¿CÓMO OBRA EL KARMA? - Rudolf Steiner

REENCARNACIÓN Y KARMA, RUDOLF STEINER
CAPÍTULO II: ¿CÓMO OBRA EL KARMA?
El sueño ha sido llamado muchas veces el hermano menor de la muerte.
Esta metáfora es más profunda de lo que parece a primera vista; es un símbolo real de las sendas espirituales del hombre, porque nos da una idea de la relación que existe entre las distintas encarnaciones del espíritu humano, por las que pasa este espíritu.
En el trabajo precedente “Reencarnación y Karma” hemos mostrado que el pensamiento moderno de las ciencias naturales, bien entendido conduce de por sí a la antiquísima enseñanza sobre la evolución del eterno ser espiritual del hombre a través de muchas vidas. Este conocimiento va necesariamente seguido de la pregunta: ¿Cómo se vinculan estas vidas unas con otras?. ¿En qué sentido es la vida de un hombre efecto de encarnaciones anteriores y cómo llega a ser causa de otras siguientes?. La comparación con el sueño nos ofrece una imagen de esta relación entre causa y efecto. * . Me levanto por la mañana. Mis actividades fueron interrumpidas por la noche, y no las puedo reasumir en forma arbitraria si en mi vida ha de reinar orden y coordinación. Mis quehaceres de ayer han creado las condiciones para lo que tendré que hacer hoy. Debo continuar de acuerdo con los resultados de la actividad de la jornada pasada. En el pleno sentido de la palabra se puede decir: Mis actividades de ayer forman mi destino de hoy. Yo mismo he creado las causas a las que tendré que agregar los efectos. Vuelvo a encontrar las causas después de haberme apartado de ellas por un corto tiempo; forman parte de mi ser a pesar de esta separación.
Aún en otro sentido son míos los efectos de mis vivencias de ayer, puesto que me cambiaron en cierto modo. Supongamos que ayer emprendí algo que no logré más que a medias. Reflexiono para hallar el porqué de mi malogramiento. Si me toca hacer algo semejante en otra oportunidad, evitaré cometer los errores que he reconocido. Quiere decir que he adquirido una nueva facultad. Las vivencias de ayer son así las causas de mis facultades de hoy. El pasado permanece unido conmigo; vive en mi presente y seguirá viviendo en mi futuro. Debido a mi pasado he creado la situación en la que me hallo hoy. Y el sentido de la vida exige que permanezca unido a esta situación. Sería absurdo que yo me construyese una casa y no la ocupase, siempre que no intervinieran circunstancias especiales que lo impidiesen.
No podría hablar de haberme despertado esta mañana, sino que tendría que haber sido creado de la nada, si los efectos de mis acciones de ayer no constituyesen mi destino de hoy. Y el espíritu humano tendría que nacer de la nada, ser creado cada vez de nuevo, si los resultados de sus vidas anteriores no permaneciesen unidos con las posteriores. Realmente, el hombre no puede vivir en situación alguna que no haya sido causada por su vida anterior. Es tan imposible como les es imposible vivir fuera de las cavernas de Kentucky a los animales que perdieron la facultad de la vista al inmigrar en ellas. Con su acción, la inmigración en las cavernas, han creado las condiciones de su vida posterior. Una vez que un ser ha sido activo, ya no vive aislado; ha vertido su propio ser en sus acciones. Y toda su posterior evolución quedará vinculada a las consecuencias de sus acciones. Este vínculo de una entidad con los resultados de sus acciones es la ley del karma que gobierna el mundo entero.
La actividad convertida en destino: esto es karma.
Y el sueño es tan buen símil de la muerte, porque durante el sueño, el hombre se encuentra realmente retirado del escenario en que le espera su destino. Mientras dormimos, continúan los acontecimientos de este escenario.
Por un tiempo no tenemos influencia sobre ellos. Sin embargo, al despertar volvemos a encontrar los efectos de nuestras acciones y debemos partir de ellos. Nuestra personalidad se incorpora todas las mañanas nuevamente a nuestro mundo de actividad. Lo que estuvo separado de nosotros durante la noche, nos envuelve, por decirlo así, como un manto durante el día.
