Los hijos en el dormitorio de mamá y papá -Flores de Bach para estos casos- Gabriela Ricciardelli

Compartir la cama en familia puede resultar placentero para todos, aunque si se efectúa en forma sistemática no es beneficioso para ninguno, ni para los padres ni para los niños porque entorpece su desarrollo evolutivo ya que a partir de determinadas edades -7, 8 años- los niños necesitan desarrollar su espacio, tener intimidad y acostumbrarse a él. Ya siendo más grandes podríamos considerarlo ‘patológico’. Múltiples síntomas como enuresis, manifestaciones somáticas diversas e inespecíficas, masturbación compulsiva, dan cuenta de que el colecho sistemático y prorrogado a edades tardías no es favorable para los niños.
La pediatra y psicoanalista Felisa Lambersky resaltó que "Dormir con un adulto le incrementa al menor la excitación sexual y además entre los 3 y los 5 años, que es el momento del complejo de Edipo, es contraproducente, afecta la salud mental y obstaculiza procesos de desarrollo".

Los niños desde el punto de vista evolutivo necesitan tener su espacio, a veces es la madre la que tiene la imperiosa necesidad de dormir con el niño para mitigar su soledad o sus dolores emocionales incluso los conflictos de la pareja son sobrellevados metiendo a su hijo en la cama. Tampoco es bueno que el niño duerma en la cama familiar cuando uno de los padres está ausente ya que esta costumbre alienta la intención inconsciente del niño de separar a la pareja (“soy el novio de mamá o de papá”).
Demarcar el límite, ubica al hijo en su posición dentro del sistema familiar y lo ayuda en el proceso de estructuración de su “yo” o de su individuación. Darle su propio lugar, evitará que el niño se desconcierte ante los vaivenes de su propio rol y se confunda en términos de jerarquía, es decir, para que internalice quién es la ley, quién tiene el poder en la familia y, por tanto, a quién debe obedecer. Si entra a la habitación de los padres como ‘Pancho por su casa’, usa la misma cama, mira la misma televisión, se entromete en las conversaciones de los adultos, entonces sentirá que tiene el mismo poder y le costará mucho más situarse en su posición de niño. Cuando esto ocurre se observa que los niños generalmente presentan dificultades para seguir instrucciones, obedecer a los adultos y negociar con sus pares a nivel social. Lo peligroso es cuando la fantasía del niño de ser como los padres o de reemplazar a uno de ellos se vuelve realidad. Si los modelos que trasmitimos no son claros los niños no lograrán tener una idea acabada de la diferencia entre ser padres y ser esposos, lo que puede afectar el modelo que adopten y que probablemente ejercerán en su vida adolescente y adulta.
En la casa existen otros espacios y mobiliarios que son de uso compartido, como los sillones, los platos, el inodoro, pero nada tiene un único destinatario como la cama,  es  el espacio propio que cada miembro de la familia tiene asignado en forma personalizada dentro de la casa.  La cama otorga una identidad dentro de la configuración familiar, legitima para cada uno un lugar que le es otorgado y mantenido como propio, por eso la cama de los padres es un lugar que no se negocia.
La confusión jerárquica de los límites generacionales de la familia durante la infancia y la adolescencia de un hijo, representa una forma de violencia contra los niños, porque no se respeta su natural tiempo de crecimiento. En muchos casos, la consecuencia intrapsíquica es el desarrollo de un Falso Self (Winnicott, 1965), que se derrumbará en diferentes momentos de la vida ante la más mínima zozobra.

