La Aromaterapia a través de los tiempos - Gabriela Ricciardelli


Vamos por la vida envueltos a diario por los más variados aromas que despiertan nuestros sentidos y nos sumergen en un mundo de estímulos y sensaciones. Cada día perfumes y aromas irrumpen para despertar en nuestra alma un abanico de emociones. Cuántas veces nos detuvimos detrás de la estela fragante de un embriagador aroma que nos retrotrajo a nuestra más tierna infancia o tal vez nos paralizó ante el recuerdo de un hecho doloroso.

  • Breve Historia de la Aromaterapia



A través de las fragancias podemos establecer un puente que nos enlaza con el pasado y evocar en nuestra mente momentos ya vividos.
Los olores crean ‘universos’ y así nos conectan con la memoria atávica de la humanidad.
Utilizar las propiedades benéficas de las plantas para la salud y la belleza es una acción que el  hombre lleva a cabo desde los comienzos mismos de la humanidad. Los tratamientos naturales han jugado un papel importante desde las primeras civilizaciones hasta nuestros días en donde la Aromaterapia Moderna retoma antiguas sabidurías y se inserta como  sistema integral  para tratar al ser humano y abordarlo de una manera holística.
A través de los aceites esenciales que se utilizan en Aromaterapia podemos equilibrar nuestras fuerzas sutiles y restablecer nuestra armonía.

En la historia de la humanidad los tratamientos naturales han ocupado un lugar importante.
Podríamos decir que la historia de la Aromaterapia se remonta al hombre de las cavernas. Judith Jackson en su libro Aromaterapia y Masaje nos cuenta que en el año 1975 se descubrió en Irak un esqueleto de un hombre de alrededor de 60000 años al que llamaron Shadinar IV encontrando depósitos de polen de milenrama y jacinto, plantas medicinales aún cultivadas y usadas por los campesinos iraquíes.
Posiblemente, estos primeros hombres, descubrieron al azar que algunas hojas, bayas y raíces que escogían como alimento, los curaban cuando estaban enfermos.
En un principio arrojaban al fuego los brotes de algunos arbustos o árboles a modo de proveer combustible. Pero, al observar que los aromas desprendidos despertaban la misma sensación en las personas que rodeaban al fuego, como euforia, alegría, etc., y que cada vez que repetían la experiencia quemando la misma planta se producían los mismos efectos, comenzaron a considerarlas como plantas mágicas. No nos olvidemos que en ese momento la religión y la medicina estaban estrechamente asociadas. El “ahumado” de los enfermos fue una de las primeras formas de medicina.

Los egipcios, 4000 años A.C. utilizaban elementos básicos, como la cera de abejas, lanolina, incienso y mirra. Esto se conoce a través del testimonio del papiro de Ebers, de la XVIII dinastía faraónica, que es el primer manuscrito enteramente dedicado al arte de la perfumería y en el que figuran una diversidad de recetas.
Usaban el humo desprendido por el benjuí, cedro, enebro y tomillo con el objeto de refrescar el aire y expulsar a los espíritus malignos. Estos últimos eran probablemente para los antiguos egipcios lo que en la actualidad consideramos como problemas psicológicos o emocionales.
En las pirámides se han encontrado frascos de perfume y tarritos de aceites que los egipcios colocaban para que los difuntos los utilizaran en la próxima vida.
Los primeros perfumes, entonces, fueron sustancias resinosas que al arder despedían buen olor. De hecho la palabra perfume se deriva de dos términos latinos: per, que significa “por medio de” y fumum “humo”.
Las esclavas danzaban con conos de perfume sobre sus cabezas, elaborados con grasa perfumada con mirra, incienso, romero y tomillo. Estos conos se fundían y se dispersaban gradualmente en el aire mientras bailaban.
La civilización del antiguo Egipto, es famosa por sus embalsamamientos que consistía en vaciar las cavidades de los cadáveres y rellenarlos con plantas y ungüentos aromáticos. Para preservar los cadáveres de los acaudalados se empleaba mirra y cedro. Para la gente común se utilizaba canela, elemí, sándalo y tomillo. Posiblemente los primeros ‘químicos cosmetológicos’ pudieron ser los embalsamadores egipcios, quienes trasladaron sus conocimientos en materia de preservación de los cadáveres al cuidado de la piel de los vivos.
Los sacerdotes egipcios, que eran los sanadores de la sociedad, prescribían la mirra, consagrada a la diosa de la luna, como agente antiinflamatorio. En efecto, los egipcios creían que estas medicinas eran eficaces justamente por ser prescritas por alguno de los dioses.
Cleopatra impregnaba las velas de su barco con agua de rosas y dejaba a su paso una estela fragante. Su rutina de belleza incluía baños de leche de burra y aplicaciones de parches faciales de semillas de sésamo y cebada prensada. También utilizaba, al igual que la mayoría de las mujeres egipcias, aceite de nuez para mantener el pelo oscuro y brillante.
Sus fragancias cambiaron literalmente el curso de la historia y se dice que Marco Antonio se embriagó con el perfume de aceite de rosa y patchouli que ella llevaba en la piel.