Lo mismo sucede con las acciones de nuestras encarnaciones anteriores.
Sus resultados están integrados al mundo en que habíamos estado encarnados, pero nos pertenecen a nosotros, como la vida en las cavernas pertenece a los animales que perdieron la vista debido a su estadía en la oscuridad. Así como estos animales no pueden vivir, si no es en el medio al que se adaptaron, así el espíritu humano no puede vivir si no es en el medio creado por sus propias acciones y que le corresponde como tal.

Cada mañana se renueva la presencia de lo anímico en nuestro cuerpo.
Los investigadores de las ciencias naturales admiten, que no pueden comprender este hecho mientras se limiten al uso de las leyes obtenidas en el mundo físico. Recordemos lo que Du Boys-Reymond dice en su disertación “Límites del conocimiento de la Naturaleza”: “Si las ciencias naturales
(DuBoys-Reymond dice “astronómicas”) penetrasen en un cerebro, por una u otra razón inconsciente — por ejemplo, cuando duerme sin soñar — entonces ya no habría secretos en él, y con el conocimiento científico del resto del cuerpo habríamos descifrado toda esta máquina humana con su respiración, su circulación, su metabolismo, su calor y así sucesivamente hasta la naturaleza misma de la materia y la energía. El hombre que duerme sin soñar ofrece tan pocos secretos como el mundo anterior al desarrollo de la conciencia. Pero como el mundo se tornó doblemente incomprensible con los primeros vestigios de conciencia, así se torna incomprensible el hombre durmiente apenas asome la primera imagen del ensueño”. Esto no puede ser de otra manera, pues lo que el investigador describe aquí como hombre que duerme sin soñar, es aquello de la naturaleza humana que solamente está sujeto a las leyes físicas, pero que en el momento en que vuelve a mostrarse animado, obedece a las leyes de la vida anímica. Durmiendo, el cuerpo humano obedece a las leyes físicas; pero tan pronto despierta el hombre, se enciende la luz de su obrar racional en la existencia física. Podemos decir con Du Boys-
Reymond: Un cuerpo dormido se puede examinar desde todos los ángulos: su ser anímico no se encontrará en él; pero este ser anímico reasume el curso de su actividad racional allí donde lo interrumpió al dormirse. De manera que, visto bajo este aspecto, el hombre pertenece a dos mundos. En uno de ellos vive con el cuerpo, y esta vida corpórea puede abarcarse con las leyes físicas; en el otro vive espiritual e intelectualmente y de esta vida nada puede conocerse mediante leyes físicas. Si queremos estudiar la vida física, tenemos que recurrir a las leyes físicas de las ciencias naturales; pero si queremos comprender la vida intelectual y espiritual, debemos conocer las leyes del obrar racional; por ejemplo, las de la lógica, del Derecho, de las ciencias económicas, de la estética, etc.
El cuerpo durmiente que sólo obedece a las leyes físicas, nunca podrá realizar algo conforme a las leyes de la razón. El espíritu humano, empero, introduce estas leyes en el mundo físico. La medida de su aporte en este sentido determinará cuánto habrá de reencontrar, luego de una interrupción, al retomar el hilo de su actividad.
Detengámonos unos momentos más en la imagen del sueño. El hombre debe vincular su actividad de hoy con la de ayer, si la vida ha de tener sentido.
No podría hacerlo, si no se sintiese relacionado con dicha actividad. Yo no podría retomar mi actividad de ayer, si no hallara nada de ella en mí. Si hubiese olvidado todo lo que experimenté ayer, sería una persona nueva y no podría retomar hilo alguno. Es la memoria la que me permite retomar mi actividad de ayer. Esta memoria me une con los efectos de mí obrar. Aquello que pertenece propiamente a mi vida racional, la lógica, por ejemplo, es la misma hoy y ayer; puede aplicarse también a las cosas que no vi ni ayer ni nunca. Mi memoria une mi actividad lógica de hoy con la de ayer, y si dependiese únicamente de la lógica, podríamos comenzar efectivamente, todas las mañanas, una nueva vida; pero la memoria conserva lo que nos une con nuestro destino.
