Compartir la cama en familia puede resultar placentero
para todos, aunque si se efectúa en forma sistemática no es beneficioso para ninguno,
ni para los padres ni para los niños porque entorpece su desarrollo evolutivo
ya que a partir de determinadas edades -7, 8 años- los niños necesitan
desarrollar su espacio, tener intimidad y acostumbrarse a él. Ya siendo más grandes
podríamos considerarlo ‘patológico’. Múltiples síntomas como enuresis,
manifestaciones somáticas diversas e inespecíficas, masturbación compulsiva, dan
cuenta de que el colecho sistemático y prorrogado a edades tardías no es
favorable para los niños.
La pediatra y psicoanalista Felisa Lambersky resaltó
que "Dormir con un adulto le incrementa al menor la excitación sexual y
además entre los 3 y los 5 años, que es el momento del complejo de Edipo, es
contraproducente, afecta la salud mental y obstaculiza procesos de
desarrollo".
Los niños desde el punto de vista evolutivo
necesitan tener su espacio, a veces es la madre la que tiene la imperiosa
necesidad de dormir con el niño para mitigar su soledad o sus dolores
emocionales incluso los conflictos de la pareja son sobrellevados metiendo a su
hijo en la cama. Tampoco es bueno que el niño duerma en la cama familiar cuando
uno de los padres está ausente ya que esta costumbre alienta la intención
inconsciente del niño de separar a la pareja (“soy el novio de mamá o de
papá”).
Demarcar el límite, ubica al hijo
en su posición dentro del sistema familiar y lo ayuda en el proceso de
estructuración de su “yo” o de su individuación. Darle su propio lugar, evitará
que el niño se desconcierte ante los vaivenes de su propio rol y se confunda en
términos de jerarquía, es decir, para que internalice quién es la ley, quién tiene
el poder en la familia y, por tanto, a quién debe obedecer. Si entra a la
habitación de los padres como ‘Pancho por su casa’, usa la misma cama, mira la
misma televisión, se entromete en las conversaciones de los adultos, entonces sentirá
que tiene el mismo poder y le costará mucho más situarse en su posición de
niño. Cuando esto ocurre se observa que los niños generalmente presentan
dificultades para seguir instrucciones, obedecer a los adultos y negociar con
sus pares a nivel social. Lo peligroso es cuando la fantasía del niño de ser
como los padres o de reemplazar a uno de ellos se vuelve realidad. Si los
modelos que trasmitimos no son claros los niños no lograrán tener una idea acabada
de la diferencia entre ser padres y ser esposos, lo que puede afectar el modelo
que adopten y que probablemente ejercerán en su vida adolescente y adulta.
En la casa existen otros espacios y mobiliarios que
son de uso compartido, como los sillones, los platos, el inodoro, pero nada tiene
un único destinatario como la cama,
es el espacio propio que cada
miembro de la familia tiene asignado en forma personalizada dentro de la casa. La cama otorga una identidad dentro de la configuración
familiar, legitima para cada uno un lugar que le es otorgado y mantenido como
propio, por eso la cama de los padres es un lugar que no se negocia.
La confusión jerárquica de los límites
generacionales de la familia durante la infancia y la adolescencia de un hijo,
representa una forma de violencia contra los niños, porque no se respeta su
natural tiempo de crecimiento. En muchos casos, la consecuencia intrapsíquica
es el desarrollo de un Falso Self (Winnicott, 1965), que se derrumbará en
diferentes momentos de la vida ante la más mínima zozobra.
La resolución del complejo de Edipo está ligada al
proceso de duelo de las fantasías incestuosas y al reconocimiento de parte del
niño de que su posición en la familia no es central sino en cierto sentido ‘periférica’,
y este reconocimiento -aunque doloroso- resulta decisivo porque es la base de
un proceso psicológico que conducirá al niño a crecer a nivel cognitivo,
afectivo, volitivo y ético.
A corto o largo plazo, las consecuencias sobre el
psiquismo infantil pueden contrastar, por eso el cuidado de la privacidad es necesario
para estructurar un psiquismo con relativo orden.
