Y así, para lograr una curación completa, no sólo habrá que
utilizar medios físicos, eli giendo
siempre los mejores métodos que se conozcan en el arte de la curación, sino que
tendremos que actuar nosotros mismos dedicando toda nuestra capacidad para
suprimir cualquier defecto en nuestra naturalezar porque la curación final y
definitiva viene en última instancia de dentro, del Alma en sí, que con Su
benevolencia irradia armonía a través de la personalidad en cuanto se le deja
hacerlo.
Dado que hay una raíz principal en toda enfermedad, a saber
el egoísmo, así también hay un método seguro y principa1 para aliviar cualquier
padecimiento: la conversión del egoísmo en dedicación a los demás. Con sólo que
desarrollemos suficientemente la cualidad de olvidamos de nosotros mismos en el
amor y cuidado de quienes nos rodean, disfrutando de la gloriosa aventura de
adquirir conocimiento y ayudar a los demás, nuestros males y dolencias
personales terminarán rápidamente. Ésa es la gran meta final: la pérdida de nuestros
propios intereses en el servicio de la humanidad. No importa en qué situación de la vida
nos haya colocado la
Divinidad. Ya tengamos un negocio o una profesión, seamos
ricos o pobres, monarcas o mendigos, a todos nos es posible llevar a cabo la
tarea en nuestras respectivas vocaciones y llegar a ser auténticas bendiciones
para quienes nos rodean, comunicándoles el Divino Amor Fraterno.
Pero la inmensa mayoría de nosotros tenemos mucho camino
que recorrer antes de alcanzar ese estado de perfección, aunque sorprende lo
rápidamente que puede avanzar un individuo por ese camino si se esfuerza
seriamente y si no se confía simplemente en su pobre personalidad, sino que
tiene fe implícita; con el ejemplo y las enseñanzas de los grandes maestros del
mundo, es capaz de unirse con su propia Alma, con la Divinidad que lleva
dentro, y todas las cosas son posibles. En casi todos nosotros hay uno o más
defectos adversos que obstaculizan nuestro avance, y es ese defecto, o
defectos, lo que tenemos que afanarnos por descubrir en nosotros, y mientras
tratamos de desarrollar y extender el lado amoroso de nuestra naturaleza hacia
el mundo, debemos esforzamos al mismo tiempo para borrar ese defecto particular
llenando nuestra naturaleza con la virtud opuesta. Al principio tal vez nos
resulte difícil, pero sólo al principio, porque es sorprendente lo rápidamente
que crece una virtud auténticamente buscada, unido al conocimiento de que con
la ayuda de la Divinidad que llevamos dentro, a poco que perseveremos, el
fracaso es imposible.
En el desarrollo del Amor Universal dentro de nosotros
mismos tenemos que aprender a damos cuenta cada vez más de que todo ser humano
es hijo del Creador, aunque en grado inferior, y de que un día, en su momento,
alcanzará la perfección como todos esperamos. Por insignificante que parezca un
hombre o una criatura, debemos recordar que dentro lleva la Chispa Divina , que
irá creciendo lenta pero segura hasta que la gloria del Creador irradie de ese
ser.
Por otra parte, la cuestión de verdad o error, de bien y
mal, es puramente relativa. Lo que está bien en la evolución natural del
aborigen, estaría mal en lo más avanzado de nuestra civilización, y lo que para
nosotros puede incluso ser una virtud, puede estar fuera de lugar, y por tanto
ser malo, en quien ha alcanzado el grado de discípulo. Lo que nosotros llamamos
error o mal es en realidad un bien fuera de lugar, y por tanto es algo
puramente relativo. Recordemos asimismo que también es relativo nuestro nivel
de idealismo; a los animales podemos parecerles auténticos dioses, mientras que
nosotros nos encontramos muy por debajo de la gran Hermandad de
Santos y Mártires que se entregaron para servimos de ejemplo. Por ello hemos de
tener compasión y caridad con los más humildes, porque si bien nos podemos
considerar muy por encima de su nivel, somos en nosotros mismos insignificantes
y nos queda aún un largo trecho que recorrer para alcanzar el nivel de nuestros
hermanos mayores, cuya luz brilla por el mundo a través de los tiempos.