Resulta pues que todas las mañanas me vuelvo a encontrar como una entidad triple. Encuentro mi cuerpo que durante mi sueño estuvo sometido a las leyes meramente físicas. Me encuentro a mí mismo, a mi espíritu humano, que es el mismo hoy que ayer, y que posee el don del obrar racional como ayer. Y, conservado en mi memoria, encuentro todo lo que el día de ayer, y lo que todo mi pasado ha hecho de mí.
Con esto también tenemos una imagen de la entidad ternaria del hombre. Cada vez que el hombre vuelve a encarnarse, se encuentra en un organismo físico sometido a las leyes de la Naturaleza exterior. Y en cada encarnación se manifiesta el mismo espíritu del hombre y es, como tal, el ser eterno de las diferentes encarnaciones. Cuerpo y espíritu se hallan uno enfrente de otro. Entre ellos debe existir un eslabón, como lo es la memoria entre mis hechos de ayer y los de hoy. Este eslabón es el alma. Ella conserva los efectos de mis acciones de vidas anteriores y hace que el espíritu aparezca en una nueva encarnación, dotado de todo aquello que en vidas anteriores ha podido adquirir. Así se relacionan entre sí cuerpo, alma y espíritu. El espíritu es eterno; el nacimiento y la muerte imperan en la corporalidad según las leyes del mundo físico; el alma vuelve a unir, siempre de nuevo, el espíritu con el cuerpo, tejiendo el destino con el hilo de nuestras acciones.

Al comparar el alma con la memoria también podemos referirnos a la literatura científica actual. El naturalista Ewald Hering publicó (en 1870) un trabajo titulado: “La memoria como función general de la materia organizada”. ERNST HAECKEL, cuyas ideas coinciden con las de Hering, dice en su trabajo sobre la formación de las partículas de la vida: “Sin la hipótesis de una memoria inconsciente de la materia viviente no podrían explicarse realmente las funciones más importantes de la vida. Las facultades de la representación mental y la concepción de ideas, del pensar y la conciencia, de la ejercitación y la habituación, de la nutrición y reproducción, se fundan en la función de la memoria inconsciente, cuya acción es mucho más importante que la de la memoria consciente. Con razón dice Hering, que nosotros debemos a la memoria casi todo lo que somos y tenemos”. Haeckel trata luego de atribuir a esta memoria inconsciente todos los procesos de la herencia en los seres vivientes. Que los seres se parecen a sus procreadores, que las cualidades de estos últimos se transmiten por herencia a los primeros, se atribuye a la memoria inconsciente de lo viviente que guarda el recuerdo de las formas precedentes a través de la reproducción. Aquí no cabe analizar la veracidad de esta teoría; lo importante para nuestro propósito es que el investigador de la ciencia natural se vea obligado a presumir una esencia parecida a la memoria, allí donde se trata de algo que trasciende el nacimiento y la muerte, algo que perdura más allá de la muerte. Donde las leyes de la naturaleza física son insuficientes, se vale naturalmente de una fuerza suprasensible.
Téngase bien presente que al hablar de la memoria como lo hicimos aquí, se trata tan sólo de una comparación, de una imagen simbólica. No ha de creerse que por alma se entiende algo simplemente idéntico a la memoria consciente. En la vida cotidiana tampoco interviene siempre la memoria consciente, si nos servimos de las vivencias del pasado. Conservamos los frutos de estas vivencias, aunque no las recordemos siempre conscientemente. ¿Quién se acordará de todas las peripecias que tuvo que pasar para aprender a escribir?. Es más, ¿quién llegó a vivirlas conscientemente en todos los detalles?. El hábito, por ejemplo, es una especie de memoria inconsciente.
Con esta comparación con la memoria no quisimos más que proyectar una luz sobre el elemento anímico que se interpone entre el cuerpo y el espíritu y obra como intermediario entre lo eterno y el elemento material en la vida entre el nacimiento y la muerte.