La resolución del complejo de Edipo está ligada al proceso de duelo de las fantasías incestuosas y al reconocimiento de parte del niño de que su posición en la familia no es central sino en cierto sentido ‘periférica’, y este reconocimiento -aunque doloroso- resulta decisivo porque es la base de un proceso psicológico que conducirá al niño a crecer a nivel cognitivo, afectivo, volitivo y ético.
A corto o largo plazo, las consecuencias sobre el psiquismo infantil pueden contrastar, por eso el cuidado de la privacidad es necesario para estructurar un psiquismo con relativo orden.
Evaluemos si somos nosotros como padres quienes alimentamos la regresión de nuestro hijo ‘parasitando’ su espacio psíquico con nuestras proyecciones, llevándolo a la cama porque en el fondo nos molesta que se haga mayor o para calmar nuestras penas mediante su compañía. Se trata de un círculo vicioso de padres tóxicos que generan hijos codependientes, padres que comparten con detalle los problemas de pareja con sus hijos, centran  su vida y su autoestima en ellos, les hacen regalos muy especiales generando en sus hijos expectativas muy altas, quienes a su vez se molestarán incluso si no son mucho mejores que los de otros compañeros o amigos. Este tipo de relación es especialmente perjudicial precipitando un fuerte sentimiento de culpa, abandono y obligación de parte de los hijos para con sus padres. En la edad adulta, estos niños tendrán una deficiente capacidad para reflexionar acerca de sí, para expresar sus necesidades y tomar decisiones, lo que afectará tanto su relación de pareja como los vínculos en general, ya que sustituyen su dependencia emocional paterno-filial por otras relaciones con la misma característica de dependencia, pendiendo su autoconcepto de la aprobación de los demás. Las relaciones codependientes (apego afectivo) son relaciones adictivas que se alejan mucho del amor. La persona dependiente se diluye en la otra perdiendo de vista sus ideas, valores, proyectos, en definitiva, su identidad cumpliendo al mismo tiempo el rol de rescatador, perseguidor y víctima cuyos intentos de control y salvación están condenados al fracaso.
Madres de hijas adolescentes que en lugar de acompañarlas en su crecimiento compiten con ellas; padres que se visten y actúan como adolescentes y se ponen en pie de igualdad con sus propios hijos vanagloriándose de ser sus amigos, cuando en realidad el padre no puede ser amigo, ya que es la ley. Cuando esto sucede la relación se vuelve disfuncional. Si negamos pensamientos y deseos, si nos centramos demasiado en alguien y necesitamos controlar todo y a todos quienes nos rodean, entonces necesitamos cambiar para evitar criar hijos codependientes.

La dependencia o el apego a algo o a alguien resulta muy angustioso tanto para los niños como los adultos. La ansiedad por separación puede ser considerada como un fenómeno universal que se observa normalmente después de los 6-8 meses de edad, y que persiste en diferentes grados de intensidad hasta los 2-3 años de edad (Ollendick y Huntzinger, 1991). Sin embargo, si el niño presenta ansiedad excesiva ante la separación de sus principales figuras de apego (padres, abuelos, hermanos, hijos, entre otros) o de su hogar y a su vez una serie de síntomas tales como malestar excesivo, quejas somáticas, preocupación persistente acerca de posibles daños o pérdida de personas de apego, pesadillas recurrentes sobre separación, resistencia a ir al colegio, negativa a estar y/ o a dormir solo, síntomas de pánico o rabietas ante la separación, etc;  estos síntomas podrían indicar un trastorno de ansiedad por separación. Algunos estudios clásicos (Last, Hersen, Kazdin y otros, 1987) sugirieron que las características familiares podían jugar un papel determinante en la génesis del trastorno. Por tanto, constituye un factor de riesgo importante para sus hijos que los padres (particularmente la madre) sufran actualmente o hayan sufrido durante su infancia de ansiedad por separación. Como posibles factores se han sugerido el exceso de protección y control o el bajo cuidado y alta protección.  En algunos casos sucede que estos episodios quedan reforzados por una actuación inadecuada de los padres. Es el caso del niño que tras manifestar ansiedad de separación recibe inmediatamente mucha atención (sobreprotección), circunstancia que puede reforzar secundariamente estos episodios. Podemos ayudar incrementando la conducta independiente del niño promoviendo actividades graduadas que suponen la separación de los padres, lo que aumentará su confianza. Esta etapa, si no es bien manejada por los padres, puede traer como consecuencia adolescentes y adultos muy inseguros o con problemas de ansiedad por separación. Las personas que la padecen desde la infancia pueden no ser capaces de formar relaciones de pareja estables, ya que es muy desgastante tanto para ellos como para quienes son su “objeto de apego”, quienes a su vez terminarán por no soportar la dependencia de su pareja.

La familia es un sistema que conecta las diferencias entre géneros y generaciones. En particular, la diferencia en el proceso de cuidar, trazando un límite entre el que cuida y el que debe ser cuidado. Si se desdibujan los límites la escena se torna surrealista, tal como se observa en el cuadro L'esprit de géométrie del belga René Magritte -cazador de ambigüedades- en el que un serio bebé gigante sostiene en sus brazos a un pequeño adulto.
Compartir la cama parental, es una verdadera encrucijada en la que algo queda velado bajo las sábanas, algo queda eludido en algún grado, para mostrarnos a la conciencia limitada irremediablemente su función de desconocimiento.

