Fausto y la ascensión espiritual de Goethe
Rudolf Steiner - Publicado
en ‘Teosofía’ en 1932
En el transcurso de los largos años que consagró Goethe a la
elaboración de su Fausto, ascendió
a través de esta obra a la contemplación de cada vez más elevados misterios.
La luz que dimana de tales misterios alumbra todos los
fragmentos y todos los acontecimientos que completan el drama. Mefistófeles
encarna cuanto ha de combatir el hombre y de cuanto ha de triunfar
progresivamente cuando anhela realizar la profunda experiencia de la vida.
Mefistófeles es, pues, el íntimo adversario de todo cuanto tiende a ejecutar sobre los intersticios de su más elevado ser.
Mefistófeles es, pues, el íntimo adversario de todo cuanto tiende a ejecutar sobre los intersticios de su más elevado ser.
Pero el que con plenitud considera las íntimas experiencias
en las que intentó Goethe plasmar el misterio de su Mefistófeles, no descubre
solamente un adversario espiritual de la humana naturaleza, sino dos.
El uno emerge de nuestra naturaleza sentimental y espontánea
y el otro de nuestras facultades de conocimiento. El individuo que participa de
la naturaleza sentimental y espontánea se esfuerza en aislar el ser humano del
resto del universo en el cual subyace la fuente y raíz de toda su existencia y persuade
al hombre de que puede seguir por sí solo su camino apoyándose exclusivamente
en sí mismo, en su ser interior. Trata de hacernos olvidar que pertenecemos al
Universo como un dedo pertenece a nuestro organismo. Así como un dedo se
condenaría a la muerte física si intentara vivir independientemente del resto
del cuerpo, así nos condenaríamos a la muerte espiritual si nos separáramos del
Todo.
Existe en todo hombre una elemental aspiración hacia esta
mencionada escisión. No se adquiere la sabiduría oponiéndose ciegamente a tal
tendencia, sino subyugándola de acuerdo con cada particular naturaleza y
transformándola de suerte que deje de ser un adversario para convertirse en un
auxiliar de la vida.
Cualquiera que como «Fausto» haya participado ya de las
excelencias del mundo espiritual, se halla obligado a entablar contra esta
potestad adversa, enemiga de la humana vida, una lucha mucho más consciente de
la que generalmente sostienen los demás hombres.
En tanto que personificación dramática, esta potestad puede
ser denominada el «tentador luciférico del hombre» y actúa al través de ciertas
fuerzas recónditas de nuestra naturaleza, que tienden constantemente a
intensificar el egoísmo.
El segundo adversario de la humana naturaleza enfoca sus
energías en las ilusiones que alimenta el hombre por el hecho de percibir un
mundo exterior que sintetiza como representaciones de la inteligencia.
Nuestra experiencia del mundo externo, que sostiene el
conocimiento, reposa enteramente en las imágenes
que el hombre se crea de este mundo. Y
estas imágenes varían con la constitución de su alma, con el punto de vista en
el cual se sitúa y con toda suerte de circunstancias. Y el espíritu de ilusión
acaba de inmiscuirse en la génesis de tales imágenes, perturbando la relación
de verdad que se establecería sin su intervención, entre todo hombre y el mundo
exterior, entre él y sus semejantes.
Personifica, por ejemplo, el espíritu de discordia y de
combatividad que divide a los hombres y los conduce a entablar relaciones de
las que el remordimiento y el dolor moral son corolarios.
Podríamos, apelando a una figura de la mitología persa,
llamar a esta potestad el espíritu arhimánico.
Las cualidades que tal mito confiere a su Ahriman son
suficientes para justificar aquí el empleo de tal apelación.
Los dos adversarios de la humana sabiduría -luciférico y arhimánico-
se presentan al hombre en el decurso de su evolución de una manera
completamente distinta.
El Mefistófeles de Goethe lleva impreso de manera bien
incisa los rasgos ahrimánicos. Y sin embargo, el elemento luciférico se halla
igualmente presente en él.
Una naturaleza como la de Fausto se halla mucho más fácilmente expuesta
a las tentaciones de Ahriman y a las de Lucifer que una naturaleza por completo
desprovista de experiencias de índole espiritual.
Podríamos imaginar a Goethe oponiendo a su
"Fausto", en lugar de un solo Mefistófeles, a los dos seres de que
hemos hablado. Entonces Fausto hubiérase sentido atraído de aquí para allá,
dado el carácter de sus peregrinaciones morales. Pero el Mefistófeles ideado
por Goethe sintetiza a la vez los trazos ahrimánicos y los luciféricos. En la
subconciencia del autor, Mefistófeles encarna una doble vida, y esta dualidad
hace más difícil la exteriorización a medida que avanza Fausto en el sendero a
recorrer. Este sendero no podía por menos que conducirle y ponerle en contacto
con las dos potestades que combaten la humana vida.