El espíritu que se vuelve a encarnar encuentra pues su destino como resultado de sus acciones; y por medio del alma, unida a él, se establece su enlace con este destino. Ahora cabe preguntar: ¿Cómo es posible que el espíritu encuentre los resultados de sus acciones, considerando que al ser reencarnado seguramente estará colocado en un mundo totalmente distinto del de su vida anterior?. Esta pregunta se basa en una idea de la concatenación del destino que ante todo fija la mirada en lo superficial de la vida. Si yo me traslado de Europa a América, también me encuentro en un mundo totalmente nuevo. Mi vida en América, sin embargo, dependerá en gran medida de mi vida anterior en Europa. Si he sido mecánico en Europa, tendré otro destino en América que si fui empleado de Banco. En el primer caso probablemente estaré rodeado de máquinas, en el segundo, de papeles bancarios. Siempre es la vida anterior que determina el mundo que me rodea y que en cierto modo atrae hacia mí las cosas que tienen afinidad con aquella vida. Lo mismo sucede con mi alma-espíritu. Ella se rodea necesariamente de aquello que le es afín según su vida anterior. Nadie podrá decir que esto contradice a la comparación de sueño y muerte, si tiene presente que se trata solamente de una comparación, aunque, por cierto, de una comparación muy acertada.
Que yo encuentre al despertarme por la mañana, la situación creada por mí mismo el día anterior, se debe directamente al curso de los hechos. Que yo encuentre al reencarnarme, un mundo circundante que corresponde al resultado de mis acciones en la vida anterior, se debe a la afinidad de mi alma-espíritu con las cosas que la rodean en la nueva vida.
Lo que me introduce directamente a este mundo son las cualidades de mi alma-espíritu al encarnarse, pero sólo poseo estas cualidades, porque las acciones de mis vidas anteriores las han impreso en mi alma-espíritu. De manera que aquellas acciones son las verdaderas causas de las condiciones que encuentro al nacer. Y lo que hago hoy, será una de las causas de las condiciones que me serán deparadas en una vida posterior. De hecho, el hombre crea así su destino. Esto sólo parece incomprensible, mientras consideremos cada vida como si fuese única y no un eslabón en la cadena de vidas sucesivas.
Realmente puede decirse que al hombre en la vida no le ocurrirá nada que no esté determinado por las condiciones por él mismo creadas. La comprensión de la ley del destino — el karma — también nos enseña “por qué frecuentemente el bueno tiene que sufrir, mientras que el malo puede ser feliz”. Esta aparente disonancia dentro de los límites de una sola vida desaparece, si la mirada se amplía a muchas vidas. Naturalmente la ley del karma no puede concebirse cual un juez cualquiera o como la justicia temporal. Esto equivaldría a imaginar a Dios como un anciano de barba blanca. Es así como piensan muchos, y principalmente los opositores a la idea del Karma parten de tales conceptos erróneos. Combaten un concepto que ellos adjudican a los partidarios de la idea del karma y no aquel que sustentan los verdaderos conocedores del tema.

¿Qué relación tiene el hombre con el mundo físico circundante, cuando desciende a una nueva encarnación?. Esta relación resulta, por un lado, de su alejamiento del mundo físico durante el tiempo transcurrido entre las dos encarnaciones; y, por el otro lado, de su evolución durante este mismo tiempo.