Evaluemos si somos nosotros como padres quienes
alimentamos la regresión de nuestro hijo ‘parasitando’ su espacio psíquico con
nuestras proyecciones, llevándolo a la cama porque en el fondo nos molesta que
se haga mayor o para calmar nuestras penas mediante su compañía. Se trata de un
círculo vicioso de padres tóxicos que generan hijos codependientes, padres que comparten
con detalle los problemas de pareja con sus hijos, centran su vida y su autoestima en ellos, les hacen
regalos muy especiales generando en sus hijos expectativas muy altas, quienes a
su vez se molestarán incluso si no son mucho mejores que los de otros compañeros
o amigos. Este tipo de relación es especialmente perjudicial precipitando un
fuerte sentimiento de culpa, abandono y obligación de parte de los hijos para
con sus padres. En la edad adulta, estos niños tendrán una deficiente capacidad
para reflexionar acerca de sí, para expresar sus necesidades y tomar
decisiones, lo que afectará tanto su relación de pareja como los vínculos en
general, ya que sustituyen su dependencia emocional paterno-filial por otras
relaciones con la misma característica de dependencia, pendiendo su
autoconcepto de la aprobación de los demás. Las relaciones codependientes
(apego afectivo) son relaciones adictivas que se alejan mucho del amor. La
persona dependiente se diluye en la otra perdiendo de vista sus ideas, valores,
proyectos, en definitiva, su identidad cumpliendo al mismo tiempo el rol de
rescatador, perseguidor y víctima cuyos intentos de control y salvación están
condenados al fracaso.
Madres de hijas adolescentes que en lugar de acompañarlas
en su crecimiento compiten con ellas; padres que se visten y actúan como
adolescentes y se ponen en pie de igualdad con sus propios hijos
vanagloriándose de ser sus amigos, cuando en realidad el padre no puede ser
amigo, ya que es la ley. Cuando esto sucede la relación se vuelve disfuncional.
Si negamos pensamientos y deseos, si nos centramos demasiado en alguien y
necesitamos controlar todo y a todos quienes nos rodean, entonces necesitamos
cambiar para evitar criar hijos codependientes.
La dependencia o el apego a algo o a alguien
resulta muy angustioso tanto para los niños como los adultos. La ansiedad por
separación puede ser considerada como un fenómeno universal que se observa
normalmente después de los 6-8 meses de edad, y que persiste en diferentes
grados de intensidad hasta los 2-3 años de edad (Ollendick y Huntzinger, 1991).
Sin embargo, si el niño presenta ansiedad excesiva ante la separación de sus
principales figuras de apego (padres, abuelos, hermanos, hijos, entre otros) o
de su hogar y a su vez una serie de síntomas tales como malestar excesivo,
quejas somáticas, preocupación persistente acerca de posibles daños o pérdida
de personas de apego, pesadillas recurrentes sobre separación, resistencia a ir
al colegio, negativa a estar y/ o a dormir solo, síntomas de pánico o rabietas
ante la separación, etc; estos síntomas
podrían indicar un trastorno de ansiedad por separación. Algunos estudios
clásicos (Last, Hersen, Kazdin y otros, 1987) sugirieron que las
características familiares podían jugar un papel determinante en la génesis del
trastorno. Por tanto, constituye un factor de riesgo importante para sus hijos que
los padres (particularmente la madre) sufran actualmente o hayan sufrido durante
su infancia de ansiedad por separación. Como posibles factores se han sugerido
el exceso de protección y control o el bajo cuidado y alta protección. En algunos casos sucede que estos episodios
quedan reforzados por una actuación inadecuada de los padres. Es el caso del
niño que tras manifestar ansiedad de separación recibe inmediatamente mucha atención
(sobreprotección), circunstancia que puede reforzar secundariamente estos
episodios. Podemos ayudar incrementando la conducta independiente del niño
promoviendo actividades graduadas que suponen la separación de los padres, lo
que aumentará su confianza. Esta etapa, si no es bien manejada por los padres,
puede traer como consecuencia adolescentes y adultos muy inseguros o con problemas
de ansiedad por separación. Las personas que la padecen desde la infancia
pueden no ser capaces de formar relaciones de pareja estables, ya que es muy
desgastante tanto para ellos como para quienes son su “objeto de apego”,
quienes a su vez terminarán por no soportar la dependencia de su pareja.
La familia es un sistema que conecta las
diferencias entre géneros y generaciones. En particular, la diferencia en el
proceso de cuidar, trazando un límite entre el que cuida y el que debe ser cuidado.
Si se desdibujan los límites la escena se torna surrealista, tal como se
observa en el cuadro L'esprit de géométrie del belga René Magritte -cazador de
ambigüedades- en el que un serio bebé gigante sostiene en sus brazos a un
pequeño adulto.
Compartir la cama parental, es una verdadera
encrucijada en la que algo queda velado bajo las sábanas, algo queda eludido en
algún grado, para mostrarnos a la conciencia limitada irremediablemente su
función de desconocimiento.
