En
los lejanos y primigenios tiempos, el hombre hallábase cobijado bajo el
circundante mundo espiritual. Paulatinamente fue separándose de él, lo que se
simboliza por el mito del pecado original y la expulsión del Paraíso. Esto
implicó el despertar de su facultad de conocimiento consciente y su capacidad
de ser libre, así como la pérdida de la captación de los mundos
divino-espirituales.
Por
ser dolorosa esta escisión, buscó el hombre consuelo y compensación por las
preocupaciones y temores de su existencia terrena, en la religión; en tanto que
a través de la ciencia intentó comprender sus relaciones con el mundo que lo
rodea. Pero ni la religión ni la ciencia, por ser caminos que seguían
direcciones opuestas en la búsqueda de un significado, le procuraron
satisfacción perdurable.
Tuvo
que ser en el dominio del arte donde sintiera que se restablecía el vínculo con
el mundo del espíritu, puesto que el arte, por su esencia misma, es la impresión
de contenidos espirituales en el mundo sensible exterior, gracias al artista
que crea.
Sin
duda, la Naturaleza es también imagen y resultado de energías creadoras
espirituales, pero esta creación ya había tocado a su fin al aparecer el hombre
que, dotado de la facultad de realizar, en la obra artística, otro proceso
creador, se convirtió de creado en creador. De ilimitada libertad, por recibir
sus impulsos del mundo espiritual, tiene el ser humano la posibilidad de
escoger libremente entre ellos y matizarlos con el sello de su personalidad.
La
elaboración de las relaciones internas entre las diversas artes por un lado, y
por el otro los aspectos esenciales del hombre y sus nexos con su mundo
circundante físico y anímico-espiritual, ha sido una de las más importantes
actividades de Rudolf Steiner quien, elaborando las ideas de Schiller y Goethe,
desentrañó el contenido espiritual del arte. A continuación vamos a intentar el
desarrollo de algunas de las ideas que norman la investigación de este complejo
problema, ideas dispersas en muchos libros y conferencias de Steiner.
Es
posible establecer cierto orden en las artes: arquitectura, escultura, pintura,
música, poesía. Dejamos de lado la indumentaria, arte que antiguamente
desempeñaba un importante papel, por haber hoy virtualmente dejado de existir
como categoría artística; así como la danza, las artes aplicadas y las
artesanías.
Este
ordenamiento de las categorías artísticas tiene un fundamento que ofrece la
posibilidad de comprender las relaciones internas estudiadas por Steiner y que
aquí exponemos:
1)
Según Steiner, el despertar de la arquitectura corresponde a la
aspiración de crear una envoltura para el alma humana, sobre todo al liberarse
del cuerpo cuando éste muere. Las primeras construcciones sepulcrales son
expresión de formas puramente espaciales o, podríamos decir, de líneas
dinámicas para que el alma, súbitamente separada de su organismo físico, vuelva
a sentirse a gusto con ellas.
En
la escultura hallaban expresión, originalmente, las energías
etéricas modeladoras del cuerpo humano desde lo externo. La verdadera captación
de la forma humana, mediante una sensibilidad intuitiva, convierte al hombre en
escultor.
Con
la pintura llegamos al juego de color y luz, tal como se produce
en la epidermis humana y, por extensión, en toda superficie. Con ello la
pintura queda caracterizada como arte de dos dimensiones. La experiencia
correcta de lo astral conduce a la comprensión de la pintura y al abandono de
la conciencia espacial.
Las
artes hasta aquí mencionadas: arquitectura, escultura y pintura giran, como si
dijéramos, en torno de algo que se encuentra fuera del cuerpo humano. Con la música
entramos en contacto con el ritmo, que corresponde a una experiencia
profundamente interior. Los intervalos más importantes de la música clásica
(tercera, quinta, etc.) se experimentan como “espiritualmente de nuestro lado”
de la piel, esto es, internos. La música contiene ya un fuerte elemento
procedente del yo humano, si bien, por decirlo así, entretejido con el cuerpo
astral.