Se entiende desde ya, que en esta evolución no puede influir el mundo físico, puesto que el alma-espíritu se halla fuera de él. Todo lo que sucede en el alma, debe surgir de ella, o bien del mundo suprafísico. El mundo de los hechos físicos con él que estaba ligada, ya no ejerce una influencia directa sobre ella. Lo que de ese mundo le ha quedado, es sólo aquello que hemos comparado con la memoria. Este “resto de memoria” consta de dos partes, que se evidencian si se considera lo que ha contribuido a su formación. El espíritu ha vivido en el cuerpo y en consecuencia ha entrado en contacto con el mundo físico circundante. Por medio del cuerpo, este contacto dio origen a instintos, impulsos, pasiones que a su vez motivaron acciones en el mundo externo. El hombre obra bajo la influencia de estos instintos, impulsos y pasiones debido a su ser corporal. Y éstos tienen un doble significado. Por un lado imprimen su sello en las acciones externas que realiza el hombre; y por el otro lado forman su carácter personal. La acción que ejecuto es la consecuencia de mis deseos; y yo, como personalidad, soy la expresión de estos deseos. La acción se imprime en el mundo externo; los deseos permanecen en el alma del mismo modo que la idea, en mi memoria. Y así como se intensifica la representación conceptual en mi memoria con cada nueva impresión de la misma índole, así también se intensifica el deseo con cada nueva acción que realizo bajo su influencia. De manera que debido a mi existencia corporal vive en mi alma un gran número de impulsos, deseos y pasiones. Su totalidad es llamada “cuerpo de los deseos” (kama rupa). Este “cuerpo de los deseos” está íntimamente relacionado con la existencia física, puesto que se origina bajo la influencia de la corporalidad física. Por lo tanto, no puede continuar su desarrollo desde el momento en que el espíritu deja de estar encarnado. El espíritu debe liberarse del “cuerpo de los deseos”, en tanto había quedado relacionado a través de él con la vida física finalizada. A la vida física le sigue otra en la que tiene lugar esta liberación. Se podría preguntar: ¿no es destruido el “cuerpo de los deseos” con la muerte?. La respuesta es: no, pues en la medida en que en cada instante de la vida física la satisfacción es excedida por el deseo, éste subsiste al haber cesado la posibilidad de su satisfacción. Sólo en el hombre sin deseos frente al mundo sensorial no existe tal exceso; sólo él muere sin que retenga en su espíritu un cúmulo de apetencias. Lo que de ellas haya quedado, debe apagarse en cierto modo después de la muerte. El estado de esta paulatina extinción se llama “estadía en el lugar de los deseos” (en el kama loca). Se comprende fácilmente que este período debe durar tanto más, cuanto más ligado a la vida sensorial haya estado el hombre.
La segunda parte del “resto de memoria” se forma de otra manera. Así como el espíritu es atraído al pasado por los deseos, así lo orienta hacia el porvenir esta segunda parte. La actividad desplegada en el cuerpo por el espíritu le hizo conocer el mundo al que el cuerpo pertenece. Cada nuevo esfuerzo, cada nueva experiencia, aumenta este conocimiento. Si una cosa se hace por segunda vez, suele hacerse mejor. La experiencia, la vivencia se imprime en el espíritu como un aumento de sus facultades. Nuestra experiencia obra así sobre el futuro, y cuando ya no tengamos oportunidad de hacer nuevas experiencias, nos queda el resultado de ellas como “resto de memoria”. Pero ninguna experiencia podría tener influencia en nosotros, si no tuviésemos la facultad de sacarle provecho. Su significado para el futuro depende de cómo la asimilemos y de lo que podamos hacer de ella. Una vivencia era para Goethe otra cosa que para su mucamo y tenía otras consecuencias para el primero que para el segundo. De manera que las facultades que adquirimos a través de una experiencia, dependen del trabajo espiritual que hacemos en conexión con ella. En todo momento de mi vida poseo una determinada suma de resultados, obtenidos de mis experiencias, y esta suma constituye la probabilidad de adquirir facultades que más tarde podrán manifestarse. Al terminar la encarnación, el espíritu humano lleva esta suma de experiencias adquiridas, a la vida suprasensible. Encontrándose ahora sin el vínculo corporal con la existencia física, y habiéndose liberado de los deseos que lo habían atado a ella, queda con el fruto de sus experiencias. Y este fruto se halla totalmente liberado de la influencia inmediata de la vida pasada. Ahora el espíritu puede dedicarse exclusivamente a la transformación de este fruto para el porvenir. Después de haber dejado la “región de los deseos” el