidad y Honor’.
Así como el Roble es el rey del reino verde y gobernante de los meses de verano
cuando el sol está más cerca de la tierra y arroja más luz sobre los días, el
acebo es su opuesto, es el soberano del reino blanco, el rey de los meses más
oscuros del año, los meses lunares cuando invade la noche.
Precisamente, cuando todas las demás especies han perdido sus colores y se encuentran en un estado latente el Acebo conserva y muestra sus vivos colores en el paisaje invernal como recordatorio simbólico de bienaventuranzas, de la belleza interior incluso en tiempo de latencia, de la energía de vida y amor siempre presente.
Precisamente, cuando todas las demás especies han perdido sus colores y se encuentran en un estado latente el Acebo conserva y muestra sus vivos colores en el paisaje invernal como recordatorio simbólico de bienaventuranzas, de la belleza interior incluso en tiempo de latencia, de la energía de vida y amor siempre presente.
Está asociado con el elemento fuego al
igual que el Roble.
El Fuego interior se convertirá en una antorcha que nos guíe y nos colme de valor y coraje para enfrentar situaciones difíciles. La danza activa del elemento fuego, nos conecta con la alegría de vivir y con la fuerza interna para buscar nuevos horizontes y atravesar nuevos retos.
El Fuego interior se convertirá en una antorcha que nos guíe y nos colme de valor y coraje para enfrentar situaciones difíciles. La danza activa del elemento fuego, nos conecta con la alegría de vivir y con la fuerza interna para buscar nuevos horizontes y atravesar nuevos retos.
Las espinas de sus hojas nos preparan
para la batalla, así como los antiguos utilizaban su madera para la construcción
de puntas de lanza: “Cuando te sientas
desamparado invoca las cualidades protectoras del acebo y pronto te darás
cuenta que ya no necesitas estar a la defensiva. El acebo va a proteger y
fortalecer la victoria”.
Los antiguos celtas lo llamaban
"árbol sagrado" por considerarlo
protector y de buena suerte. El rojo de sus bayas representa el
nacimiento y el verde de las hojas, la tierra. Incluso los hombres portaban una
bolsa con hojas y bayas para aumentar la capacidad de atracción hacia la mujer por considerarlo un árbol masculino. La planta equivalente para las mujeres sería Ivy o Poison Oak.
Como gobernante del invierno, el acebo se
asocia también con los sueños y el subconciente. Los Duidras solían invocar la
energía del acebo para la asistencia en el trabajo de sueño, así como de viaje
espiritual.
También los Jíbaros preparaban una
infusión de acebo con el propósito de aligera el alma, inducir dulces sueños y
a su vez proporcionar fuerza y agilidad.
En una leyenda galesa, el joven Taliesin
rescata a Elfin, su padre adoptivo, quien lo salvara de morir ahogado, mediante
una apuesta de caballos a su rey captor. Taliesín cortó veinticuatro ramas de
acebo, las chamuscó en el fuego y las hizo colocar en cada uno de los caballos
del malvado rey durante la carrera para que los animales perdieran sus fuerzas
y así liberar a su padre.
Por su parte, los romanos pre-cristianos
consideraban al acebo como planta del dios Saturno cuya festividad se celebraba
el 25 de Diciembre.
Durante
las alegres Saturnalias, fiesta que celebraban los romanos paganos del 17 al 24, y el 25 el nacimiento de dios sol, cuando los señores servían a sus esclavos y
cada casa elegía a un rey del carnaval, los romanos se regalaban entre sí hojas
y ramas de acebo.
La introducción del acebo como planta
navideña se atribuye a la Iglesia Católica, en un intento por sustituir al
pagano muérdago de los druidas. Su presencia en estas fiestas se popularizó a
través de los villancicos ingleses, por ejemplo, en el villancico “The Holly
and the Ivy” (El acebo y la hiedra) se dice:
"De
todos los árboles del bosque es el acebo el que lleva la corona". En
los versos siguientes se compara a la planta con el “dulce hijo de María”, ya que tiene “flores blancas como la Azucena, bayas rojas como la sangre, espinas puntiagudas como clavos y una corteza
amarga como la hiel”.
Existe una leyenda que cuenta que con el
acebo y otras plantas se realizaron los ramos de palmas con los que el pueblo
de Jerusalén aclamó la Crucifixión de Jesús. Como símbolo de dolor aparecieron
en ese momento espinas en las hojas y las bayas rojas como símbolo sangre
inocente.
También se lo denominaba el árbol de los
sátiros por alejar a los espíritus y duendes malignos. De allí que lo veamos
plantado en los cementerios. También se lo utilizaba como “escoba mágica” para
limpiar las chimeneas dado que se consideraba que el hogar era el corazón de la
casa y la puerta de entrada de los espíritus que se adherían al hollín. De esta
manera en las navidades Santa Claus podía bajar libremente por las chimeneas
para dar sus bendiciones.
Plinio, que denomina aquifolius (hoja
acicular) a esta planta, le otorga también poderes mágicos. Con sus flores
blancas sería posible transformar el agua en hielo y si se lanzara esta madera sobre
animales salvajes, estos se echarían tranquilamente al suelo. El acebo también
protegería contra venenos peligrosos, embrujos y rayos si se plantaba en la
proximidad de una granja.
Culpeper también clasificaba a la planta
bajo la regencia de Saturno (el planeta de los huesos) ya que es un arbusto de
crecimiento lento, prefiere la sombra y fructifica en invierno, la época fría
de Saturno. Por eso recomendaba compresas de hojas y corteza de acebo para las
fracturas óseas y torceduras.
La combinación de sus vivos colores, el rojo
de sus bayas y el verde de sus hojas perennes, son considerados símbolos de
fertilidad y vigor y se asocian a los buenos comienzos, por lo que es ideal
también en las celebraciones por el Año Nuevo. Plantado cerca de la casa, se dice
que protege al hogar de la mala suerte.
En el alfabeto celta de los árboles el
acebo representa la letra T (tinne) que originariamente significa “árbol
sagrado” y simboliza la fiesta del amor y de la esperanza.
En la mayoría de los rituales de los pueblos
indígenas se utilizaba alguna de las especies de acebo para purificar y
ahuyentar los malos espíritus. Por ejemplo, Ilex vomitaria en Norteamérica,
Ilex guayusa y Ilex paraguayiensis, que es la yerba mate, en Sudamérica. El
acebo con sus espinas se defiende de los animales así como se la considera
capaz de defender a las personas del mal.
Actualmente, se sigue relacionando al acebo con el amor divino universal. Precisamente, la defensa más grande que tiene el ser humano es su amor y su confianza, el Acebo las fortalece ahuyentando aquellos sentimientos oscuros de ira, bronca, enojo, desconfianza, envidia y celos. Edward Bach descubrió en sus flores la capacidad de alejar del corazón los venenos del alma reconectándonos con el amor que emana en nuestro interior como gran fuente de curación.
Actualmente, se sigue relacionando al acebo con el amor divino universal. Precisamente, la defensa más grande que tiene el ser humano es su amor y su confianza, el Acebo las fortalece ahuyentando aquellos sentimientos oscuros de ira, bronca, enojo, desconfianza, envidia y celos. Edward Bach descubrió en sus flores la capacidad de alejar del corazón los venenos del alma reconectándonos con el amor que emana en nuestro interior como gran fuente de curación.
Gabriela Ricciardelli
Dra. H.C. en Medicina Floral
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