Avalancha en ciernes de un conflicto ‘a rajatabla’ - Gabriela Ricciardelli

Cuando uno le exige al otro que cumpla lo pactado ‘a rajatabla’ aún aunque haya cambiado el contexto o variado la situación, se está diciendo a sí mismo que en su momento tendrá a su vez que cumplir rigurosamente lo estipulado, sin que medien contemplaciones a su favor y sin que se aparten lo más mínimo de lo previsto, y tal vez eso cueste mucho más de lo que se está exigiendo de modo rígido y caprichoso.
A veces es más fácil y conveniente admitir el error y dar marcha atrás que sufrir de rebote el límite que se impone y retorna amplificado. Es preferible pensar antes de actuar porque siempre lo que causamos a otro vuelve sobre nosotros, como dice el Baghavad Gita ‘nadie escapa de sí mismo’. Todo lo que damos vuelve multiplicado, como el caballo en la fábula de Esopo, cuando no tiendes la mano al prójimo, te perjudicas a ti mismo. Recordemos que siempre se cosecha lo que se siembra y quien daña recibe lo que ha causado, tal como señala el Dalai Lama y tantos otros maestros, siempre recibimos la repercusión de nuestras acciones. Si crees que eres más fuerte para derrumbar al otro, no permitas que tu orgullo te haga perder lo que tanto te costó porque tal vez se levanten con más fuerza aún. Nuestras propias acciones crean las experiencias de nuestra vida y lo que de verdad determina la naturaleza de cualquier acción, positiva o negativa, es la motivación subyacente. Si se encuentra contaminada por el veneno interno y el apego, lo que vuelve y se experimenta es sufrimiento. Si se destierra el odio, la ira y la venganza y se toma conciencia de las acciones perjudiciales reemplazándolas por virtuosas y constructivas experimentaremos felicidad.Los efectos de cualquier acción acumulada se experimentarán de manera incrementada. Lo que significa que los resultados se vuelven mayores que la propia acción. La práctica de la ley de causa y efecto es la clave para desarrollar todas las cualidades del camino a la liberación. Cada cual con sus acciones decide qué quiere que retorne. Si la furia de Hera te domina terminarás sola pavoneándote adornada de los cien ojos de Argos Panoptes. La venganza engendra y alimenta a la Hidra que llevamos dentro. Así nuestro interior despide el hedor del estancado pantano de Lerna con arenas movedizas que rodean el barrizal y hacen de ésta una traicionera ciénaga. Un terreno fangoso en el que la Hidra interior golpea su escamosa cola y salpica barro a su alrededor sintiéndose más fuerte y poderosa. Sin embargo, no debemos olvidar que aunque Hércules dejaba que se encolerice más aun exhalando fuego en todas direcciones él iba cercenando una a una sus cabezas, mientras Yolao se encontraba a su lado cauterizando los cuellos para neutralizar su poder y destruirla para siempre. Hércules la venció al recordar las palabras de su maestro: “Ascendemos arrodillándonos; vencemos cediendo; ganamos renunciando”, como dice un sabio refrán alemán: ‘Der Klügere gibt nach’, el más inteligente es el que cede. Pensar antes de actuar se torna necesario para imponernos a nosotros mismos un límite ‘a rajatabla’ que nos permita renunciar al poder de vigilar y castigar gestionando y normativizando la vida del otro, para retirar las exigencias estériles que conducen a perpetuar un círculo reproductivo de odio in infinitum. Tal como señala Santo Tomás de Aquino siguiendo a Aristóteles, deberíamos ‘hacer tabula rasa’ demoliendo todo atisbo de maleficencia para trascender el conflicto y desarrollar ‘a posteriori’ paz y armonía en derredor. Lograr que nuestra razón marche por el mundo real sin portar condiciones, simplemente con la mente abierta en potencia a otras realidades para extraer lo esencial evitando tipificaciones erróneas que devienen en estigmatizaciones paralizantes en un mundo que sólo se calma momentáneamente ante el rótulo y la etiqueta.
Continuar la lucha infructuosa es no aceptar o negar la dependencia que aún se tiene con el otro, es esconder bajo el ropaje de la rigidez y la fortaleza de los ‘vivillos’, la vulnerabilidad e inferioridad que impera en el ser, ya que la fuerza auténtica no necesita ser demostrada porque está dotada de autovalidez. Sabemos que el complejo de superioridad es un mecanismo inconsciente mediante el cual se pretende compensar los sentimientos de inferioridad para obviar los aspectos negativos resaltando aquellas cualidades en las que se sobresale. Es el sello típico de los inseguros que hacen un movimiento de compensación hacia lo opuesto, lo que algunos denominan, ‘delirio de grandeza’ y pretenden vivir en una ‘burbuja real’ de altos muros y hondas fisuras para disimular sus defectos y fingir seguridad bajo el desdén del espejismo puro. Para Adler, el complejo de superioridad es la consecuencia del proceso de transferencia que busca esconder la inferioridad percibida, con la pretensión de ser superior a los demás, en algún aspecto vital. Se trata de una consecuencia de un complejo de inferioridad mal resuelto ya que quien no se siente inferior, no precisa exhibir su superioridad.
Un reciente estudio publicado en una revista internacional de psicología social experimental llevado a cabo por tres expertos en gestión de organizaciones de las universidades de Stanford y de California ha demostrado que los individuos con bajo estatus que ocupan puestos de poder tiende a humillar a otros. El estudio concluye que la combinación de algún tipo de autoridad con un nivel bajo de estatus puede ser muy tóxico para las relaciones sociales. Poder -entendido como control asimétrico- y estatus -entendido como respeto y admiración- representan aspectos fundamentales de la jerarquía social. El poder siempre amplifica las inclinaciones personales. El que ostenta el poder se siente con derecho a ciertas recompensas y objetivos y si considera que le falta estatus actuará con resentimiento por su falta de respeto para degradar o humillar a otros. El estudio demuestra que tener mucho poder con poco estatus puede ser un catalizador que genere comportamientos y actitudes humillantes y degradantes que pueden destrozar las relaciones ya que los individuos con poco estatus están más motivados que los de alto estatus para degradar o humillar a otros. La posesión de poder en ausencia de estatus contribuye a que estos individuos cometan actos deplorables a otras personas creando la ficción del diálogo para manipularlos por medio de la mentira. Esta tiranía es una forma de complejo de inferioridad y baja autoestima cuya sed insaciable de reconocimiento y una acuciante desconfianza empujan a la soledad extrema. El reino de este dictador es el terror y la agonía en el que brilla por su ausencia una auténtica introspección psicológica en los motivos verdaderos de su conducta. Se encuentra en un estado de confusión básica intentando resolver los problemas intrapsíquicos al manipular al mundo exterior. Proyecta en el otro un plan siniestro para derrocarlo siendo sus auténticos motivos la necesidad inconsciente de liberarse de las propias influencias represivas y traumáticas.
Con todo, qué mejor que ocuparnos de acallar al tirano interior quien ostenta el poder soberano de dominar y dar muerte al que en el fondo considera más fuerte, ya que a veces es preferible ceder de manera inteligente, con valor y determinación antes que morir con las botas puestas ‘a rajatabla’ catapultado bajo la oleada del retorno de las propias acciones. Como dice Krishnamurti, la única revolución es la interna, sólo de este modo, realizando una transformación psicológica interna podremos acompañar los éxitos externos al neutralizar las poderosas fuerzas destructivas inherentes en la naturaleza humana.
Gabriela Ricciardelli


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