espíritu llega así a un estado en que las experiencias de sus vidas anteriores se transforman en gérmenes, predisposiciones, facultades, etc., para el futuro. La vida del espíritu en este estado se llama estadía en el “lugar de la gloria” (devachan). (“Gloria” puede expresar un estado que hace olvidar todas las preocupaciones por el pasado y en que el corazón late para el futuro solamente). Se entiende que este estado durará tanto más cuanto mayor sea, al morir, la posibilidad de adquirir nuevas facultades. Es natural que en este libro no se pueda tratar de exponer todos los conocimientos que se refieren al espíritu humano; sólo queremos mostrar cómo obra la ley del karma en la vida física. Para ello, basta saber qué es lo que el espíritu lleva consigo al mundo suprasensible, y lo que vuelve a traer de él a la nueva encarnación. Él trae los resultados de las experiencias hechas en vidas anteriores convertidos en cualidades de su ser. Para comprender la trascendencia de lo expuesto, basta elucidarlo mediante el siguiente ejemplo: Kant dice: “Dos cosas llenan el alma de admiración: el cielo estrellado en lo alto y la ley moral en mi alma”. Toda persona que piensa, debe admitir que el cielo estrellado no se ha creado de la nada, sino que se ha formado paso a paso. Kant mismo trató de explicar la formación paulatina del cosmos en su libro fundamental del año 1755. Pero tampoco debe aceptarse el hecho de la ley moral sin explicación, porque tampoco ella ha surgido de la nada. En las primeras encarnaciones por las que ha pasado el hombre, la ley moral no habló en él como habló más tarde en Kant. El hombre primitivo actúa como corresponde a sus deseos, lleva las experiencias de tal obrar consigo, a los estados suprasensibles, donde se transforman en facultad superior. En una encarnación posterior, el hombre no actúa meramente según sus deseos, sino que éstos ya comienzan a ser guiados por los resultados de las experiencias anteriores. Y se necesitan muchas encarnaciones hasta que el hombre, al principio enteramente entregado a sus deseos, llegue a evidenciar la ley moral acrisolada, que Kant comparaba con algo tan maravilloso como el cielo estrellado.

El mundo circundante en que nace el hombre al encarnarse nuevamente, le aporta los resultados de sus acciones como su destino. El mismo entra en este mundo que le rodea con las facultades que de sus vivencias anteriores se ha forjado durante sus estados suprasensibles.
En consecuencia, sus experiencias en el mundo físico se desarrollarán generalmente a un nivel tanto más elevado cuanto mayor sea el número de sus encarnaciones pasadas, o cuanto mayor haya sido su esfuerzo durante sus encarnaciones anteriores. El peregrinaje a través de las encarnaciones se convierte así en una evolución ascendente. El tesoro que sus experiencias acumulan en su ser espiritual, será cada vez más rico; y así será cada vez mayor la madurez con que enfrentará al mundo que lo rodea y a su destino. Cada vez más se convertirá en dueño de su destino. Pues, lo que él adquiere a través de sus experiencias, es precisamente la comprensión de las leyes del mundo en que tienen lugar estas experiencias. Al principio, el espíritu se halla desorientado en el mundo circundante; anda a tientas. Pero con cada nueva encarnación se acrecienta la luz en su derredor. El espíritu adquiere el conocimiento de las leyes del mundo circundante; con otras palabras: ejecuta, con una conciencia cada vez más clara, lo que antes hacía en forma semiconsciente. La influencia coercitiva del mundo circundante es cada vez menor; cada vez más, el espíritu es capaz de determinarse a sí mismo; y este espíritu que se autodetermina, es el espíritu libre. Actuar en la plena luz de la conciencia es actuar libremente. (En mi “Filosofía de la Libertad” he tratado de explicar la naturaleza esencial del espíritu humano libre). La plena libertad del espíritu humano representa el supremo ideal de su evolución. No se puede preguntar: ¿Es el hombre libre o no?. Los filósofos que plantean el problema así, no llegarán nunca a pensamientos claros sobre el mismo, puesto que en el estado actual de su evolución, el hombre no es libre, ni deja de serlo; se halla en el camino hacia la libertad. En parte es libre, en parte no lo es. Es libre en la medida en que haya adquirido conocimientos y conciencia del orden universal. Que nuestro destino, nuestro karma nos toque con absoluta necesidad, no restringe nuestra libertad. Pues cuando actuamos, enfrentamos nuestro destino con el grado de independencia que hemos adquirido hasta ese momento. Aquí no obra el destino, sino que actuamos nosotros de conformidad con las leyes del destino.