Flores de Bach que podrían colaborar

Para los papás:

Red Chestnut: Para los miedos de las mamás y papás a que les suceda algo terrible a sus hijos si los dejan solos.
Chicory: Para mamá gallina que necesita tener los pollitos bajo sus alas. Para quienes dicen hacer todo ‘por y para sus hijos’. Pendientes de los demás, giran en torno a sus hijos, sus padres, su pareja, sus amigos, etc. Necesitan ser necesitados para sentirse seguros. Prefieren la compañía de quienes tienen serios problemas, porque eso les ofrece la oportunidad de intervenir, con la intención manifiesta de salvar o rescatar al otro, sin embargo terminan controlándolo por miedo a la pérdida, al abandono y la consecuente soledad. Relaciones de codependencia.
Heather: Para los adultos que se sienten ‘niños necesitados’, comparten ‘diálogos de adultos’ con sus hijos y no discriminan los roles.
Honeysuckle: para padres con nostalgia del bebé/niño que ya no es, se quedan anclados al pasado.
Walnut: para adaptarse a la nueva etapa de crecimiento.
Scleranthus: para la duda sistemática y metódica que aparece cada vez que surge el dilema entre ‘que vuelva a su cama o que se quede con nosotros’.
Pine: padres culposos, se autoreprochan.
Sweet Chestnut: angustia y desesperación. Dependencia extrema. Se busca el consuelo en los hijos.
Centaury: padres que se someten a los caprichos de sus hijos. No pueden poner límites, les cuesta decir ‘No’.
Agrimony: Padres negadores o que evaden las dificultades: ‘Todo está bárbaro, estamos todos unidos y somos felices’, mientras esconden sus problemas debajo de la alfombra…o de las sábanas. Negación de la dependencia.
Chestnut Bud: padres inmaduros,  cometen una y otra vez el mismo error con sus hijos, no aprender de la experiencia.
Impatiens: impacientes, se apuran, fuerzan procesos desconcertando a sus hijos. Intolerantes frente al ritmo lento de sus hijos, no respetan sus tiempos.
White Chestnut: para quienes ‘se dan manija’. Pensamientos recurrentes que torturan internamente. Preocupación constante. Sensación de ‘disco rayado’.
Willow: amargura, rencor. Para evitar trasmitírselo a los hijos.
Gorse: sentirse vencidos, derrotados. Para padres que, como ya intentaron todo para sacar al hijo de la cama y no lo consiguieron, claudicaron.


Para los hijos:

Rock Rose: para los terrores nocturnos, pesadillas, pánico.
Mimulus: para miedos concretos: a la oscuridad, a los ladrones.
Aspen: para miedos de origen desconocido. Ansiedad y miedo a los fantasmas que hace que los niños quieran acurrucarse en la cama de los padres.
Cherry Plum: miedo a perder el control. Cuando aparecen síntomas como enuresis.
Red Chestnut: ansiedad de separación. Preocupación excesiva y persistente a perder las figuras de apego o a que les suceda algo malo.
Walnut: para adaptarse a la nueva etapa de crecimiento. Para cortar el apego a los padres. Facilita los cambios.
Holly: bronca explosiva, envidia, celos y rivalidad ante nuevos integrantes de la familia, como el nacimiento de un hermanito o la nueva pareja de alguno de los padres y sus hijos.
Chicory: para niños que manipulan sutilmente y que si no logran lo que quieren pueden resultar mandones e irritantes. Intentan extorsionar a sus padres, muchas veces se victimizan.
Vervain: niños hiperactivos, inquietos, que se la pasan saltando de una cama a otra.
Vine: niños autoritarios, tiránicos, dan órdenes y hacen lo que quieren.
Heather: berrinches, necesidad de llamar la atención.
Larch: falta de confianza, minusvalía. Niños que dudan en su propia capacidad.
Agrimony: niños que muestran una sonrisa forzada para disimular y evitar el conflicto.
Rock Water: niños autoexigentes, hijos ejemplares que parecen adultos cuidando de sus padres.
Wild Rose: apatía, inhibición o disminución de la actividad. Nada los motiva.
Gentian: niños que se desalientan y desaniman ante el menor obstáculo.

Gabriela Ricciardelli

Dra. H. C. en Medicina Floral, Master en Naturopatía.
Practitioner en Flores de Bach otorgado por The Dr. Bach Foundation, England.
Creadora de la primera carrera en Medicina Floral® en la Argentina. 

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