También sabemos, gracias a la nobleza e incorruptibilidad de los aceites esenciales, cómo olía el legendario Tutankamón. Su tumba fue sellada en el año 1350 A.C. Cuando se abrió en 1922, es decir, más de 3000 años después, se encontró una vasija con un ungüento perfumado que contenía incienso, nardo y un toque de canela, no tan diferente de los perfumes masculinos actuales.

Fueron los egipcios quienes iniciaron el arte de extraer las esencias de las plantas calentándolas en recipientes de arcilla, por infusión. Según el médico cirujano Jean Valnet, utilizaban una forma primitiva de destilación para extraer los aceites esenciales de las plantas calentándolos en ollas de arcilla, cuya boca del recipiente era cubierta con paños de lino, al subir el vapor traía consigo los aceites esenciales y éstos quedaban impregnados en el lino, éste era estrujado luego para obtener el aceite esencial  que sería utilizado en curaciones y para todo tipo de rito religioso.

Los hindúes, por su parte, hace más de 5000 años AC en las lejanas cumbres del Himalaya, a través de la profunda sabiduría de los profetas llamados rishis utilizaban las propiedades de algunas hierbas.

Aunque los egipcios iniciaron el arte de extraer las esencias de las plantas calentándolas en recipientes de arcilla por infusión, fueron los alquimistas griegos quienes inventaron la destilación (destilar las esencias de las plantas hirviéndolas o cociéndolas al vapor preservando a la vez su fragancia y sus propiedades curativas).
Los griegos creían que las esencias frescas, que salían de las plantas vivas, les ayudaban a conservar la salud física. Por ello, construían sus casas con habitaciones que daban a jardines de hierbas y flores.
Posiblemente el empleo más conocido de plantas aromáticas entre los griegos fue la práctica de coronar a los campeones olímpicos con guirnaldas de hojas de laurel fuertemente aromáticas. Los griegos confeccionaban guirnaldas de rosas para aliviar la jaqueca y utilizaban el perfume de hoja de parra para lavarse la cabeza. Los soldados griegos llevaban consigo a la batalla un ungüento hecho de mirra para el tratamiento de las heridas.
Los médicos griegos desarrollaron la ciencia de la medicación aromática. Por ejemplo, Teofrasto, quien es considerado el primer verdadero aromaterapeuta, escribió un tratado guía sobre los aromas, Relativo a los aromas, en el que analizaba los efectos de diversos aromas en los pensamientos, los sentimientos y la salud.
Otro griego, Galeno, fue uno de los primeros herbolarios. Su famoso manual para el uso de las plantas fue la Biblia médica del mundo occidental durante 15 siglos y se encontraba en la librería de los monasterios europeos. Galeno proporcionó una receta para la “teriaca”, un medicamento a base de la combinación de 150 plantas, partes de animales, minerales y piedras preciosas. Era la panacea para todas las enfermedades, desde el dolor de cabeza hasta la lepra, la teriaca se prescribió en Francia hasta el siglo XVII y se llevó a bordo en los barcos por cientos de años. También se le atribuye a Galeno, la receta original de la crema de belleza, a base de cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas. Numerosa cantidad de médicos griegos fueron empleados por Roma como cirujanos militares y médicos personales de los emperadores romanos. Galeno, médico de Marco Aurelio, se inició como cirujano en una escuela de gladiadores.