Si enciendo un fósforo, la llama se produce según precisas leyes; pero yo he provocado este efecto de esas leyes. Asimismo, sólo puedo ejecutar una acción en el sentido de firmes leyes de mi karma; pero soy yo quien provoca el efecto de esas leyes. Y a consecuencia de mi acción de hoy, se crea nuevo karma, así como el fuego sigue produciendo sus efectos según precisas leyes naturales, después que yo lo he encendido.
Así también puede elucidarse otra duda capaz de surgir con respecto al obrar de la ley del karma. Podría decirse: si el karma es una ley inalterable, sería absurdo prestar ayuda a otro. Pues lo que le toca, es consecuencia de su karma, de manera que es absolutamente necesario que le toque esto o aquello.
Ciertamente, no me es posible anular los efectos del destino que el espíritu humano se ha creado en encarnaciones anteriores. Pero se trata de cómo él sabrá vivir con su destino y qué nuevo destino él pueda crearse bajo la influencia del antiguo. Si le presto ayuda, puedo quizás contribuir a que, por medio de sus acciones, su destino tome un giro favorable; en cambio, si me abstengo de prestarle ayuda, podrá suceder lo contrario eventualmente.
Ciertamente, todo depende de si mi ayuda será sabia o no.
La evolución ascendente del espíritu humano se consigue en virtud de sus progresos a través de sus encarnaciones sucesivas, y se evidencia por el hecho de que el espíritu adquiere una comprensión cada vez más clara del mundo en que se encarna. Pero las encarnaciones mismas pertenecen asimismo a dicho mundo. También con relación a ellas, el espíritu evoluciona desde el estado de inconciencia hasta el de la conciencia. Por la senda de su evolución, el hombre llegará al punto en que será capaz de remontar con plena conciencia la mirada retrospectiva a sus encarnaciones pasadas. Esta es una idea de la que uno podrá burlarse; nada más fácil que criticarla con desprecio.
Quien lo haga, no tiene noción de la índole de tal verdad. La burla y la crítica se sitúan cual un dragón delante de la puerta del santuario en cuyo interior se revela esa verdad. Es evidente que las verdades que el hombre no puede realizar sino en tiempos venideros, no pueden encontrarse en el presente como hechos efectivos. El único camino para convencerse de la realidad de estas verdades consiste en hacer esfuerzos con el fin de alcanzarla.

NOTAS:
* Me puedo imaginar que entre las personas educadas en las ciencias naturales modernas habrá muchas que rechazarán estas ideas como totalmente incongruentes. Cosa que comprendo perfectamente porque sé que las personas que no tienen experiencias del mundo suprasensible, y que no tienen bastante reserva y modestia para admitir que quizá pudieran aprender algo todavía, deben sentirse impulsadas a la crítica negativa. Sin embargo, no deberían decir que los hechos tratados aquí “contradicen la razón”; y que “no pueden ser demostrados por la razón”. La razón no puede hacer otra cosa que combinar y sistematizar los hechos. Los hechos se experimentan pero no se “prueban mediante el raciocinio”. La razón no puede probar la existencia de una ballena. Es necesario haberla visto, o al menos haber escuchado la descripción de alguien que la vio. Lo mismo sucede con los hechos suprasensibles. Si una persona aún no puede experimentarlos por sí misma, debe conocerlos a través de otros que han hecho la experiencia. Yo puedo afirmar que los hechos suprasensibles que describiré a continuación, son para aquel a quien fueron abiertos los sentidos superiores, tan “reales” como la ballena.

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