Polémica al interior de la comunidad científica respecto a quién detenta el criterio de verdad.
La personalidad de Edward Bach es homologable a la de los grandes benefactores de la humanidad, y no diríamos mucho si nos quedásemos en dicha frase un tanto remanida sin salir a expresar los fundamentos que la sustenten, lo que intentaremos hacer a continuación.
Hoy nos referiremos al derrotero de la ciencia, más precisamente del conocimiento científico, no en los términos tradicionales de la academia que ya aburren, sino desde el trayecto que siguieron algunas construcciones humanas, algunas de las que dicho al paso, están en vías de esclavizarla. Nada más alejado de la cosmovisión de Bach. También nos ocuparemos de un aspecto del ‘cambio de sentido’ que tomó el fundamento social en cuanto al conocimiento entre la antigüedad y la modernidad.
El conocimiento científico comenzó en la Grecia de los clásicos en la que la comunidad predeterminaba los comportamientos individuales desde el momento mismo del nacimiento. Así si dibujamos un punto que represente a un ser viviente humano, y un círculo que lo enmarque tomándolo como centro ¿cuál sería la dirección que tomaría la flechita que indique la imposición y la aplicación de la normativa? ¿Desde el punto a la periferia, o desde la periferia al punto?
La racionalidad individual era entendida de otro modo y de ningún modo le era adjudicado a los individuos en cuanto tales la posibilidad de construir socialmente los saberes, dejándoles sólo la opción de cumplir con lo preestablecido por la normativa social general vigente.
La personalidad de Edward Bach es homologable a la de los grandes benefactores de la humanidad, y no diríamos mucho si nos quedásemos en dicha frase un tanto remanida sin salir a expresar los fundamentos que la sustenten, lo que intentaremos hacer a continuación.
Hoy nos referiremos al derrotero de la ciencia, más precisamente del conocimiento científico, no en los términos tradicionales de la academia que ya aburren, sino desde el trayecto que siguieron algunas construcciones humanas, algunas de las que dicho al paso, están en vías de esclavizarla. Nada más alejado de la cosmovisión de Bach. También nos ocuparemos de un aspecto del ‘cambio de sentido’ que tomó el fundamento social en cuanto al conocimiento entre la antigüedad y la modernidad.
El conocimiento científico comenzó en la Grecia de los clásicos en la que la comunidad predeterminaba los comportamientos individuales desde el momento mismo del nacimiento. Así si dibujamos un punto que represente a un ser viviente humano, y un círculo que lo enmarque tomándolo como centro ¿cuál sería la dirección que tomaría la flechita que indique la imposición y la aplicación de la normativa? ¿Desde el punto a la periferia, o desde la periferia al punto?
La racionalidad individual era entendida de otro modo y de ningún modo le era adjudicado a los individuos en cuanto tales la posibilidad de construir socialmente los saberes, dejándoles sólo la opción de cumplir con lo preestablecido por la normativa social general vigente.
La ciudad-estado griega era mucho más que lo que hoy entendemos por ciudad, y mucho más de lo que hoy entendemos por estado, en verdad se trataba de todo un cosmos que hacía de continente al que pertenecía, lo cobijaba y albergaba, lo protegía, lo incluía.
La aparición de los sofistas puso en crisis el orden tradicional y Platón se vio en la necesidad de dividir dicho cosmos en dos, el sensible y el suprasensible. Poco después Aristóteles se encargó de unificar en algún sentido aquel dualismo instituido por Platón con el fin entre otros, de preservar un orden ‘a la antigua’. Pero el hombre entendido como individualidad fundante, a pesar de los esbozos griegos, tardó varios siglos en aparecer como fundamento del mundo y de la vida, y claro está, del conocimiento.
Fue la denominada Modernidad, hoy no tan moderna ni tan comprometida con el ser humano, la que promovió la racionalidad humana a la cima de la escala de las decisiones, toda vez que había caído gracias a la ‘afrenta cosmológica’ -tal como la denominó Freud-, la cosmovisión geocéntrica, lo cual provocó una seria herida en las jerarquías dominantes de todo clero y de todo stablishment en Occidente, la caída de la autoridad ‘tradicional’, la verdad revelada, la astronomía sin telescopio y la política con ética, de algún modo incierto, pero con ética.