Los griegos fueron los que comenzaron a destilar las esencias de las plantas hirviéndolas o cocinándolas al vapor para conservar a la vez su fragancia y sus propiedades curativas y los romanos perfeccionaron la capacidad de deleitarse con los aromas llevando el uso de los perfumes a un extremo extravagante, antes de utilizar  las tazas de barro las ponían a remojar en perfume. El pueblo romano consumía cantidades tan grandes de plantas aromáticas para perfumarse que en el año 565 fue promulgada una ley que prohibía utilizar esencias exóticas en privado. Al parecer, esa medida fue dictada por el temor a que no hubiera suficiente incienso para quemar en los altares de las divinidades. Utilizaban, por ejemplo, benjuí para Júpiter, ámbar para Venus y el laurel era recomendado para invocar a casi todas las deidades.

Al extenderse el Imperio romano por toda Europa, dejaron como legado el baño diario en baños comunales perfumados con agua de rosas. En el año 3 de la era cristiana, Roma se había convertido en la capital mundial del baño. Cada baño tenía su propio “unctuarium”, donde los bañistas eran untados con aceites y masajeados.
El perfume de rosas tenía un especial atractivo para los romanos. En el palacio de Nerón había tuberías de plata que esparcían su perfume sobre los invitados. Nerón dormía sobre un colchón de rosas y su esposa Popea viajaba con su propio rebaño de mulas para obtener la leche para sus baños.

Tras la caída de Roma, los médicos romanos supervivientes huyeron a Constantinopla llevando consigo sus libros y sus conocimientos. El Imperio Bizantino, utilizó no sólo medicinalmente las plantas, sino que hizo un generoso uso de los perfumes. A través de Constantinopla, por la traducción de las obras médicas grecorromanas y gracias a la famosa biblioteca médica de Alejandría, el conocimiento acumulado en la Antigüedad pasó al mundo árabe. Las conquistas, las cruzadas y el crecimiento de las redes comerciales permitieron la expansión y la combinación de los conocimientos y las técnicas de herbolarios y perfumistas.
La conquista de Afganistán por Alejandro tuvo como consecuencia la unión fortuita de las tradiciones medicinales griegas e indias. Sus extensas rutas comerciales permitían a los romanos importar especias de la India y resinas de Arabia, país éste donde se estaban desarrollando nuevos e importantes productos y procesos aromáticos. Fueron los árabes quienes perfeccionaron la destilación de las esencias. El más grande de los médicos árabes, Avicena, fue quien descubrió el método de la destilación de los aceites esenciales como lo conocemos hoy en día. Fue el primero en destilar la esencia de rosas, un proceso carísimo, ya que se necesitan 1000 kilos de pétalos de rosa para preparar medio kilo de esencia. Usaban esta esencia para perfumar los guantes de piel que vendían a las clases altas de Europa.
Las rutas comerciales árabes hicieron de los aceites esenciales un ingrediente clave para el comercio internacional. Importaban el bálsamo de Egipto, el azafrán y el sándalo de la India, el alcanfor de la China y traían el almizcle por el Himalaya desde el Tibet. Los árabes empleaban las nuevas fragancias de un modo único: añadían almizcle al mortero para construir las mezquitas, de modo que los edificios sagrados despidieran un aroma acre al mediodía.
Los caballeros de las Cruzadas, volvían a casa no sólo con todo tipo de preparados exóticos jamás vistos en Inglaterra, sino con el conocimiento de cómo destilarlos. Los cruzados aprendieron de los árabes los avanzados métodos para la destilación de los aceites esenciales, llevando a sus países estas técnicas.
A ciencia cierta, no sabemos qué sucedió en Europa entre la caída del Imperio Romano y el siglo X aproximadamente, época conocida como las Edades Oscuras debido a la falta de documentos coherente, aunque es probable que hubiera una tradición establecida sobre el uso de las hierbas medicinales. Sabemos que hacia el siglo XII los “perfumes de Arabia”, tal como se los denominaba a los aceites esenciales, eran famosos a lo largo de toda Europa.