Si nos asalta el orgullo, tratemos de damos cuenta de que
nuestras personalidades no son nada en sí mismas, incapaces de hacer nada bueno
o de hacer un favor aceptable o de oponer resistencia a los poderes de las
tinieblas, si no nos asiste esa Luz que nos viene de arriba, la Luz de nuestra
Alma; esforcémonos por vislumbrar la omnipotencia y el inconcebible poder de
nuestro Creador, que hace un mundo perfecto en una gota de agua y en sistemas y
sistemas de universos, y tratemos de darnos cuenta de la relativa humildad nuestra
y de nuestra total dependencia de Él. Aprendamos a rendir homenaje y a respetar
a nuestros superiores humanos. ¡Cuán infinitamente más deberíamos reconocer
nuestra fragilidad con la más completa humildad ante el Gran Arquitecto del
Universo !
Si la crueldad o el odio nos cierran la puerta al progreso,
recordemos que el Amor es la base de la Creación, que en toda alma viviente hay
algo bueno, y que en los mejores de nosotros algo malo. Buscando lo bueno de
los demás, incluso de quienes primero nos ofendieron, aprenderemos a
desarrollar, aunque sólo sea cierta compasión, y la esperanza de que sepan ver
mejores caminos; luego veremos que nace en nosotros el deseo de ayudarles a
mejorar. La conquista final de todos se hará a través del amor y el cariño, y cuando
hayamos desarrollado lo suficiente esas dos cualidades, nada podrá asaltamos,
pues siempre estaremos llenos de compasión y no ofreceremos resistencia, pues,
reiteramos, por la propia ley de la causa y efecto, es la resistencia la que
perjudica. Nuestro cometido en la vida es seguir los dictados de nuestro Ser
Superior, sin dejamos desviar por la influencia de otros, y esto sólo puede
conseguirse siguiendo suavemente nuestro propio camino, y al mismo tiempo sin
interferir con la personalidad de otro o sin causar el menor perjuicio por
cualquier método de odio o crueldad. Debemos esforzamos denodadamente por
aprender a amar a los demás, empezando quizá con un individuo o incluso un
animal, y dejando que se desarrolle y se extienda ese amor cada vez más, hasta
que sus defectos opuestos desaparezcan automáticamente. El amor engendra amor,
igual que el odio engendra odio.
La cura del egoísmo se efectúa dirigiendo hacia los demás
el cuidado y la atención que dedicamos a nosotros mismos, llenándonos tanto de
su bienestar que nos olvidemos de nosotros mismos en nuestro empeño. Como lo
expresa una gran orden de Hermandad: "Buscar el solaz de nuestra aflicción
llevando el alivio y el consuelo a nuestros semejantes en la hora de su
aflicción”, y no hay forma más segura de curar el egoísmo y los subsiguientes
desórdenes que ese método.
La inestabilidad se puede erradicar con el desarrollo de la
autodeterminación, tomando decisiones y actuando con firmeza en lugar de dudar
y vacilar. Aunque al principio cometamos errores, siempre es mejor actuar que
dejar pasar oportunidades por falta de decisión. La determinación no tardará en
desarrollarse; desaparecerá el miedo a vivir la vida plenamente, y las
experiencias guiarán nuestra mente hacia un mejor juicio.
Para acabar con la ignorancia, no hay que temer a la
experiencia, por el contrario, mantener la mente bien despierta y los ojos y
oídos bien abiertos para captar cualquier partícula de conocimiento que pueda
obtenerse. Al mismo tiempo, debemos mantenemos flexibles -de pensamiento, para
que las ideas preconcebidas y los prejuicios no nos priven de la oportunidad de
obtener un conocimiento más amplio y más fresco. Debemos estar siempre
dispuestos a abrir la mente y a rechazar cualquier idea, por firmemente
arraigada que esté, si la experiencia nos muestra una verdad más sólida.
Al igual que el orgullo, la codicia es un gran obstáculo al
progreso, y hay que suprimir ambos defectos sin contemplaciones. Los resultados
de la codicia son bastante graves, pues nos llevan a interferir con el
desarrollo espiritual de nuestros semejantes. Debemos damos cuenta de que todos
los seres están aquí para desarrollar su evolución según los dictados de su
alma, y sólo de su alma, y de que ninguno de nosotros tiene que hacer nada que
no sea animar a su hermano en ese desarrollo. Debemos ayudarle a esperar y, si
está en nuestra mano, aumentar su conocimiento y sus oportunidades en este
mundo para lograr progresar. Así como nos gustaría que los demás nos ayudasen a
ascender por el empinado y arduo camino de montaña que es la vida, así debemos
estar siempre dispuestos a tender una mano y a brindar la experiencia de
nuestro mayor conocimiento a un hermano menor o más débil. Así deberá ser la
actitud del padre para con su hijo, del maestro para con el hombre, o del
compañero para con sus semejantes, dando cuidados, amor y protección en la
medida en que se necesiten y sean beneficiosos, sin interferir ni por un
momento con la evolución natural de la personalidad que debe dictarle el alma.