Aunque a algunos parezca paradoja, las relaciones que se
establecieron entre la personalidad de Goethe y el poema faustiano y las
particularidades del personaje de Mefistófeles, no dejan lugar a dudas:
Mefistófeles fue la causa de las dificultades con las que tuviera Goethe que
luchar en la elaboración del «poema de su vida». La idea de la dualidad de esta
representación se observa en el último término de la perspectiva de su alma.
Y como el destino de Fausto entrañaba forzosamente reflejos
de los actos mefistofélicos, los obstáculos se opusieron perpetuamente a la
concepción y al desenvolvimiento de su destino. La falta de unidad del
«adversario» impedía a este personaje otorgar al drama los impulsos necesarios
para la continuación normal de la historia de «Fausto».
«En un juego grandioso, animado de una gracia consciente y a
través de caracteres magistralmente descritos con delineaciones perpetuas en el
último plano misterioso de los mayores problemas planteados a la humanidad,
este poema nos remonta finalmente al recogimiento de las emociones más
nobles»-, escribía K. J . Schroer para la tercera edición de «Fausto».
Y esto precisamente es lo que nos importa. Cuanto planeaba
en la imaginación el autor de Fausto, se
le aparecía como bajo la forma de «perpetuos esquemas en el último plano
misterioso de los mayores
problemas planteados a la humanidad». Nadie osaría oponerse a esta aserción de
Schroer, inspirada
por un profundo conocimiento de Goethe y por un inmenso amor por las
concepciones goetheanas.
Nadie pretenderá que Schroer ha intentado interpretar el poema de Goethe en
favor de alguna
doctrina abstracta.
Pero justamente porque contemplara la infinita perspectiva
de los más elevados requerimientos hechos a la humanidad, Goethe vio
engrandecerse ante la visión de su espíritu la figura tradicional del «diablo
nórdico» y llegó a percibir su dualidad, porque todo espíritu seriamente
observador comprenderá el lugar que la humana entidad ocupa en el Cosmos y le
enfrenta fatalmente un día con la doble potestad de que nos hemos ocupado.
La figura mefistofélica que flotara en el espíritu de Goethe
al comenzar su poema, concuerda enteramente con la actitud de Fausto, al
alejarse del «signo del Macrocosmos». Los conflictos interiores que surgían en
aquel momento en él, le obligarían a afrontar al adversario espiritual que
ataca lo más recóndito del alma, como adversario de carácter luciférico.
Más tarde se vio conducido Goethe a poner a su Fausto en
conflicto con las potestades del mundo externo. A medida que avanzaba hacia la
realización de la segunda parte de Fausto,
esta necesidad se le imponía más
imperiosamente. En la "Noche clásica de Walpurgis" que conduce a
Fausto al verdadero hallazgo de Helena, potestades cósmicas, realizaciones del
futuro universal, se funden con las experiencias del hombre.
Por sus estudios científicos, por sus conceptos
naturalistas, Goethe adquirió la posibilidad de tender un puente entre el
futuro cósmico y la evolución humana. Tanteólo en su «Walpurgis Clásica».
Para rendir plenamente justicia al valor poético de esta
parte del «Fausto» es preciso darse cuenta de que Goethe ha llegado a
representar allí nociones de ciencia natural convirtiéndose en maestro y
metamorfoseándolas en pura poesía, si bien nada subsiste de su aridez, de su
abstracción conceptual, ya que se expanden en ondas de imágenes armoniosas.
Pero hay toda vía más. En el cuadro magnífico en que termina
el quinto acto de la segunda parte, Goethe realizó una unión magna entre el
porvenir suprasensible del universo y la vida interior del hombre.
No subsiste duda alguna en tal extremo. El espíritu de
Goethe recorrió, en el decurso de su vida, una evolución que le condujo a
visualizar la dualidad de las potestades cósmicas que combaten contra el
hombre. Y en tanto proseguía la creación de su Fausto,
experimentaba la necesidad de triunfar de su propio principio.
Ya que la vida enderezó
su Fausto hacia
el Macrocosmos de la que el solo conocimiento le había, al comienzo, desviado.
«¡Qué
espectáculo! Mas ¡ay! ¡Nada más que un espectáculo!»
En este espectáculo las fuerzas del futuro universal se
patentizan y el espectáculo se convierte en vida.
Porque los anhelos espirituales de Fausto
conducen inevitablemente a poner al
hombre en conflicto con las adversas potestades merced a las cuales el
individuo, envuelto en una lucha universal se sitúa por sí mismo en el seno del
Cosmos y desde allí se dispone valerosamente al combate.
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