Bajo el lema: ‘La sangre te hace
pariente, pero la lealtad te hace familia’, se tejen enormes telarañas para envolver y atrapar -cual viuda negra- a su presa de turno. Esa lealtad mal
entendida se transforma en un código mafioso para que el otro priorice la lealtad
sobre su persona más que hacia los principios, persuadiendo de cometer un error
moral que asegura una alianza bajo el amparo del toma y daca. Una táctica terrorista
disfrazada de extrema amorosidad morosa para asegurarse al prisionero, quien
funcionará como un esclavo liberto que ni se da por enterado.
Es la lealtad de los delincuentes,
la irreverencia y el descaro de los estafadores afectivos que con su cruel y
perverso acto de magia venden espejitos de colores a sus seres más cercanos utilizando
mentiras y manipulaciones para conformar sus propias necesidades mientras sus
víctimas chapotean en el oasis que creyeron encontrar. Espejismo barato que a
la larga cuesta caro.
‘Te doy todo, todo lo que
necesites, te amo demasiado…pero te exijo más’, más tiempo, más dinero, más
todo…los doble mensajes atestan y en este proceso de acoso moral todo se hace
pedazos y la historia termina siempre igual. Todo lo que aplican son técnicas
desestabilizantes, pequeños toques malintencionados difíciles de detectar, por
eso nos sorprende que la víctima no perciba esa pérfida manipulación. Incluso
cuando se dan cuenta sienten que es preferible estar con ellos que contra ellos
convirtiéndose en cómplices.
De un modo muy perverso fascina,
seduce y hasta da miedo. Su exceso de amabilidad es una provocación constante y
si nos compadecemos nos maneja a su antojo. Fría racionalidad incapaz de
reconocer al otro como ser humano en lugar de una cosa, aunque engañe con un
romántico ‘Sos todo para mí’ mientras pende una lágrima de cocodrilo de una de
sus mejillas.
Aunque se mantenga oculta es una
violencia probada que tiende a atacar la identidad del otro y a privarlo de
toda individualidad. Los hechos aislados pueden resultar un juego anodino pero
en su conjunto son un proceso mortífero. Este círculo destructivo lo repiten en
todas las áreas de su vida: en el trabajo, con sus hijos, con su pareja, con
sus amigos.
Caer en su trampa nos hace sentir
ridiculizados y humillados, sus actos de depredación consisten en la apropiarse
de la vida del otro. Su primer paso es inmovilizar a la víctima que inmersa en
la duda y la culpa no puede reaccionar ni defenderse debiendo permanecer para
ser frustrado permanentemente. De este modo impone su dominio para retener al
otro y demostrarse a sí mismo su omnipotencia. Esta intrusión en el terreno
psíquico requiere de límites precisos y por lo general buscan víctimas más
débiles, dóciles y ‘manejables’ con cierta inhibición intelectual o falta de
confianza, a quienes les resulta difícil instaurar límites claramente
definidos. Mantiene a su víctima a disposición, le exige que trabaje menos para
estar más tiempo en la casa haciendo de lacayo, pero a su vez que gane más para
aportar más dinero…en esta posición de confusión y ambivalencia paraliza a su
pareja. Sus arrebatos de afecto teatralizado, tal como ‘Recordá siempre cuánto
te amo’, después de haberlo torturado y angustiado minutos antes, funcionan como paliativos para
la víctima quien lo recibe como un bálsamo para poder seguir aguantando.
El origen de la tolerancia de la
víctima se debe a que como en un principio el depredador se mostraba sumamente generoso,
amoroso y atento, cuando se convierte en un monstruo detestable, la víctima
cree ser responsable de ese cambio y por eso se somete con la ilusión de que
vuelva a ser como antes. Mientras tanto, bajo el cliché de la ‘lealtad familiar’
y que ‘cuando uno quiere a alguien es un placer dedicarle tiempo’, se establece
una especie de misión por la que uno debería sacrificarse.
Suelen querer ‘la chancha y las
veinte’ y con la frase ‘el que avisa no traiciona’ si el amor disminuye o no
satisface sus requerimientos culpan a su
pareja amenazándolo con buscarse un
amante. En la separación procuran que el otro tome la iniciativa para luego
culpabilizarlo por no retenerlos desligándose de la responsabilidad de la
decisión de la separación. Recurren a rumores e insinuaciones y cuando se
desenmascara y se revela esa perversidad genera mucho odio. Para poder
idealizar un nuevo objeto de amor y mantener una nueva relación el perverso
necesita proyectar en su pareja anterior todo lo malo, quien se convierte en un
chivo expiatorio. Todo obstáculo ante esa nueva relación debe ser destruido,
con lo cual esa nueva relación se construye sobre el odio hacia la pareja
anterior. El perverso narcisista a través del pleito sigue hablando de esa
pareja aunque ya no existe, y así el odio es el motor para nunca acabar.
Exige en forma soterrada la lealtad
propia de los delincuentes, la que está por encima de todo, se lo debemos todo
y todo vale mientras se saque una buena
tajada y así se va naturalizando la violencia.
Varias son las películas en las
que se juegan situaciones como estas: ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ con Bette Davis
y Joan Crawford, ‘Atracción fatal’ con Glenn Close, ‘Perdida’ (Gone Girl) con
Ben Affleck y Rosamund Pike. En ellas podremos observar que no todo es siempre
lo que parece…y la lista sigue.
Gabriela Ricciardelli
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