Flores de Bach que podrían colaborar
Para los papás:
Red Chestnut: Para los
miedos de las mamás y papás a que les suceda algo terrible a sus hijos si los
dejan solos.
Chicory: Para mamá gallina
que necesita tener los pollitos bajo sus alas. Para quienes dicen hacer todo
‘por y para sus hijos’. Pendientes de los demás, giran en torno a sus hijos,
sus padres, su pareja, sus amigos, etc. Necesitan ser necesitados para sentirse
seguros. Prefieren la compañía de quienes tienen serios problemas, porque eso
les ofrece la oportunidad de intervenir, con la intención manifiesta de salvar
o rescatar al otro, sin embargo terminan controlándolo por miedo a la pérdida,
al abandono y la consecuente soledad. Relaciones de codependencia.
Heather: Para los adultos
que se sienten ‘niños necesitados’, comparten ‘diálogos de adultos’ con sus
hijos y no discriminan los roles.
Honeysuckle: para padres con
nostalgia del bebé/niño que ya no es, se quedan anclados al pasado.
Walnut: para adaptarse a la
nueva etapa de crecimiento.
Scleranthus: para la duda
sistemática y metódica que aparece cada vez que surge el dilema entre ‘que
vuelva a su cama o que se quede con nosotros’.
Pine: padres culposos, se
autoreprochan.
Sweet Chestnut: angustia y
desesperación. Dependencia extrema. Se busca el consuelo en los hijos.
Centaury: padres que se
someten a los caprichos de sus hijos. No pueden poner límites, les cuesta decir
‘No’.
Agrimony: Padres negadores o
que evaden las dificultades: ‘Todo está bárbaro, estamos todos unidos y somos
felices’, mientras esconden sus problemas debajo de la alfombra…o de las
sábanas. Negación de la dependencia.
Chestnut Bud: padres
inmaduros, cometen una y otra vez el
mismo error con sus hijos, no aprender de la experiencia.
Impatiens: impacientes, se
apuran, fuerzan procesos desconcertando a sus hijos. Intolerantes frente al
ritmo lento de sus hijos, no respetan sus tiempos.
White Chestnut: para quienes
‘se dan manija’. Pensamientos recurrentes que torturan internamente. Preocupación
constante. Sensación de ‘disco rayado’.
Willow: amargura, rencor.
Para evitar trasmitírselo a los hijos.
Gorse: sentirse vencidos,
derrotados. Para padres que, como ya intentaron todo para sacar al hijo de la
cama y no lo consiguieron, claudicaron.
Para los hijos:
Rock Rose: para los terrores
nocturnos, pesadillas, pánico.
Mimulus: para miedos
concretos: a la oscuridad, a los ladrones.
Aspen: para miedos de origen
desconocido. Ansiedad y miedo a los fantasmas que hace que los niños quieran
acurrucarse en la cama de los padres.
Cherry Plum: miedo a perder
el control. Cuando aparecen síntomas
como enuresis.
Red Chestnut: ansiedad de
separación. Preocupación excesiva y persistente a perder las figuras de apego o
a que les suceda algo malo.
Walnut: para adaptarse a la
nueva etapa de crecimiento. Para cortar el apego a los padres. Facilita los
cambios.
Holly: bronca explosiva, envidia,
celos y rivalidad ante nuevos integrantes de la familia, como el nacimiento de
un hermanito o la nueva pareja de alguno de los padres y sus hijos.
Chicory: para niños que
manipulan sutilmente y que si no logran lo que quieren pueden resultar mandones
e irritantes. Intentan extorsionar a sus padres, muchas veces se victimizan.
Vervain: niños hiperactivos,
inquietos, que se la pasan saltando de una cama a otra.
Vine: niños autoritarios,
tiránicos, dan órdenes y hacen lo que quieren.
Heather: berrinches,
necesidad de llamar la atención.
Larch: falta de confianza,
minusvalía. Niños que dudan en su propia capacidad.
Agrimony: niños que muestran
una sonrisa forzada para disimular y evitar el conflicto.
Rock Water: niños
autoexigentes, hijos ejemplares que parecen adultos cuidando de sus padres.
Wild Rose: apatía,
inhibición o disminución de la actividad. Nada los motiva.
Gentian: niños que se
desalientan y desaniman ante el menor obstáculo.
Gabriela Ricciardelli
Dra. H. C. en Medicina Floral, Master en Naturopatía.
Practitioner en Flores de Bach otorgado por The Dr. Bach Foundation,
England.
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