En la Edad Media, los Aceites Esenciales se utilizaban no sólo como perfumes sino también para mejorar la calidad de vida y elevar así la tasa de supervivencia ya que se utilizaban como antiséptico contra la peste. Durante la Peste Negra se quemaba resina de pino, ciprés y cedro en las calles, en las habitaciones de enfermos y en los hospitales. Se dice, que los mismos perfumistas que proveían el incienso fueron inmunes a la virulenta enfermedad que aniquiló a un gran porcentaje de la población. Los suelos eran alfombrados con hierbas que desprendían sus aceites volátiles cuando se caminaba sobre ellas y las almohadillas perfumadas o pequeños ramos de hierbas aromáticas, conocidos como “antimugre” eran llevados a los lugares públicos para ahuyentar las infecciones, especialmente la peste.

Nicholas Culpeper nacido en 1616 fue el herbolario inglés más conocido. Él recuperó gran parte de las enseñanzas de los antiguos médicos griegos, como Hipócrates y Galeno. Una de sus citas bíblicas preferidas era del Eclesiastés: “El Señor creó las medicinas a partir de la tierra; y Él, que es sabio, no las desprecia”.
Dentro de los remedios para el cuidado de la piel que Culpeper recomendaba podemos citar una infusión de verbena y tallos de retama para limpiar la piel, harina de avena hervida con vinagre para el tratamiento de manchas y granos, así como el pan negro empapado en agua de rosas para aliviar el cansancio de los ojos. Además de sus fórmulas, Culpeper incluye unas pautas astrológicas para cada planta, ya que en su época los médicos consultaban las estrellas antes de prescribir algún remedio a sus pacientes. Por ejemplo, el romero, se halla regido por el Sol y se cree que alivia el resfrío al calentar y tonificar el cuerpo. En cambio, la verbena, regido por Venus, es indicada para los problemas ginecológicos.

El siguiente cambio en el terreno de la belleza natural acaeció durante el Renacimiento. Hubo grandes avances y algunos perfumistas creaban no sólo seductoras fragancias sino también mortíferos venenos. Por ejemplo, Catalina de Medici, al casarse con el rey de Francia, llevó con ella a su perfumista para -en caso de necesidad- enviar algunos guantes envenenados a sus enemigos. A pesar de esto las esencias sirvieron igualmente a las buenas causas de luchar contra las infecciones. Un medicamento favorito fue “el vinagre 4 ladrones”, una mezcla de ajenjo, romero, salvia, lavanda, canela, clavo de olor, nuez moscada, ajo y alcanfor, macerada en vinagre rojo y que se friccionaba por todo el cuerpo para prevenir la enfermedad.

En Italia, en el siglo XVIII, la princesa Orsini di Nerola, legó su nombre: “nerolí”, a un preparado de hojas y flores de naranjo amargo.
Los europeos creían que el baño diario debilitaba el cuerpo por eso utilizaban el perfume para tapar el desagradable olor corporal. A pesar de que el baño no estaba de moda las damas de la corte mantenían el cutis limpio; algunas con vino tinto y leche de burra y otras con agua de lluvia y hasta su propia orina. Utilizaban también infusiones de hierbas de hinojo y eufrasia.
Napoleón, quien seguramente sabía de las propiedades afrodisíacas del romero, hacía traer de Alemania sesenta frascos mensuales de agua de colonia con romero. La reina Isabel de Hungría también hacía uso del romero aunque con un propósito curativo. Según cuenta la historia, a los 72 años estaba gotosa y reumática cuando recuperó el vigor de su juventud con un elixir de romero, lavanda y orégano. Así sedujo al rey de Polonia quien le pidió su mano.