El narciso llegó a la cima. Le habían quitado del centro de la escena al ‘hábitat’, al mundo en que vivía, entonces decidió tomar el testimonio y ubicarse en el centro de la creación, lo cual le duró hasta Darwin. Pero detengámonos en este punto del derrotero de ‘pobre humanidad’, pobre de toda estima aunque sobreestimada por sí misma.
Cuando el narciso llegó a la cima, lo hizo gracias y a expensas de la caída de las instituciones portadoras y forjadoras del ‘criterio de verdad’ también en ciencias. Las ciencias ‘naturales’ crecieron en logros y en capacidad de explicación de parte de cuanto la humanidad ignoraba, apartando y ‘ostraceando’ lo que no se dejaba expresar por el narciso, enviando a un olvido prematuro posiciones que merecerían ser revisadas por el solo defecto de ser ‘antiguas’.
Este tipo de racionalidad en vida de Freud y otros reduccionistas de la amplitud del ser humano, sufrió dos dolores más, pero invirtió el sentido de las flechitas del centro a la periferia en cuanto al grave problema de enunciar de dónde parten las normas que se constituyeron en cada época en el piragüitas cultural dominante, ya sea en el derecho, en lo económico, en lo político, en lo religioso, en lo ético, y en las partes significativas de todo aquello considerado relevante en la vida de una civilización.
Es hora de decir que este es el posicionamiento de la obra del Bach filósofo-científico. Es decir, su posición excede los planteos individual, psico-social y social, para situarse en plenitud en el plano civilizatorio, no sólo en cuanto al punto de partida epistemológico, sino en cuanto a la gravedad de lo que se juega en la situación de llegada, nada menos que la aplicación de los saberes obtenidos como logros comunes de la humanidad en su conjunto.
Bach, el científico médico que formó parte de la comunidad científica londinense a principios del siglo XX, fue un profesional líder en su quehacer, y señero en cuanto al camino que deben tomar los logros obtenidos por ‘la ciencia’, y en cuanto a quién decide qué es la verdad en términos de medicina aplicada para el beneficio de la humanidad.
¿Curar el cuerpo, o ‘libertar’ -emanciparlo de todo dogma, de toda sujeción-, al ser humano en su conjunto? Este es el punto crucial de la cruzada fraterna de Edward Bach.
Para sintetizar, el Bach espiritualista, anticipó en más de treinta años el núcleo de la obra de Thomas Khun, en cuanto a dónde reside el criterio de verdad en ciencias, si en algo divinizado llamado ‘ciencia’, o en los nuevos sacerdotes que supimos conseguir.
La democratización de la ‘ciencia’ sin sacerdotes, Bach la llevó hasta las últimas consecuencias. Khun, por su parte, terminó aceptando el lugar que el ‘clero’ le reservó como sumo sacerdote, al aceptar presidir la Sociedad Científica. Bach abandonó al clero que lo requería como sumo sacerdote, y además le señaló con su ejemplo vital a la racionalidad humana científico-tecnológica, que transitaba el camino del abandono del ser humano y corría el riesgo de coparticipar en complicidad con las consecuencias del derrotero de la apropiación privada de los saberes.
El “cúrese a Ud. mismo” es una consigna promovida por Edward Bach de alto alcance libertario. En esto consiste su aporte al señalamiento de un sendero que la comunidad científica insiste en ocluir.
La aparición de los sofistas puso en crisis el orden tradicional y Platón se vio en la necesidad de dividir dicho cosmos en dos, el sensible y el suprasensible. Poco después Aristóteles se encargó de unificar en algún sentido aquel dualismo instituido por Platón con el fin entre otros, de preservar un orden ‘a la antigua’. Pero el hombre entendido como individualidad fundante, a pesar de los esbozos griegos, tardó varios siglos en aparecer como fundamento del mundo y de la vida, y claro está, del conocimiento.