Sólo
en el arte poético llegamos a la esencia más íntima del hombre:
en él su yo vive desde adentro hacia afuera e irradia.
2)
Acabamos de agrupar las artes desde su aspecto espacial. Con igual derecho
podemos contemplarlas desde el punto de vista del elemento temporal.
En
la actividad artística del arquitecto o escultor, en las profundidades de su
inconsciente, subyace un recuerdo de experiencias prenatales; lo que el hombre
experimenta antes de nacer se traduce en formas arquitectónicas y plásticas. En
cambio, en las artes que acentúan el impacto del yo, la música y la poesía, se
encuentra más bien una prefiguración, una anticipación de estados post-mortem.
La manifestación privativa de la naturaleza espiritual del yo es el amor; la
música y la poesía llevan, según Steiner, el sello del amor, la orientación
hacia un porvenir amorosamente anhelado.
De
nuevo, al igual que en el aspecto espacial, la pintura ocupa la posición media.
Ella es una manifestación del mundo espiritual presente que nos circunda
en el espacio. Los colores en flujo condicionan una vivencia espiritual
presente, que no apunta ni hacia el futuro ni hacia el pasado, en tanto que la
arquitectura y la escultura traen a la memoria lo espiritualmente vivido y
hecho en el pasado, y la música y poesía se proyectan hacia lo futuro.
3)
Se sobreentiende que el hombre participa en todo arte con la integridad de su
ser: con su cuerpo físico, etérico, etc. Sin embargo, es posible afirmar que en
la arquitectura, más que en ningún otro arte, el artista echa mano de recursos
exteriores a él, pues en su obra concurren principalmente fuerzas tomadas del
medio ambiente físico-mecánico. En la escultura, las energías impulsoras tienen
su origen en el propio cuerpo vital; en la pintura interviene prominentemente
el cuerpo astral; en la música y la poesía participa el yo. En relación
inversa, conforme nos vamos alejando de la arquitectura van disminuyendo los
elementos del mundo extrahumano, hasta llegar a la poesía y, con ella, al
estado que, en su esencia, no tiene relación sino con el hombre.
A la
par, las artes van perdiendo “dimensiones”: la arquitectura y la escultura son
artes espaciales, la pintura es arte de superficie; la música y la poesía son
lineales, su dimensión es el tiempo.
4)
Steiner ha creado con la euritmia una nueva categoría artística,
situada fuera del arco “arquitectura-pintura-poesía”. Mientras que el lenguaje,
como arte primordial, es expresión del espíritu realizado a través del sonido,
la euritmia, como arte más joven, libera lo espiritual de esa limitación, y
constituye al hombre integral, incluyendo su cuerpo físico, en expresión de su
vivir y crear espiritual. Lenguaje visualizado, canto visualizado: así es como
Steiner llama la euritmia, arte que unifica lo espacial y lo temporal, lo
prenatal y lo postmortal; que es la más directa versión de la experiencia
espiritual en una estructuración perceptible en el espacio.
5)
Si bien en la arquitectura no se puede eliminar por completo el criterio
utilitario, ningún artista, cualquiera que sea su campo, debiera dejarse guiar
por finalidades. Crea porque tiene que crear, porque algo le impele a hacerlo.
La idea del espectador o admirador futuro nunca debiera determinar su
actividad. Este ha sido el camino de los grandes genios. Si el arte expresa
realmente algo espiritual, su valor es eterno, cualquiera que sea el matiz
particular que le imprima la personalidad del artista, su época y su cultura.
6)
Es interesante formular la pregunta sobre qué habría opinado Steiner de nuestro
arte contemporáneo. La respuesta no es difícil: él postulaba que las artes
particulares debían tener conciencia de su origen espiritual y, con ello, de
sus limitaciones.