Muchos de nosotros en la infancia y primera juventud nos
encontramos mucho más cerca de nuestra alma de lo que lo estamos después con el
paso de los años, y tenemos entonces ideas más claras de nuestra labor en la
vida, de los esfuerzos que se espera que hagamos y del carácter que hemos de
desarrollar. La razón de ello es que el materialismo y las circunstancias de
nuestra época, y las personalidades con las que nos juntamos, nos alejan de la
voz de nuestro Ser Superior y nos atan firmemente al lugar común con su falta
de ideales, lo cual es evidente en esta civilización. Que el padre, el educador
y el compañero se afanen siempre por animar el desarrollo del Ser Superior
dentro de aquellos sobre los que tienen el maravilloso privilegio y oportunidad
de ejercer su influencia, pero que siempre dejen en libertad a los demás, igual
que esperan que a ellos les dejen en libertad.
Así, de forma semejante, busquemos los defectos de nuestra
constitución y borrémoslos desarrollando la virtud opuesta, suprimiendo así de
nuestra naturaleza la causa del conflicto entre el alma y la personalidad, que
es la primera causa básica de enfermedad. Esa sola acción, si el paciente tiene
fe y fortaleza, dará lugar a un alivio, proporcionando salud y alegría; y en
aquellos que no tengan tanta fortaleza, el médico ayudará materialmente a la
curación para obtener prácticamente el mismo resultado.
Tenemos que aprender sin engañamos a desarrollar la
individualidad según los dictados de nuestra alma, a no temer a ningún hombre y
a ver que nadie interfiere o nos disuade de desarrollar nuestra evolución, de
cumplir con nuestra obligación y de devolver la ayuda a nuestros semejantes,
recordando que cuanto más avanzamos, más constituimos una bendición para
quienes nos rodean. Tenemos que guardamos especialmente de errar al ayudar a
los demás, quienesquiera que sean, y estar seguros de que el deseo de ayudarles
procede de los dictados de nuestro Ser Íntimo, y no es un falso sentido del
deber impuesto por sugestión o por persuasión de una personalidad más
dominante. Una de las tragedias que nos afligen hoy día obedece a este tipo, y
resulta imposible calcular los miles de vidas desperdiciadas, los millones de
oportunidades que se han perdido, la pena y el sufrimiento que se han causado,
el enorme número de niños que, por sentido del deber, se han pasado años
cuidando de un inválido cuando la única enfermedad que aquejaba al familiar era
un desequilibrado deseo de acaparar la atención. Pensemos
en los ejércitos de hombres y mujeres a los que se ha impedido quizá hacer una
gran obra en pro de la humanidad porque su personalidad quedó dominada por un
individuo del que no tuvieron valor de liberarse; los niños que desde edad muy
temprana sienten la llamada de una vocación, y sin embargo, por dificultades de
las circunstancias, disuasión por parte de otros y debilidad de propósito, se
adentran en otra rama de la vida, en la que ni se sienten feli ces ni capaces de desarrollar su evolución como
de otro modo podían haber hecho. Son sólo los dictados de nuestra conciencia
los que pueden decimos dónde está nuestro deber, con quién o con quiénes, y a
quién o a quiénes hemos de servir; pero, en cualquier caso, hemos de obedecer
sus mandatos hasta el máximo de nuestras capacidades.
Por último, no tengamos
miedo a metemos de lleno en la vida; estamos aquí para adquirir experiencia y
conocimiento, y poco aprenderemos si no nos enfrentamos a las realidades y
ponemos todo nuestro empeño. Esta experiencia puede adquirirse en la vuelta de
cada esquina, y las verdades de la naturaleza y de la humanidad se pueden
alcanzar con la misma validez, o incluso más, en un caserío que entre el ruido
y las prisas de una ciudad.
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