Por su parte, los conquistadores europeos descubrieron nuevas plantas medicinales durante la exploración del nuevo territorio. Los españoles quedaron atónitos ante los jardines botánicos de Moctezuma, los que proveían a los médicos aztecas de las materias primas para elaborar sus medicinas. Durante los siglos XVII y XVIII el promedio de muertes infantiles durante los partos era menor entre las mujeres indias que entre las europeas. Las indias bebían té de ‘cohosh azul’ (caulolophyllum thalictroides) que más tarde se descubrió que contiene caulosaponina, y provoca fuertes contracciones uterinas, asegurando así un parto fácil. También usaban plantas como el jengibre silvestre para el dolor, además de ser un poderoso antibiótico, para protegerse durante el parto.
El impulso materialista hizo que el hombre, no sólo se alejara de la madre Naturaleza, sino que se adentrarse cada vez más en la tecnología y comenzara a confiar, más adelante, en la rápida acción de los antibióticos industriales cuyo descubrimiento se produjo en el año 1928. Estas sustancias sintéticas, que son capaces de producirnos reacciones alérgicas, reemplazaron a las naturales no sólo en medicamentos sino también en los perfumes. Por ejemplo, se le atribuye a Coco Chanel, la famosa diseñadora de modas, de ser la responsable de comenzar con los perfumes totalmente químicos como se utilizan hoy en día. Por los años ´20 ella buscaba elaborar un perfume que evocara una atrevida libertad en la mujer. Había encargado hacer unas pruebas de laboratorio y por error en una mezcla se había colocado una cantidad diez veces mayor de aldehído (derivado del alcohol etílico que se obtiene a partir de la eliminación del hidrógeno). A Coco le encantó este frasco, que era la muestra N° 5. Así nació el célebre Chanel N°5, totalmente químico.
Han aparecido nuevos ingredientes en escena como el colágeno bovino (elaborado a base de grasa de vaca) que proclaman ser capaces de alisar la piel. El único problema radica en que las moléculas de colágeno son demasiado voluminosas para penetrar ni siquiera las capas más superficiales de células cutáneas.
Se fue avanzando dentro de la tecnología y se inventaron nuevos “sistemas trasmisores” para llevar ingredientes a la piel, cuyo objetivo sería las células cutáneas envejecidas. Se desarrollaron los microscópicos liposomas para que se deslizaran a través de la piel donde, en teoría, soltarían su carga de ingredientes activos en cada célula individualmente.
Más tarde la misma ciencia demostraría las propiedades benéficas de los ingredientes naturales. Así, por ejemplo, se comprobó que los extractos de plantas como la manzanilla curan la piel lesionada y que el aceite de palta regenera las pieles envejecidas.


Hubo algunos investigadores franceses que retomaron la antigua tradición de la cura aromática. A comienzos del siglo XX, un químico francés, René-Maurice Gattefosse, fundó una casa que producía aceites esenciales para su uso en cosmética y perfumería. Un día, estando en su laboratorio, se quemó la mano e inmediatamente decidió sumergirla en un recipiente con aceite esencial de lavanda ya que recordó que se decía que la lavanda curaba quemaduras y aliviaba el dolor. Rápidamente la quemadura perdió rojez y comenzó a sanar. Impresionado por la capacidad reconstituyente de los tejidos, comenzó su investigación acerca de los poderes curativos de los aceites esenciales, siendo Gattefosse quien acuñó la palabra Aromaterapia. Así París se convirtió en la cuna de la Moderna Aromaterapia con grandes investigadores como el médico Jean Valnet, la notable bioquímica austriaca Marguerite Maury, quien hizo grandes aportes introduciendo los masajes aromaterapéuticos y más tarde con Madame Micheline Arcier.
Actualmente la Aromaterapia nos proporciona una versión contemporánea del antiguo arte de curar.

Gabriela Ricciardelli
Dra. H.C. en Medicina Floral
Master en Naturopatía


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