En
la música, el elemento principal es el temporal con su carácter lineal, esto
es, la melodía. El acorde y el tratamiento preferente que se le da es, en
principio, antimusical. La proyección simultánea de varios sonidos elimina de
la música el elemento vivo; el acorde es expresión del materialismo de la
música. El relajamiento de la estructura tonal y el énfasis en el contrapunto,
apunta en muchos de los compositores modernos en la dirección sugerida por
Steiner. Con ello y con lo que sigue no pretendemos emitir juicios valorativos.
En
lo que se refiere a la pintura moderna, Steiner se ha expresado en
muchas ocasiones contra el naturalismo que es completamente antiartístico.
Desde
que la pintura, mediante la perspectiva y otros factores, trató de producir en
la superficie la ilusión de espacio, tomó un camino errado que la alejó de su
origen espiritual. Lo que importa no es la línea ni la perspectiva, sino única
y exclusivamente el color. Steiner dio la bienvenida con gran expectación al
expresionismo, como un primer paso de retorno hacia una pintura que mejor
concordaba con el espíritu. Podemos suponer que él habría considerado la
pintura abstracta apoyada en las inmanencias del color, como expresión directa
de un mundo espiritual. No quiere esto decir que todo sea
“bueno”
en el mundo espiritual; en la pintura moderna puede haber mucho de “luciférico”
o de “ahrimánico”, sin que por ello deje de ser indicio de realidades
espirituales.
Las
artes, y más particularmente la pintura, deben trascender la naturaleza
que nos circunda y penetrar hasta los arquetipos espirituales. Su cometido no
es reproducir el mundo creado, sino ofrecer mundos nuevos. El artista
crea lo que es posible; para ello tiene que atisbar, no la
naturaleza acabada, sino la naturaleza en actividad creadora. Ascendiendo hasta
los arquetipos y creando en concordancia con su realidad superior, el artista
crea de acuerdo con la Naturaleza, pero sin imitarla. Dentro de esta concepción
hasta lo feo puede ser objeto de la pintura. Lo mismo puede decirse de las
demás artes.
Steiner
remonta también la poesía hasta su origen. Considera que ha surgido de
los elementos vocales y rítmicos y que son ellos los que siempre debieran
seguir siendo los aspectos esenciales de toda poesía verdadera. La poesía como
lírica conceptuosa (Gedankenlyrik) o como pura sensiblería, no es poesía,
puesto que nada agrega al lenguaje normal, es decir, la prosa.
De
este modo, lo más importante en todas las artes es la forma. Sin duda que no
puede haber forma sin contenido, pero el contenido no debe ser sino el
substrato que permita la manifestación de lo bello, de la obra artística.
Estas
breves reflexiones permiten reconocer que, también en el dominio del arte,
Steiner penetró hasta los trasfondos espirituales. Al llamar la atención sobre
el carácter esencial de cada categoría artística particular, estableció por
primera vez la posibilidad, no tan sólo de juzgar las obras de arte o los
estilos de una época, según un patrón subjetivo o el que de ella se haya
derivado, sino de vincularlos con la realidad de lo espiritual. El valor de una
obra de arte se determina, en último análisis, por el grado de verdad que
encierra, entendiendo por verdad la correspondencia entre el contenido
intrínseco de la obra de arte y los impulsos del mundo espiritual.
Esto
permite apreciar, con criterio perenne, si una obra de arte es “bella”.
La apreciación artística se somete a patrones objetivos; los puntos de vista
transitorios ligados a determinada época, o subjetivos como, por ejemplo, el
llamado burgués, no tiene validez, por mucho que todavía se defiendan
actualmente.
Lo
que hay que tener esencialmente en cuenta es la llamada a una actividad
interior para disfrutar de una obra de arte. La obra de arte no permite su goce
en entrega pasiva, sino que exige la entrega activa del hombre. El arte no es
para moralizar o distraer, sino que clama por la re-creación. Al encerrar en sí
elementos suprasensibles, invita a una ampliación del conocimiento con lo cual
contribuye a hacer conscientes y a profundizar más los vínculos entre el hombre
y su verdadero origen, el mundo espiritual.
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