Fue la denominada Modernidad, hoy no tan moderna ni tan comprometida con el ser humano, la que promovió la racionalidad humana a la cima de la escala de las decisiones, toda vez que había caído gracias a la ‘afrenta cosmológica’ -tal como la denominó Freud-, la cosmovisión geocéntrica, lo cual provocó una seria herida en las jerarquías dominantes de todo clero y de todo stablishment en Occidente, la caída de la autoridad ‘tradicional’, la verdad revelada, la astronomía sin telescopio y la política con ética, de algún modo incierto, pero con ética.
El narciso llegó a la cima. Le habían quitado del centro de la escena al ‘hábitat’, al mundo en que vivía, entonces decidió tomar el testimonio y ubicarse en el centro de la creación, lo cual le duró hasta Darwin. Pero detengámonos en este punto del derrotero de ‘pobre humanidad’, pobre de toda estima aunque sobreestimada por sí misma.
Cuando el narciso llegó a la cima, lo hizo gracias y a expensas de la caída de las instituciones portadoras y forjadoras del ‘criterio de verdad’ también en ciencias. Las ciencias ‘naturales’ crecieron en logros y en capacidad de explicación de parte de cuanto la humanidad ignoraba, apartando y ‘ostraceando’ lo que no se dejaba expresar por el narciso, enviando a un olvido prematuro posiciones que merecerían ser revisadas por el solo defecto de ser ‘antiguas’.
Este tipo de racionalidad en vida de Freud y otros reduccionistas de la amplitud del ser humano, sufrió dos dolores más, pero invirtió el sentido de las flechitas del centro a la periferia en cuanto al grave problema de enunciar de dónde parten las normas que se constituyeron en cada época en el piragüitas cultural dominante, ya sea en el derecho, en lo económico, en lo político, en lo religioso, en lo ético, y en las partes significativas de todo aquello considerado relevante en la vida de una civilización.
Es hora de decir que este es el posicionamiento de la obra del Bach filósofo-científico. Es decir, su posición excede los planteos individual, psico-social y social, para situarse en plenitud en el plano civilizatorio, no sólo en cuanto al punto de partida epistemológico, sino en cuanto a la gravedad de lo que se juega en la situación de llegada, nada menos que la aplicación de los saberes obtenidos como logros comunes de la humanidad en su conjunto.
Bach, el científico médico que formó parte de la comunidad científica londinense a principios del siglo XX, fue un profesional líder en su quehacer, y señero en cuanto al camino que deben tomar los logros obtenidos por ‘la ciencia’, y en cuanto a quién decide qué es la verdad en términos de medicina aplicada para el beneficio de la humanidad.
¿Curar el cuerpo, o ‘libertar’ -emanciparlo de todo dogma, de toda sujeción-, al ser humano en su conjunto? Este es el punto crucial de la cruzada fraterna de Edward Bach.
Para sintetizar, el Bach espiritualista, anticipó en más de treinta años el núcleo de la obra de Thomas Khun, en cuanto a dónde reside el criterio de verdad en ciencias, si en algo divinizado llamado ‘ciencia’, o en los nuevos sacerdotes que supimos conseguir.
La democratización de la ‘ciencia’ sin sacerdotes, Bach la llevó hasta las últimas consecuencias. Khun, por su parte, terminó aceptando el lugar que el ‘clero’ le reservó como sumo sacerdote, al aceptar presidir la Sociedad Científica. Bach abandonó al clero que lo requería como sumo sacerdote, y además le señaló con su ejemplo vital a la racionalidad humana científico-tecnológica, que transitaba el camino del abandono del ser humano y corría el riesgo de coparticipar en complicidad con las consecuencias del derrotero de la apropiación privada de los saberes.
El “cúrese a Ud. mismo” es una consigna promovida por Edward Bach de alto alcance libertario. En esto consiste su aporte al señalamiento de un sendero que la comunidad científica insiste en ocluir.
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